En México, los estudiantes se constituyeron en sujeto político desde los años 60. Primero fueron las huelgas de solidaridad con maestros, ferrocarrileros y médicos cuyos movimientos fueron reprimidos. La Central Nacional de Estudiantes Democráticos se formó a raíz de la intervención policiaca de 1963 en Morelia, cuando la derecha logró la salida del rector Eli de Gortari y la derogación de la ley orgánica votada por maestros y estudiantes, de la cual nació El programa de la Universidad Crítica y Científica que inspiró la reforma universitaria durante dos décadas. Entre 1963 y 1968 se formó una red de solidaridad en la cual participaban estudiantes de todo el país. La crónica no escrita de esos años de intensa actividad está en los informes policiacos y los voluminosos expedientes que se hallan en el Archivo General de la Nación y que aún no ha tocado los investigadores.
Los años de 1966 y 1967 fueron de creciente activismo estudiantil en Morelia, Hermosillo, Puebla, Monterrey, Durango, Tabasco, Chihuahua, Culiacán, Chapingo y la ciudad de México. Las protestas tomaron formas diversas. Pero en todas partes la respuesta fue la represión con intervención de la policía o los militares. El 6 de octubre de 1966, en Morelia, el ejército ocupó el Colegio Primitivo Nacional de San Nicolás de Hidalgo y de la Universidad Michoacana. En abril de 1968 los estudiantes de diferentes casas de estudio participaron en la Marcha de la libertad. Ésta siguió el derrotero de Miguel Hidalgo e incluía actos de lectura de los documentos que sellaron la Independencia de México. Hostigada, acusada del descarrilamiento de un tren, la marcha tuvo que dispersarse ante la amenaza de la intervención del Ejército.
Habiendo jugado un papel destacado en el 68, la comunidad académica de la Escuela Nacional de Economía se integró a esa revolución cultural. Formas de gobierno, planes de estudio, relaciones entre profesores y estudiantes, nuevas corrientes de pensamiento económico, ambiente intelectual y libertad de discusión, fueron temas abordados con entusiasmo y método por profesores y estudiantes. La naciente División de Estudios Superiores no podía permanecer al margen. Desde el inicio trató de ocupar su lugar en el proceso, poniendo énfasis en la formación de economistas al más alto nivel posible y en la discusión de los grandes problemas de México y América Latina, con la presencia de las voces más autorizadas.
Desde 1973, América Latina vivió un periodo muy agitado en el cual las esperanzas de cambio se mezclaban con el resonar de los sables en los palacios de gobierno. A los ascendentes movimientos populares, la reacción respondió brutalmente. Uno tras otro, Chile, Argentina, Brasil, Uruguay, fueron escenario de golpes de Estado y sangrientas represiones. México se transformó en una isla de paz y relativa tolerancia en medio de un mar de violencia reaccionaria. En aquellas circunstancias, el país adquiría un deber con la intelectualidad de Sudamérica: transformarse en la única plataforma desde la cual se podía alzar la voz del pensamiento crítico y la protesta contra los golpes de Estado y las dictaduras.
El 4 de marzo de 1972, José Luis Ceceña fue designado director de la Escuela Nacional de Economía por la Junta de Gobierno. El 1 de abril Enrique Semo fue nombrado jefe de la División de Estudios Superiores por el rector Pablo González Casanova. Inmediatamente me aboqué al diseño de los planes de estudio provisionales y a la búsqueda de un mínimo de infraestructura. Ceceña dio una ayuda entusiasta a todas las medidas que se tomaban. Tan pronto hubo estudiantes y maestros, cuatro meses después, se formó el Colegio Paritario de Profesores y Estudiantes de la División de Estudios Superiores (hoy División de Posgrado), que a partir de entonces debía aprobar cada paso adoptado. Antes de pasar al Colegio, las iniciativas se discutían en la comunidad de la División. El carácter colegiado impregnó la vida académica, las resoluciones eran compartidas y defendidas por todos o, al menos, por la mayoría de la comunidad. Más de 80 estudiantes, muchos de ellos maestros de la licenciatura, se presentaron a la primera convocatoria y 28 aprobaron el curso propedéutico.
Como parte de la revolución cultural, después de 1968, desde el punto de vista intelectual, la cultura marxista, neomarxista y crítica se volvió dominante en la UNAM y en otras universidades del país. El impacto sobre ciencias como historia, filosofía, sociología y ciencia política fue enorme. Cambiaron los temas de interés y lo que estudiantes y maestros leían. Las posiciones políticas del estudiantado se radicalizaron. La literatura marxista, francesa, inglesa y aun de los países del este de Europa tuvo un gran mercado que incluía a universitarios y a los maestros de primaria y secundaria que ayudaron a difundirla. La producción teórica mexicana de 1965 a 1985 llevaba la impronta de las diferentes escuelas del pensamiento marxista.
El primer plan de estudios de la maestría llevado a la Comisión de Planes de Estudio y Programas fue aprobado por el Consejo Universitario celebrado el 9 de febrero de 1973. Los objetivos de la nueva institución se definieron en los siguientes términos: La División de Estudios Superiores de la Escuela Nacional de Economía fue creada con el propósito de formar profesores, investigadores y profesionistas dotados de instrumentos analíticos y teóricos que les permitan resolver problemas con rigor científico y fundamentar la toma de decisiones en el campo de la política económica. La enseñanza se guiará por la necesidad de capacitar al estudiante a analizar distintos puntos de vista y formarse opiniones críticas sobre los problemas del desarrollo de México y América Latina
.
La meta prioritaria era formar profesores e investigadores, que no existía en el plan de licenciatura. Hay que subrayar la decisión “de capacitar al estudiante a analizar distintos puntos de vista y formarse opiniones críticas…” Estos dos objetivos fueron rigurosamente respetados y defendidos durante los primeros 10 años de labores por el grupo fundador y dieron a la nueva institución un carácter de universalidad, búsqueda intelectual e investigación científica, poco comunes hasta entonces. El grupo fundador de la División de Posgrado preferimos colocarnos dentro de la corriente del pensamiento económico latinoamericano, mientras otras instituciones mexicanas seguían la corriente anglosajona. El cambio producido por una División de Posgrado con esas características en la historia de la Escuela de Economía, no puede ser suficientemente destacado: durante décadas la Escuela había sido centro de formación de funcionarios públicos de los gobiernos del PRI. La ideología dominante era el nacionalismo revolucionario, los maestros más destacados eran altos funcionarios gubernamentales y las materias servían para formarlos. Después del surgimiento de la División esto cambió radicalmente: la investigación independiente y científica se impuso. Gran importancia tuvo el seminario general del doctorado, donde concurrían economistas, intelectuales de gran prestigio para exponer problemas actuales y participaban todos los doctorantes. Con este agregado se consolidó una orientación teórica bien definida, nunca excluyente. Confluían en ella marxistas de diferentes orientaciones, dependentistas, estructuralistas latinoamericanos, seguidores de corrientes alternativas a la escuela neoclásica (Kalecki, Steindl, Sylos-Labini, Sraffa), seguidores de diferentes interpretaciones de Keynes y discípulos de los Annales y Braudel. La División de Posgrado se sumergía de lleno en la revolución cultural iniciada por el movimiento del 68.
La situación coincidía con el paradigma de Max Weber sobre la diferencia entre política y ciencia. La política se propone acumular poder y la ciencia tiene como objeto buscar la verdad.
Las dos actividades se encuentran frecuentemente, pero jamás deben ser confundidas, sobre todo en un país como el nuestro, en que la política lo invade todo.
Con presiones de todos lados, la División en sus primeros 10 años de existencia y pese a sus críticos, nunca fue una escuela de cuadros para la izquierda ni continuó siendo un centro de formación de funcionarios públicos como había sido la Escuela de Economía en décadas anteriores. ¿Qué fue entonces? Nos propusimos crear un centro de investigación dándole a la Escuela de Economía una autonomía relativa de la política. Mantuvimos viva la tensión que supone el quehacer científico. No se logró crear una escuela de pensamiento propia, pero sí contribuir al examen de problemas medulares para México y América Latina. En una sociedad que Bauman califica de líquida, la verdad como objetivo de la ciencia social está rudamente cuestionada. Y en la época del Pensamiento Único la discusión abierta y la crítica de ideas como métodos de creación están mal vistas, pero sin ellas sólo hay discursos paralelos en los cuales verdad y error se confunden sin poder decantarse. Eso es también parte de la enseñanza de la revolución cultural del 68.
Otra vez coincido con Weber cuando advierte que sin pasión no hay ciencia. Que sin ella el científico jamás podrá sentir esta vivencia, esta embriaguez absurda para los profanos
… Continúa categórico, si no se tiene pasión [por la ciencia] no hay vocación y es necesario dedicarse a otra cosa
. En el periodo de fundación de la División de Posgrado hubo mucha pasión y entrega y me siento orgulloso de haber compartido los trabajos y los días
con personas movidas por un sentido de la vida que iba mucho más allá de sus intereses privados.
He releído parte de este libro porque recordé de mi primera lectura hace muchos años, el parecido del ámbito general del país en nuestros días, con aquel caos, con aquella manera de vivir en provincia y en todos los rincones o ciudades importantes del país, que según historiadores acuciosos, tras observar el enorme cuadro de depravación y de inmoralidad dijo: “¡Basta de este cuadro!”, en el cual, aun en el Ejército, privaban estos vicios, repito: como en los días que vivimos, véase, si no, el llamado cuarto Informe de Gobierno.
Revisar el informe del presunto estado que guarda la administración pública federal al día de hoy produce una enorme intranquilidad. No sólo por la lacerante realidad que refuta cada palabra, sino por la incapacidad para reconocer los yerros cometidos, que se suma a la ya existente incapacidad para resolver los problemas, responsabilidad del gobierno.
Decirle al pueblo que “vamos por el camino correcto” y que “todo está bien” no resuelve la pérdida del empleo sostén de una familia, la indignación del ciudadano que padece la corrupción cotidiana de los cuerpos policiacos, el dolor de unos padres enlutados por el asesinato de sus hijos, muertos supuestamente “por error” a manos de soldados; tampoco resuelve la zozobra de miles de mexicanos que temen por igual al delincuente sanguinario que al policía corrupto y al Ejército, que presuntamente debería de servirles.
No es la delincuencia el principal dilema de nuestro país; esa es la premisa de quienes ven el terrible problema de la inseguridad como el manto que puede cubrir su incapacidad, su ilegitimidad y las ilicitudes que van sembrando en el mal ejercicio de su encargo. No; el principal problema de nuestro país es la corrupción que no permite que ningún cuerpo policiaco o el propio Ejército, detengan los delitos que dañan a la población; que impide una recta procuración de justicia en donde las cárceles están llenas, en su mayoría, de pobres y de inocentes, pero nunca de funcionarios corruptos e influyentes; que frente a tragedias como la de la guardería ABC, las desapariciones de miles de personas, las cotidianas agresiones a migrantes, las cuales tuvieron su corolario con el asesinato de 72 de ellos en Tamaulipas, sólo se escuchen discursos inocuos y actos desesperados para que los responsables terminen no teniendo la culpa.
Pero esa corrupción no campea sola en la vida del pueblo mexicano; la acompaña la simulación de que no pasa nada, de que todo está bien, de que el asesinato de civiles inocentes por balas del Ejército son “daños colaterales”; de que la guardería se incendió sola; de que se está combatiendo correctamente al crimen organizado; de que la presencia del Ejército en las calles haciendo labores de policía es constitucional; en fin, de que el pueblo mexicano vive mejor hoy que hace cuatro años.
La similitud de las terribles condiciones de vida del pueblo mexicano y la creciente descomposición social y política que le acompaña con la situación previa al estallido de la Revolución Mexicana, me regresa a la añoranza de personajes y luchadores como Salvador Alvarado, pero también a la confianza y optimismo de que aun en los peores momentos, el pueblo mexicano ha logrado antes —y seguramente lo logrará ahora— avanzar a su autoorganización y a encontrar líderes combativos, honestos y con visión de futuro, construyendo el programa alternativo, como lo fue, en su momento, Salvador Alvarado.
Dirigente del Comité ¡Eureka!
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