María Teresa Priego
“Cada año 1.39 millones de personas en el mundo, en su mayoría mujeres y niñas, son sometidas a esclavitud sexual. Compradas, vendidas y revendidas como materia prima de una industria, como residuos sociales”, Lydia. Y: “La trata de personas —documentada en 175 naciones— revela la normalización de la crueldad humana y los procesos culturales que la han fortalecido”.
¿Existen libros imprescindibles? Sí. La investigación de Lydia. Libros que te arrancan de los ojos, la venda de negación ante lo que no soportamos. La trata de personas. La negación/banalización que permite que el horror suceda. Niña de tres años en venta en Camboya. Una indiferencia más otra. Una adolescente birmana secuestrada en un burdel tailandés. Un silencio más otro. Una pequeña maya y “su” cliente. Una complicidad más otra. Por un lado hambre, desprotección absoluta. Por el otro violencia. Voluntad de poder. Millones de dólares que circulan entre mafias.
“Las historias personales resultan fundamentales para medir la magnitud del fenómeno social y criminal. Entender cómo interioriza emocional y síquicamente el sufrimiento y la supervivencia una niña salvadoreña expuesta a varias violaciones al día en un prostíbulo; comprender cómo interioriza el miedo una pequeña de seis años de Brasil utilizada desde los cuatro años para producir pornografía infantil”. Lydia ha vivido el mundo investigando redes de trata. Con todos los riesgos. Las lenguas cambian. La impunidad de los criminales, el dolor de las víctimas cosificadas en la esclavitud sexual, la “normalización de la violencia” se asemejan. Intentar entender cada experiencia. E intentar decodificar los mecanismos culturales y sociales que subyacen como constantes.
El análisis es vasto: el intimismo del testimonio, denuncia de métodos para lavar dinero. Desentrañar la complejidad de la “aldea global” que agudizó el aislamiento de los vulnerables y la omnipotencia de las mafias. Rutas. Complicidad de bancos, policías, funcionarios. La violencia sexual contra las mujeres “del enemigo”, como arma de guerra, registro de supremacía en “limpiezas étnicas”.
Machismo. Misoginia. Feminidades de desecho. Universos cerrados en los que se explota a menores, a extranjeras: doblemente “otras”. Pero también se vende a la hija, hermanita, nieta. La imagen de sí misma que cada niña va construyendo en contextos de denigración. El “padrote” y la “madrota”. La manipulación sicológica: “Un buen padrote no debe de tardar más de dos semanas en convencer a la chava para que trabaje de prostituta. Cuando andas buscando mercancía se sufre”. Pobrecito. “Mercancía”.
Lydia analiza mecanismos que refuerzan la parálisis en la víctima: síndrome de Estocolmo, indefensión adquirida. Entrevista a creadores de refugios en distintos países. Rescatan con valentía pasmosa a las víctimas. “La superación del estrés postraumático de las niñas esclavas sexuales, puede durar hasta 10 años”.
Qui: “Yi Mam sacó consoladores de plástico. Nos llamó (las niñas), quedamos hincadas. ‘Esto es un hombre, mister daddy’”. “Un curso rápido de inglés consistía en que aprendieran a decir que una niña cuesta 30 dólares y dos niñas juntas 60”. “Un campesino vende cinco niñas menores de cinco años por cinco dólares cada una. Un bróker las revende por 30 dólares. El soldado que las reúne las revende a los traficantes de opio”.
“Arley, 19 años. Venezolana. Abraza a un conejito de peluche en el Centro Integral de Apoyo a la Mujer. Su cuello muestra las marcas de manos masculinas que intentaron estrangularla”. Enganchada por internet. Venir a México. Trabajar con una agencia de modelos. La despojaron de sus documentos. El CIAM la rescató de la cárcel. “El médico le había inyectado sobredosis de narcóticos ‘para tranquilizarla, gritaba que la habían secuestrado y violado’”.
¿Reglamentar la prostitución o abolirla? El significante “trabajo sexual” se reivindica desde reflexiones y activismos que consideran la reglamentación como garantía de un mínimo de seguridad y calidad de vida para las mujeres en el comercio sexual. Presupone que las mujeres “eligen”. Y que trata, explotación infantil y trabajo sexual son fenómenos diferenciables.
Lydia emplea el significante “prostitución”. “El argumento abolicionista se basa en la capacidad de las mujeres para tomar decisiones en un contexto cultural de sometimiento y desigualdad profunda. El 60% de las personas en el ámbito de la prostitución ingresaron entre 15 y 21 años, bajo engaños, amenaza y coacción… Quienes argumentan que la explotación sexual adulta, la adolescente y la infantil están quirúrgicamente separadas por la condescendencia de los tratantes y la libertad de las prostitutas se (llevarían) una verdadera sorpresa”.
Propone espacios de participación. Construir juntas/os contenidos distintos para las vivencias feminidad/masculinidad. La esperanza de las sobrevivientes: “Renacen ante nuestras miradas para darnos lecciones sobre cómo reinventar el alma”.
Escritora
¿Existen libros imprescindibles? Sí. La investigación de Lydia. Libros que te arrancan de los ojos, la venda de negación ante lo que no soportamos. La trata de personas. La negación/banalización que permite que el horror suceda. Niña de tres años en venta en Camboya. Una indiferencia más otra. Una adolescente birmana secuestrada en un burdel tailandés. Un silencio más otro. Una pequeña maya y “su” cliente. Una complicidad más otra. Por un lado hambre, desprotección absoluta. Por el otro violencia. Voluntad de poder. Millones de dólares que circulan entre mafias.
“Las historias personales resultan fundamentales para medir la magnitud del fenómeno social y criminal. Entender cómo interioriza emocional y síquicamente el sufrimiento y la supervivencia una niña salvadoreña expuesta a varias violaciones al día en un prostíbulo; comprender cómo interioriza el miedo una pequeña de seis años de Brasil utilizada desde los cuatro años para producir pornografía infantil”. Lydia ha vivido el mundo investigando redes de trata. Con todos los riesgos. Las lenguas cambian. La impunidad de los criminales, el dolor de las víctimas cosificadas en la esclavitud sexual, la “normalización de la violencia” se asemejan. Intentar entender cada experiencia. E intentar decodificar los mecanismos culturales y sociales que subyacen como constantes.
El análisis es vasto: el intimismo del testimonio, denuncia de métodos para lavar dinero. Desentrañar la complejidad de la “aldea global” que agudizó el aislamiento de los vulnerables y la omnipotencia de las mafias. Rutas. Complicidad de bancos, policías, funcionarios. La violencia sexual contra las mujeres “del enemigo”, como arma de guerra, registro de supremacía en “limpiezas étnicas”.
Machismo. Misoginia. Feminidades de desecho. Universos cerrados en los que se explota a menores, a extranjeras: doblemente “otras”. Pero también se vende a la hija, hermanita, nieta. La imagen de sí misma que cada niña va construyendo en contextos de denigración. El “padrote” y la “madrota”. La manipulación sicológica: “Un buen padrote no debe de tardar más de dos semanas en convencer a la chava para que trabaje de prostituta. Cuando andas buscando mercancía se sufre”. Pobrecito. “Mercancía”.
Lydia analiza mecanismos que refuerzan la parálisis en la víctima: síndrome de Estocolmo, indefensión adquirida. Entrevista a creadores de refugios en distintos países. Rescatan con valentía pasmosa a las víctimas. “La superación del estrés postraumático de las niñas esclavas sexuales, puede durar hasta 10 años”.
Qui: “Yi Mam sacó consoladores de plástico. Nos llamó (las niñas), quedamos hincadas. ‘Esto es un hombre, mister daddy’”. “Un curso rápido de inglés consistía en que aprendieran a decir que una niña cuesta 30 dólares y dos niñas juntas 60”. “Un campesino vende cinco niñas menores de cinco años por cinco dólares cada una. Un bróker las revende por 30 dólares. El soldado que las reúne las revende a los traficantes de opio”.
“Arley, 19 años. Venezolana. Abraza a un conejito de peluche en el Centro Integral de Apoyo a la Mujer. Su cuello muestra las marcas de manos masculinas que intentaron estrangularla”. Enganchada por internet. Venir a México. Trabajar con una agencia de modelos. La despojaron de sus documentos. El CIAM la rescató de la cárcel. “El médico le había inyectado sobredosis de narcóticos ‘para tranquilizarla, gritaba que la habían secuestrado y violado’”.
¿Reglamentar la prostitución o abolirla? El significante “trabajo sexual” se reivindica desde reflexiones y activismos que consideran la reglamentación como garantía de un mínimo de seguridad y calidad de vida para las mujeres en el comercio sexual. Presupone que las mujeres “eligen”. Y que trata, explotación infantil y trabajo sexual son fenómenos diferenciables.
Lydia emplea el significante “prostitución”. “El argumento abolicionista se basa en la capacidad de las mujeres para tomar decisiones en un contexto cultural de sometimiento y desigualdad profunda. El 60% de las personas en el ámbito de la prostitución ingresaron entre 15 y 21 años, bajo engaños, amenaza y coacción… Quienes argumentan que la explotación sexual adulta, la adolescente y la infantil están quirúrgicamente separadas por la condescendencia de los tratantes y la libertad de las prostitutas se (llevarían) una verdadera sorpresa”.
Propone espacios de participación. Construir juntas/os contenidos distintos para las vivencias feminidad/masculinidad. La esperanza de las sobrevivientes: “Renacen ante nuestras miradas para darnos lecciones sobre cómo reinventar el alma”.
Escritora
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