CIUDAD
DE MÉXICO (apro).- Durante muchos años la corrupción y los abusos de
poder de la clase política mexicana han minado la credibilidad y
confianza ciudadana en todas las representaciones de autoridad y
gobierno. Al mismo tiempo, han creado las condiciones propicias para
permitir la proliferación de los peores gobernantes, y también la
multiplicación del crimen organizado, factores que han roto el tejido
social.
Esta situación genera graves riesgos de inestabilidad
social e ingobernabilidad en un contexto de crisis interna a la que
ahora se añade el factor Donald Trump, que ha cimbrado al débil
gobierno de Enrique Peña Nieto y ha generado incertidumbre y temor entre
la sociedad mexicana.
El distanciamiento entre la llamada clase
política y la sociedad civil es más que evidente y se debe, sobre todo, a
la corrupción que ha prevalecido entre gobernantes, autoridades e
integrantes de todos los partidos políticos. También a los abusos de
poder que han cometido con toda impunidad, enriqueciéndose ellos y sus
familias, o ligándose a empresarios y a grupos criminales, en este
último caso creando una nueva forma de gobierno que es el narco Estado.
Corrupción
y abusos de poder es el binomio que provocó la derrota del PRI en siete
de 12 estados en 2015 y que probablemente hará lo mismo en 2018.
También es lo que ha ocasionado las últimas manifestaciones en todo el
país a raíz del aumento de la gasolina, que aminoraron temporalmente por
la estrepitosa llegada de Trump a la Casa Blanca anunciando la
construcción de un muro fronterizo, la cancelación del TLC, la expulsión
de millones de indocumentados y la imposición de aranceles a los
productos mexicanos que ingresan al mercado estadunidense.
Este
enojo social acumulado también alcanza a cierta parte de la prensa y
algunos periodistas que igualmente se han vuelto cómplices de la
corrupción y son favorecidos por los abusos del poder al dedicarse a
vender su pluma al mejor postor. Ayer al PAN, cuando arribó al poder
presidencial; hoy al PRI, que regresó a Los Pinos, y mañana a quien gane
la elección de 2018.
La corrupción ha tenido un costo económico
gigantesco para el país. En México las pérdidas económicas por la
corrupción equivalen a 10% del PIB nacional, es decir, 920 mil millones
de pesos, según estimaciones que el año pasado hizo Gustavo de Hoyos,
presidente de la Confederación Patronal de la República Mexicana
(Coparmex).
En tanto, la impunidad en la clase política y
gobernante es el motor que ha propiciado el crecimiento de la violencia
en todo el país, pues al no aplicarse la justicia para gobernantes y
autoridades corruptas, se da una señal a los criminales de que pueden
hacer lo que quieran sin que los alcance la justicia.
Y en
vísperas de los comicios de 2018, cuando se elegirá al nuevo Presidente
de la República y se renovará el Congreso, 12 gubernaturas, 388
diputaciones locales y 965 ayuntamientos, la corrupción que no se acaba y
la impunidad que persiste en la clase política son bombas de tiempo que
pueden estallar en movimientos sociales organizados o espontáneos.
Los
conflictos sociales en el país no han disminuido y se extienden a otros
ámbitos. El año pasado, Víctor Toledo, investigador de la Universidad
Nacional Autónoma de México (UNAM), enumeró 420 conflictos
socioambientales, la mayoría relacionados con minería, energía y agua en
comunidades campesinas e indígenas del país.
Por otro lado,
basado en datos oficiales, el reportero de la revista Proceso, Arturo
Rodríguez, reportó 256 conflictos sociales sin resolver, que van desde
guerrillas hasta protestas mineras, guardias comunitarias a
paramilitares, y movilizaciones estudiantiles a desaparición de
activistas.
Esto es lo que hay detrás de lo que el presidente
Peña Nieto llamó “mal humor social”, y que en un contexto de crisis
estructural puede derivar en estallidos sociales.
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