El
envejecimiento demográfico es una realidad. Una realidad mexicana y una
realidad mundial. Por ahí de 1915 la esperanza de vida del mexicano era
de menos de cuarenta años. Un siglo después ronda los ochenta. Un
regalo de vida de cuatro décadas. Un regalo maravilloso y por siempre
agradable.
Pero siendo cosa maravillosa, también plantea
problemas. Quizás el más importante de ellos es saber y determinar los
medios de que dispondrá un anciano para vivir, es decir, para cubrir
sus gastos en alimentación, vivienda, vestido, calzado, recreación y
atención médica. Uno de estos medios sin duda son las pensiones.
En México existen dos principales sistemas de pensiones: las del
Instituto Mexicano del Seguro Social (IMSS) que en general son
raquíticas, del orden de tres mil pesos mensuales (200 dólares), si
bien es cierto que en muchos casos llegan hasta los cincuenta mil pesos
por mes (algo más de 3 mil dólares).
Este gran sistema
pensionario cubre a los trabajadores del llamado sector privado. Por
eso un obrero o empleado modesto puede esperar una pensión de los
dichos tres mil pesos mensuales, en tanto que un ejecutivo puede
acceder a los mencionados 50 mil.
El otro gran sistema de
pensiones es el del Instituto de Seguridad y Servicios Sociales de los
Trabajadores del Estado (ISSSTE). En este sistema las pensiones son
menos extremas, aunque en general son modestas. En la actualidad van
desde los tres mil pesos mensuales (200 dólares) hasta un máximo de 21
mil (1300 dólares). En el extremo inferior encontramos a un trabajador
de limpieza, y en el superior a un maestro universitario.
El
IMSS y el ISSSTE cubren las pensiones de los trabajadores del sector
formal de la economía. Pero existe una gran población que no pertenece
y nunca perteneció a la economía formal y que pasó y pasa su vida
laboral sin acceso a ningún sistema de pensiones.
De modo que,
como se ve, el problema del envejecimiento demográfico es doble. Por un
lado, garantizar el financiamiento de una pensión suficiente a las
personas de más de 65 años pertenecientes a cualquiera de los dos
grandes sistemas de pensiones; y por otro, garantizar el financiamiento
de una pensión suficiente para los trabajadores del sector informal de
la economía.
Este es el gran problema. Pero siendo grande no es
insoluble. Es simplemente uno más entre los ingentes problemas que ha
enfrentado la humanidad a lo largo de la historia y para los cuales
siempre ha encontrado soluciones.
En el caso concreto de las
pensiones, en un marco de pronunciado y creciente envejecimiento
demográfico, la médula del problema y de su solución se encuentra en
esa metodología que los economistas llaman asignación del gasto. Un
sistema de aplicación, justa y eficiente, de los recursos disponibles.
Nada más, pero nada menos.
Del gran fondo social han de
provenir los recursos para cubrir las pensiones. Y frente a recursos
siempre limitados quedan dos caminos complementarios. Uno, aumentar las
contribuciones de los sectores pudientes de la sociedad para
destinarlos a los sectores precarios; y dos, reasignar los gastos para
gastar menos en lo menos necesario y gastar más en lo más necesario.
Las pensiones, por ejemplo.
Cualquier solución es buena.
Menos aquellas que pretendan echar sobre las espaldas de los ancianos
la carga de su propia manutención. Cualquiera, menos abandonar a su
suerte a los viejos. ¿No tiene la ciencia económica, con sus sabios
doctores, soluciones para este problema? Pues entonces es una ciencia
que no sirve, que no es ciencia.
Blog del autor: www.miguelangelferrer-mentor. com.mx
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