REPORTAJE
(PRIMERA DE TRES PARTES)
Orilladas a delinquir, ven pasar los días en penal de Tanivet
Sandra mira a través de su celda que su futuro es incierto. Sus párpados
quietos presagian que a pesar de no tener propiamente una enfermedad,
sí siente cómo se le consume la vida.
Y Gabriela, entre sollozos confiesa que se siente moribunda en la
tétrica prisión de Tanivet, donde el silencio sepulcral también le
consume la vida. Ellas son una muestra de lo mismo que enfrentan en
prisión más de dos centenares de mujeres. Son las presas del Centro de
Reinserción Social de Tanivet.
El silencio enloquecedor a veces es roto por las sirenas o altavoces del
búnker penitenciario donde se tejen historias de dolor, sacrificios,
injusticias y hasta de… muerte. Aquí donde el frío cala hasta los huesos
hay historias descarnadas.
“Simulan hormiguitas que van de un lado a otro. Sus manos se mueven de
prisa conforme el hilo y la aguja. Tejen prendas como si con ello
tejieran su libertad”. Algunas llevan más de 10 años ejerciendo este
oficio de tejer porque es su única fuente de ingreso.
Ven pasar el viento, el sol y la lluvia, pero pareciera que los días y
las noches no avanzan. De sus ojos se desprenden lágrimas, de sus labios
historias y de su mente y corazón la rabia que las orilló a cometer
algún delito.
El destino de la desigualdad, la pobreza y la discriminación por ser
mujeres y sumado a que algunas son indígenas, son factores que
incidieron en su reclusión.
Algunas son acusadas de asesinatos porque decidieron poner un alto a la
violencia familiar que enfrentaban y evitar con ello el feminicidio. A
otras, la misma pobreza –como viven muchas en el país– las orilló a dar
acompañamiento a sus parejas o hijos en el tráfico de droga, la
extorsión y el fraude.
En el sitio, hasta el viento que las acoge carece de igualdad, sopla
cuando quiere y se detiene sin avisar, no con ritmo parejo; aunado a un
paisaje desértico, donde los tonos verdes oscuros y café se combinan
con una flora de nopales y tunas; simplemente es un cuadro de desolación
que se confunde en un collage de discriminación, dolor y muerte.
Llegar al penal es atravesar toda la ciudad de Oaxaca, capital del
estado del mismo nombre, y varios municipios, viajar al menos 60
minutos, pero desde otras regiones el trayecto es más largo (seis a 13
horas).
Y lo terrible no es llegar, sino ingresar al penal. Para ello, hay que
cruzar tres filtros con guardias varones, quienes carecen de
sensibilidad al dar atención. En el primero, a orilla de la carretera,
con voz ruda y sin titubeos toman los nombres de quienes ingresan,
además de anotar las placas del vehículo, si es que llevan, y les
autorizan pasar.
El segundo filtro está un kilómetro más adelante. Ahí, impone una enorme
puerta pintada con uno de los colores de la bandera nacional (el
verde). Es imposible no mirarla, pues mide unos tres metros de alto y
tres de ancho.
En la fachada se lee “Centro de Internamiento Femenil de Tanivet”, a
pesar de que instancias jurídicas y de Derechos Humanos ordenaron hace
algunos meses renombrarlo como “Centro de Reinserción Social Femenil de
Tanivet”.
El reglamento, apenas unas hojas impresas en computadora, también está
colocado en la malla. El documento seguramente fue redactado hace más de
10 años, cuando aquí era un penal de varones, pues está muy desgastado y
su tono sepia lo evidencia, aunado a que su redacción va dirigida a un
interno y no interna.
Cada vez que se toca la puerta verde se abre una diminuta ventana.
Nuevamente la voz masculina: “¿Viene a visita o a quién busca?”.
“Visitaré a Sandra y Gabriela”, es la respuesta.
Ellas forman parte de las 235 mujeres internas en este Centro de
Reinserción Social, de las cuales 161 están recluidas por delitos del
fuero común y 74 del fuero federal. Ellas viven en la “jaula de la
desigualdad”.
De las 235 internas, sólo 61 han sido sentenciadas y 115 se encuentran
como procesadas, esto debido a que –aseguran y atestiguan– la justicia
en Oaxaca “es lenta”, sobre todo al momento de realizar las
investigaciones, tramitar un expediente y por la sobresaturación de
carga de trabajo de las y los abogados de oficio.
Unas 40 internas hablan lengua indígena; abundan el zapoteco, mixteco,
chatino, mazateco, chinanteco, y hay dos mujeres de origen guatemalteco
que hablan tzotzil.
Por: Diana Manzo, Cimacnoticias/Página3 | Oaxaca, Oax.-
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