Jesús Cantú
Enrique Peña Nieto y Arely Gómez González durante un encuentro en julio pasado. Foto: Germán Canseco |
MÉXICO,
D.F. (Proceso).- La versión oficial de lo ocurrido en la reunión del
presidente Enrique Peña Nieto con los familiares de los 43 normalistas
de Ayotzinapa desaparecidos hace poco más de un año evidencia que el
gobierno federal busca la fórmula que le permita atender las
recomendaciones del Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes
(GIEI), pero al mismo tiempo proteger a las fuerzas federales (Ejército y
Policía Federal) que se encontraban en el lugar de los hechos la noche
de la desaparición de los estudiantes.
Los familiares de los
normalistas fueron claros y precisos en sus observaciones: el gobierno
federal fue evasivo en sus respuestas. Los familiares demandaron, entre
los ocho puntos, dos que resultan particularmente incómodos para el
gobierno:
“Replanteamiento de la investigación en una unidad
especializada de investigación, con supervisión internacional, compuesta
por dos instancias: una que indague a profundidad dónde están nuestros
hijos y otra que investigue el montaje con que se nos pretendió engañar”
y “que requiera formalmente la colaboración de la ONU para la creación
de una Comisión Internacional contra la Impunidad y la Corrupción en
México, que investigue y coadyuve en los casos más emblemáticos de
violaciones graves a los derechos humanos, conflictos de interés y
macrocriminalidad.”
Ambas demandas buscan retomar los elementos
clave que hicieron efectiva la acción de la Comisión Internacional
contra la Impunidad en Guatemala (GICIG) que provocó la renuncia y
encarcelamiento del presidente Otto Pérez Molina y la vicepresidenta
Roxana Baldetti, porque permiten que las misiones internacionales vayan
más allá de las recomendaciones y puedan instruir al Ministerio Público
en la integración de sus averiguaciones e incluso consignar directamente
ante las instancias del Poder Judicial. Al menos así sucede en
Guatemala.
En el caso de la unidad de investigación, los
familiares fueron muy específicos respecto de las condiciones que debía
reunir la indagatoria, y manifiestan que el titular de dicha unidad debe
ser “un fiscal que tenga el visto bueno del Grupo de Expertos”; que la
actuación de la misma “se guíe en función de un plan de investigación
que deberá diseñarse conjuntamente con los expertos”, y que “pida apoyo
externo a la Procuraduría cuando requiera dictámenes periciales, con el
visto bueno del Equipo Argentino de Antropología Forense”, entre las
principales características.
Los familiares expresan su deseo de
que esta instancia “agote todas las líneas de investigación, incluyendo
las relativas al Ejército y a los políticos corruptos de Guerrero”. En
un párrafo posterior exigen que se investigue la responsabilidad, entre
otros, del exgobernador Ángel Aguirre y del exprocurador general de la
República, Jesús Murillo Karam.
Según informó a los medios el
vocero de la Presidencia, Eduardo Sánchez, en respuesta a dichas
demandas el mandatario instruyó “a las secretarías de Gobernación y de
Relaciones Exteriores, así como a la Procuraduría General de la
República, que analicen la viabilidad de cada uno de esos ocho puntos”. Y
anunció la creación, dentro de la PGR, de una Fiscalía Especializada
para la Búsqueda de Personas Desparecidas, con lo cual atiende una
reiterada demanda social pero permite cerrarle el paso a la Unidad que
exigen los padres de los desaparecidos.
Aunque cada día los
espacios de maniobra para el gobierno federal se estrechan más, lo
cierto es que las primeras informaciones en torno a la reunión
evidencian que aquél pretende repetir la misma trama a la que recurrió
en el caso de los conflictos de interés por la adquisición de inmuebles
multimillonarios financiados por un contratista del gobierno: instruir
para que le elaboren un expediente que le permita negar la viabilidad de
atender las demandas de los padres de los normalistas.
Por
supuesto, el gobierno federal reiteró las que fueron sus primeras
reacciones al informe del GIEI, es decir, que se atendieran todas sus
recomendaciones y líneas de investigación y que el grupo extendiera su
estancia en el país por otros seis meses.
Sin embargo, es evidente
que los funcionarios del gobierno federal leen el informe y las
recomendaciones con un enorme sesgo, pues el miércoles 23 el
subsecretario de Derechos Humanos de Gobernación, Roberto Campa Cifrián,
declaró en un noticiero matutino de Radio Fórmula que una de las
coincidencias fundamentales del reporte con las conclusiones de la PGR
es que ambos señalaban que los responsables eran las policías
municipales y los grupos criminales. Campa eludió hablar sobre la parte
del informe que claramente especifica: “tanto la Policía Federal,
estatal, como el Ejército tuvieron personal destacado” al menos en
algunos de los escenarios donde hubo encuentros de los normalistas
desparecidos y las fuerzas de seguridad la noche del 26 de septiembre.
En
el apartado alusivo a las responsabilidades, específicamente en la
número 8, el informe precisa: Se debe “investigar si la actuación de
todos los cuerpos de seguridad que estuvieron presentes en los hechos
fue acorde a derecho y si cumplieron con sus respectivos protocolos de
actuación, especialmente, con la obligación de proteger a los
ciudadanos”.
En la 9 insiste: “Investigar a todos los posibles
responsables que podrían haber participado en los hechos de acuerdo con
las declaraciones testimoniales y otras evidencias probatorias. La
investigación del GIEI ha proporcionado nuevos elementos en ese
sentido”.
La revisión del informe, y especialmente de las
recomendaciones del GIEI, de las demandas de los familiares de los
desparecidos y las declaraciones oficiales, incluyendo las que el vocero
de la Presidencia atribuye a Peña Nieto, demuestran que el gobierno
federal no atiende ni esas recomendaciones ni esas demandas, pues a
pesar de todas las evidencias en contrario se aferra a su “verdad
histórica”.
El caso se le complica al gobierno federal, pues ante
la presión internacional por la desaparición de los normalistas tuvo que
aceptar la intervención de expertos internacionales, que a partir de
sus propias investigaciones de campo y peritajes han desacreditado una y
otra vez las versiones oficiales.
Es evidente que las respuestas
del gobierno de Peña Nieto pretenden atender únicamente aquellas
recomendaciones y demandas que le permita exculpar al Ejército y a la
Policía Federal, aunque tengan que reconocer que los normalistas no
fueron incinerados en el basurero de Cocula. Y aunque el caso pierde
importancia en los medios de comunicación masiva a escala nacional, la
presión internacional se incrementa, lo que vuelve muy vulnerable al
gobierno y estrecha sus márgenes de acción.
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