Vitral | Javier Solórzano
No levanta emociones el Bicentenario porque el estado de las cosas nos tiene abrumados. Está difícil pensar en otros tiempos, cuando el nuestro está cargado de confrontaciones, desigualdades, incredulidad y, sobre todo, de desesperanza. Las festividades han sido un dolor de cabeza para más de alguno. Se cierran calles, el tránsito se vuelve inaguantable, a lo que se suma la gran cantidad de obras interminables, como sucede en el DF y Guadalajara.
Es difícil ver el pasado cuando tenemos el presente que tenemos, el cual augura un incierto futuro. Para nuestro país, el Bicentenario se ha convertido, más que en un recuerdo y una fiesta del pasado y de nuestra historia, en un “debe” que pasa a segundo plano, un jubiloso recuerdo. Varios países latinoamericanos llevan años organizando sus bicentenarios. Argentina, por ejemplo, lleva 10 años organizando “su” bicentenario, el cual ha sido pensado como una fiesta de la reflexión, análisis, recuerdos, y diversión. La importancia que le han concedido tiene como eje central el que tenga que ver auténticamente con los argentinos.
Ni el bicentenario ni el centenario han sido vistos como propios en nuestro país. Pueden tener que ver con el imaginario colectivo, una especie de memoria colectiva, pero de ahí no pasa. No trasciende a las festividades de no ser que les pase por enfrente la “fiesta” encargada a chinos y australianos.
Lo que define estos tiempos es la desesperanza. Las actuales condiciones de vida y los estados de ánimo que nos están abrumando, no dan espacio para mirar lo que nos rodea de otra manera. La desesperanza tiene su razón de ser. Somos hoy una nación confrontada y atrapada en su pasado. Nadie piensa el futuro porque nadie puede deshacerse del rijoso pasado y del turbio e ininteligible presente. Estamos por momentos hartos de nosotros mismos, y esto es lo peor que nos puede pasar. No vemos el futuro porque a como dé lugar nos quieren imponer su visión del pasado y presente. Todo se ve de manera unilateral, y la convicción democrática se diluye en medio de un juego de vencidas en donde quien hoy es ganador, mañana puede ser el nuevo derrotado.
No hay futuro porque nos abruma la desesperanza, y porque hemos empezado a dejar de creer y querer lo que nos rodea, que finalmente es el país mismo. Estamos entrampados entre historias reales y ficticias. Pareciera que necesitamos de temblores, inundaciones o cosas parecidas para vernos unos a otros. Últimamente, hasta en esto andamos fallando. La atención a las inundaciones en Veracruz navega entre la falta de solidaridad y las sospechas de mal uso de los recursos para los damnificados. Veremos si los spots “no sexys” de Ana de la Reguera cambian las cosas.
No estamos para celebrar el presente. Pero debemos ser capaces de reconocer nuestro pasado en la reflexión y la fiesta. Hasta ahora vamos encaminados hacia un Bicentenario frío y lejano, que no tiene que ver con lo que hace 200 y 100 años construyeron mexicanas y mexicanos, las cuales, si algo hicieron, fue vencer su presente para diseñar el futuro.
¡OUUUUCHCHC! Es muy serio el tema de trata de personas como para que termine en una bronca particular.
Es difícil ver el pasado cuando tenemos el presente que tenemos, el cual augura un incierto futuro. Para nuestro país, el Bicentenario se ha convertido, más que en un recuerdo y una fiesta del pasado y de nuestra historia, en un “debe” que pasa a segundo plano, un jubiloso recuerdo. Varios países latinoamericanos llevan años organizando sus bicentenarios. Argentina, por ejemplo, lleva 10 años organizando “su” bicentenario, el cual ha sido pensado como una fiesta de la reflexión, análisis, recuerdos, y diversión. La importancia que le han concedido tiene como eje central el que tenga que ver auténticamente con los argentinos.
Ni el bicentenario ni el centenario han sido vistos como propios en nuestro país. Pueden tener que ver con el imaginario colectivo, una especie de memoria colectiva, pero de ahí no pasa. No trasciende a las festividades de no ser que les pase por enfrente la “fiesta” encargada a chinos y australianos.
Lo que define estos tiempos es la desesperanza. Las actuales condiciones de vida y los estados de ánimo que nos están abrumando, no dan espacio para mirar lo que nos rodea de otra manera. La desesperanza tiene su razón de ser. Somos hoy una nación confrontada y atrapada en su pasado. Nadie piensa el futuro porque nadie puede deshacerse del rijoso pasado y del turbio e ininteligible presente. Estamos por momentos hartos de nosotros mismos, y esto es lo peor que nos puede pasar. No vemos el futuro porque a como dé lugar nos quieren imponer su visión del pasado y presente. Todo se ve de manera unilateral, y la convicción democrática se diluye en medio de un juego de vencidas en donde quien hoy es ganador, mañana puede ser el nuevo derrotado.
No hay futuro porque nos abruma la desesperanza, y porque hemos empezado a dejar de creer y querer lo que nos rodea, que finalmente es el país mismo. Estamos entrampados entre historias reales y ficticias. Pareciera que necesitamos de temblores, inundaciones o cosas parecidas para vernos unos a otros. Últimamente, hasta en esto andamos fallando. La atención a las inundaciones en Veracruz navega entre la falta de solidaridad y las sospechas de mal uso de los recursos para los damnificados. Veremos si los spots “no sexys” de Ana de la Reguera cambian las cosas.
No estamos para celebrar el presente. Pero debemos ser capaces de reconocer nuestro pasado en la reflexión y la fiesta. Hasta ahora vamos encaminados hacia un Bicentenario frío y lejano, que no tiene que ver con lo que hace 200 y 100 años construyeron mexicanas y mexicanos, las cuales, si algo hicieron, fue vencer su presente para diseñar el futuro.
¡OUUUUCHCHC! Es muy serio el tema de trata de personas como para que termine en una bronca particular.
La consolidación de la Independencia
José Antonio Crespo
Un primero y curioso intento autonomista lo dirigieron, en 1566, los dos hijos de Cortés (el legítimo y el ilegítimo).
Un primero y curioso intento autonomista lo dirigieron, en 1566, los dos hijos de Cortés (el legítimo y el ilegítimo).
El día de mañana, 11 de septiembre, se cumple un aniversario más de lo que debiera ser una fiesta nacional. ¿Por qué? La Independencia no fue un proceso único y continuado, sino una suma de procesos diferenciados y, a veces, antagónicos. Hubo antes del movimiento de Miguel Hidalgo otros intentos fallidos de independencia. El más conocido es el de 1808, conducido por el Ayuntamiento de la Ciudad de México, que involucró al virrey José Iturrigaray (quien fue depuesto mediante un golpe por un puñado de peninsulares). En 1799 surgió una "rebelión de los machetes" dirigida por Pedro Portilla, y cuyo estandarte fue también la Virgen de Guadalupe. Un primero y curioso intento autonomista lo dirigieron, en 1566, los dos hijos de Cortés (el legítimo y el ilegítimo). Defendían la Encomienda, cuando la corona abolió tan abusiva institución. Se quejaba el encomendero Gonzalo Gómez de Cervantes: "Los (peninsulares) que ayer estaban en tiendas y tabernas y en otros ejercicios viles, están hoy puestos y constituidos en los mejores y más calificados oficios de la tierra, y los caballeros y descendientes de aquellas gentes que la conquistaron y ganaron (los criollos), pobres, abatidos, desfavorecidos y arrinconados". Era el origen del nacionalismo criollo. La conjura fue descubierta, y sus cabecillas ejecutados, salvo los hijos de Cortés, que retornaron a España.
Más allá de esos intentos podemos distinguir tres etapas en la Independencia: el inicio (cuyo bicentenario conmemoramos este año), que fracasó militarmente, pues los realistas tuvieron siempre mejor organización, pertrechos y disciplina. Por ejemplo, en puente de Calderón (el Waterloo de Hidalgo), 100 mil insurgentes fueron avasallados por siete mil realistas (lo que no obstó para levantar ahí mismo un monumento conmemorativo, para celebrar esa debacle). La segunda etapa, la Consumación, se dio cuando las guerrillas insurgentes habían dejado de representar un desafío al régimen virreinal, pero el triunfo de los liberales en España amenazó con alterar el orden vigente. Los peninsulares y los criollos potencialmente afectados, conjuraron en La Profesa y determinaron, ahora sí, romper el vínculo con España, pero no para desmantelar el orden virreinal, como querían los insurgentes, sino para preservarlo. Se trató, pues, de un acontecimiento claramente diferenciado en propósitos y protagonistas respecto del estallido de 1810. Es decir, la Independencia no se dio gracias al movimiento armado de Hidalgo, sino a pesar de su derrota militar.
Un tercer momento, que debiéramos celebrar año con año, es la consolidación de la Independencia, que tuvo lugar cuando, en 1829, Fernando VII decidió enviar una expedición con el fin de reconquistar la Nueva España, suceso a partir del cual -calculaba con absoluta distancia de la realidad- recuperaría el resto de sus colonias americanas "y poner las cosas como estaban el año de 1640". Se encomendó al brigadier Isidro Barradas -llamado "el segundo Cortés" por la prensa española- desembarcar en Tampico, para desde ahí emprender la reconquista. Tocó en suerte a Santa Anna estar en su natal Veracruz cuando ocurrió el desembarco, por lo que, sin pensarlo, de inmediato se lanzó a la defensa de la nación con algunos uniformados y milicias cívicas de la región. Ayudado por las enfermedades costeras y los elementos (aguaceros torrenciales) pudo el jalapeño en poco tiempo forzar la rendición de Barradas. No fue sólo una batalla la que se ganó en esa ocasión (la de Tampico), sino una guerra contra España, que determinó que ésta jamás intentara nuevamente reconquistar su antigua colonia. Pocos años después, en 1836, se resignó a su pérdida y reconoció nuestra independencia. Por eso mismo es que tal suceso debe considerarse como la "Consolidación" de la Independencia. Si no se celebra anualmente, es porque la historia oficial, mezquina como es, no quiere reconocer gloria alguna al villano Santa Anna (por eso tampoco se celebra la Consumación de la Independencia, pues Iturbide también quedó en el averno histórico). Pero, con ello, se escatima al país una victoria contra el extranjero, como si nos sobraran. Algunos emprendedores ciudadanos tampiqueños decidieron hace poco reivindicar su triunfo para el pueblo tamaulipeco y celebran ya oficialmente (a nivel estatal) la consolidación de la Independencia cada 11 de septiembre.
Hubiera estado bien que en este año se reconociera esa fecha a nivel nacional (quizás ocurra en 2029), ahora que esa entidad padece una absoluta ausencia de autoridades, y está controlada por el crimen organizado.
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