Víctor M. Toledo
La Jornada
Trump contra los
mexicanos. Trump contra los europeos (y especialmente contra la
canciller alemana y contra la OTAN) y contra los musulmanes
(especialmente los de Irak, Irán, Libia, Somalia, Sudán, Siria y Yemen).
Trump contra los palestinos y contra los negros (recuérdese que
cuestionó por meses la nacionalidad de Obama). Trump en favor de la
tortura (véase su entrevista para ABC). Trump contra los inmigrantes y
los refugiados. Trump contra las mujeres (y notablemente contra las más
libres, valientes e inteligentes, como la actriz Meryl Streep o la
cantante Madonna). Trump contra la prensa y los periodistas (a quienes
considera los
seres más deshonestos del mundo). Trump, contra la ciencia y contra humanidad futura porque declara que los impactos de la civilización industrial sobre el equilibrio ecológico del planeta son falsos, y el calentamiento global una ficción. ¡Trump contra el mundo! ¿Quién puede garantizar que estamos ante un individuo mentalmente sano?
A sólo 10 días de haberse convertido en presidente del imperio más
poderoso de la historia (en lo económico, lo tecnológico y lo militar),
Donald Trump se sigue comportando como candidato; es decir, es incapaz
de matizar su cambio de posición, y arremete contra todo y contra todos
los que se oponen a sus decisiones o a sus creencias. A la afirmación de
Paul Krugman, premio Nobel de Economía, de que el nuevo presidente y su
equipo no son sino
niños mimados jugando con armas cargadas, ha seguido la declaración y diagnóstico del siquiatra John D. Gartner, reconocido profesor de la Escuela de Medicina de la Universidad Johns Hopkins. El profesor Gartner, rompiendo un principio del código de ética establecido por la Asociación Estadunidense de Siquiatría, decidió hacer pública su opinión acerca del estado mental de Trump. Según él, el presidente 45 de Estados Unidos “…está peligrosamente enfermo mentalmente y es temperamentalmente incapaz de funcionar como presidente”, porque presenta síntomas de comportamiento antisocial, agresividad, paranoia, grandiosidad, manipulación, egocentrismo y especialmente de narcisismo maligno. Esta última enfermedad, descubierta por el siquiatra Otto Kernberg en 1984, se caracteriza por un deseo patológico de grandiosidad y búsqueda del poder, gozo sádico y una ausencia de conciencia.
Estupefacto, el mundo se pregunta una y otra vez cómo es que Trump ha
logrado escalar hasta el puesto más alto, cómo logró saltar todos los
mecanismos de seguridad, de un sistema democrático que se supone estaría exento de disrupciones y anomalías. La misma pregunta puede hacerse en torno a otros dirigentes actuales y pasados. Los sicópatas explícitos o implícitos que han llegado al poder parecen cada vez más frecuentes. Ahí están Berlusconi (Italia), Kim Jong-un (Corea del Norte), Abdalá Bucaram (Ecuador), y tantos dictadores y presidentes africanos o asiáticos.
México no se queda atrás: todo mundo supo de la dependencia de
Vicente Fox por los barbitúricos y de Felipe Calderón por el alcohol.
Las mayores tragedias de la humanidad se han provocado por la toma del
poder por la locura. La lista es larga a través de la historia.
Pero, en realidad, el examen siquiátrico no habría que hacerlo a
Trump (o solo a él), sino a los 61 millones de estadunidenses que lo
favorecieron con su voto. La locura no sólo está en un individuo, sino
en todos aquellos ciudadanos incapaces de detectar lo sano de lo
patológico, de distinguir los valores y de tomar decisiones colectivas
congruentes. Como ha sucedido a lo largo de la historia humana, se trata
de poner en la balanza el egoísmo (individual, familiar, grupal) de una
parte y el altruismo y la solidaridad por lo colectivo de la otra. Al
menos la mitad de una sociedad que se considera la más desarrollada,
avanzada o civilizada, optó por lo primero. El fenómeno Trump ha
propiciado que el escenario se derrumbe. Estados Unidos, la cumbre del
mundo libre, capitalista, individualista y triunfador, ha mostrado su
verdadera cara. La bonanza material, el consumismo, la tecnología y el
confort, que deberían gestar una sociedad madura en cuanto a su propia
gobernanza, ha dado lugar a una turbulencia cuyas consecuencias nadie
puede prever. Mientras, el poder de la locura puede llegar tan lejos
como se lo deje(mos). Mientras, los códigos nucleares que pueden activar
instantáneamente 50 misiles y en menos de una hora extinguir millones
de vidas, estarán al alcance de las manos de una mente insana.
El sistema de comando y control nucleares pone extrema presión sobre
cientos de operadores militares, pero una demanda total sobre el
presidente de Estados Unidos. Y en medio de una crisis ese sistema puede
generar información incierta, confusión y aún errores o fallas, según
lo advierte Bruce G. Blair, profesor sobre temas de seguridad de la
Universidad de Princeton y fundador de Global Zero (ver).
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