Jesús Cantú
CIUDAD DE MÉXICO (Proceso).- Hasta el momento, salvo la decisión de no asistir a la reunión con Donald Trump, todas las decisiones de Enrique Peña Nieto respecto a su trato con el flamante presidente de Estados Unidos han sido equivocadas y generaron impactos negativos, particularmente para México.
Haberlo invitado a visitar el país y darle trato
similar al de un jefe de Estado fue el primer gran error, que tuvo
varias consecuencias negativas; primero, porque lo recibió justo cuando,
como candidato republicano, aquél se encontraba en el nivel más bajo de
preferencia electoral y con una tambaleante campaña (Proceso 2079) –si
bien ésta no fue la única razón, sin duda contribuyó al triunfo de
Trump–; segundo, porque el mandatario mexicano violentó los principios
diplomáticos más básicos de no entrometerse en los procesos electorales
de otros países; tercero, porque contribuyó a demeritar más la ya de por
sí débil imagen presidencial ante el repudio generalizado que las
injurias de Trump provocaron entre los mexicanos.
Pero el cuarto
aspecto es el peor de todos, pues al contrario de lo que reiteran Peña
Nieto y el gestor de la reunión, Luis Videgaray, la visita, en lugar de
modular las intenciones del hoy presidente norteamericano, las exacerbó
al percibir la debilidad del gobierno mexicano, su pavor ante las
amenazas del entonces candidato y el grado de sumisión al que estaba
dispuesto a llegar.
Más allá de que ahora es más evidente que
Trump no escucha razones respecto de ningún asunto, simplemente impone
su voluntad al tomar conciencia de la actitud sumisa del gobernante
mexicano. De ahí que haya elevado sus demandas y sus ataques. Se ensañó,
pues, ante la debilidad de sus anfitriones, y ese mismo día dejo plena
constancia de ello en la conferencia de prensa conjunta, y todavía más
en el discurso de inicio de campaña en Arizona.
Ante la
indignación ciudadana, Peña Nieto tuvo que sacar de su gabinete a su
“vicepresidente económico” e interlocutor informal con la familia Trump
(Proceso 2080), Luis Videgaray, quien en los hechos se mantuvo siempre
cerca del gobierno y esperando el mejor momento para regresar. En la
víspera de la toma de posesión de Trump, nuevamente, como en septiembre
del año pasado, el gobierno de Peña Nieto decidió que la mejor forma de
tratar con el hoy presidente era colocando en la Secretaría de
Relaciones Exteriores al amigo de Jared Kushner, yerno de Trump y su
asesor especial en la Casa Blanca.
Lo que el presidente y
Videgaray consideraron como una muestra de buena voluntad, Trump lo leyó
como otra muestra de extrema debilidad y empezó a concretar sus
promesas de campaña. Hoy es más evidente que nunca que Trump se ensaña
con los débiles; como Peña y Videgaray se empeñaban en comunicarle su
debilidad, todas las declaraciones, decisiones y acciones de Trump
tenían exactamente el efecto contrario al que esperaban.
En la
misma dinámica, de inmediato, se aprestaron a concretar primero la
visita de dos secretarios de Estado (Luis Videgaray, de Relaciones
Exteriores, e Idelfonso Guajardo, de Economía) a Washington para
dialogar con los asesores presidenciales de Trump sin agenda previa,
como si el gobierno mexicano fuese el interesado en renegociar el
Tratado de Libre Comercio y discutir la construcción el muro.
No
conformes con eso, programaron una visita del presidente Peña Nieto para
el martes 31 de enero, pero incurrieron en un error de kínder al no
tener acuerdos previos que les garantizaran que, en el peor de los
casos, regresarían con algunas noticias tranquilizadoras, y, en el
mejor, que habían logrado transmitir sus inquietudes a Trump y éste
aceptaba discutir sus políticas con las autoridades mexicanas.
Nuevamente
Trump se aprovechó de la actitud mexicana, y mientras los secretarios
mexicanos volaban al vecino país, él anunciaba que al día siguiente (en
el momento en el que Videgaray y Guajardo estuvieran en la Casa Blanca)
estaría firmando el decreto administrativo para iniciar cuanto antes la
construcción del muro en la frontera con México.
Pero la gran
ofensa no agravió a los ministros mexicanos, que continuaron sin cambios
su agenda. Incluso Videgaray se vanagloriaba por la noche de que había
habido avances en su diálogo con las autoridades estadunidenses. Peña
Nieto tímidamente se atrevió a manifestar que lamentaba y reprobaba la
construcción del muro y a reiterar que los mexicanos no pagaríamos por
ello. Esa sola manifestación provocó la reacción airada de Trump, quien
vía twitter le manifestó que si se negaba a pagar el muro era mejor que
no lo visitara.
Ante ello Peña Nieto no tuvo otra opción que
cancelar su visita; pero el hecho de que los dos secretarios continuaran
con su agenda en Washington hasta la tarde del jueves 26 evidencia
nuevamente la sumisión del gobierno mexicano, pues en el momento en el
que se anunció la cancelación de la visita, también se debió ordenar el
regreso inmediato de los dos altos funcionarios mexicanos para revisar
la posición de México frente a las agresiones del nuevo presidente de
Estados Unidos.
Si el día de su toma de posesión como secretario
de Relaciones Exteriores Videgaray dijo que llegaba a este puesto a
aprender, en su primera misión importante como titular de la dependencia
mostró su incapacidad para ello. No solamente fracasó en su intento de
negociación con el gobierno encabezado por Trump, sino que provocó una
nueva humillación al gobierno mexicano.
La cancelación de la
visita no basta. México tiene que diseñar e implementar una estrategia
totalmente distinta a la que ha seguido hasta ahora, y Videgaray ya
demostró que es incapaz de hacerlo. Aunque parezca apresurado, después
de que apenas el 4 de enero nombró a Videgaray como secretario de
Relaciones Exteriores, Peña Nieto tiene que designar a alguien conocedor
de las prácticas diplomáticas, provisto de sólidas habilidades de
negociación y con un carácter templado que le permita enfrentar la
ofensiva del vecino del norte.
La presencia de una amenaza
extranjera es el mejor elemento para lograr la unidad nacional, pero no
cuando lo que guía las acciones para enfrentarla es la sumisión. El
enemigo es poderoso y la respuesta es titubeante y equivocada. Si Peña
Nieto quiere concluir su mandato, le urge un secretario de Relaciones
Exteriores, pues los dos últimos que han pasado por ese despacho no han
fungido como tales.
Este análisis se publicó en la edición 2100 de la revista Proceso, del 29 de enero de 2017.
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