1/09/2011

La tragedia de Ciudad Juárez


Gustavo de la Rosa H.

Cómo se le ocurre a Barry McCaffrey compararnos con Afganistán; seguramente no conoce Juárez: la industria maquiladora donde hay 185 mil trabajadores, los miles de cruces fronterizos diarios, la Universidad... Juárez es una ciudad pujante, y hasta hay quien propone que “se deben controlar las ediciones de los periódicos que hablan mal de Juárez”.

Cada vez que el diario EL UNIVERSAL aborda el tema de Juárez, hay voces de protesta porque están desprestigiando a la ciudad. Y es que resulta muy difícil para alguien que no es de la frontera norte comprender por qué en una ciudad de unos 15 millones, como lo es la zona metropolitana del Distrito Federal, hubo en 2010 alrededor de 2 mil homicidios y en cambio en Juárez, con un millón 300 mil habitantes, tengamos 3 mil 100 o 3 mil 200 —son tantos los muertos que ni siquiera se pueden poner de acuerdo en una sola cifra—. A los juarenses no nos queda otra salida que oír los lamentos de quienes han dejado hundir el barco y ver que no lo pueden sacar a flote a baldazos.Pero, en la entrevista al ex “intocable” de Estados Unidos (así designan ellos al máximo jefe de la lucha antidrogas), hay un párrafo que es fundamental subrayar: “México debe esperar, debe demandar la total cooperación y apoyo de EU y la comunidad internacional.

Esto no es un problema que solamente México está haciendo; otros han contribuido, Estados Unidos con dinero de las drogas y armas automáticas. Y México debe esperar la legitimación y el apoyo de la comunidad internacional”.Efectivamente, desde el lugar inimaginable pero real a que se refiere, vemos cómo la demanda de la verdadera ayuda internacional no se da con la seriedad y energía necesarias; es más, los políticos de los diferentes partidos continúan con sus riñas domésticas sin sentido y poses demagógicas que los exhibe como inhumanos, insensibles e ignorantes, y vemos cómo el problema se les ha escapado de las manos. Vivir esto es muy diferente de analizarlo. Advertimos que no se necesita sólo ayuda monetaria; se necesita una participación responsable para enfrentar al mal; se necesita una verdadera operación internacional de rescate en los terrenos económico, social, policiaco, cultural, un verdadero plan de solidaridad entre naciones, pues México y Centroamérica no pueden solos, entendiendo con los límites de la soberanía de cada país.

La sociedad estadounidense es la que provee de dinero a las mafias de narcotraficantes al comprarles la mercancía, y además ellos reciclan parte de ese dinero al venderles las armas y equipos que usan en su guerra. También ellos son los que venden las armas al gobierno de México para que sostenga esta lucha en nuestro territorio.En esta guerra hay ganadores y viven en EU, justo es que sean partícipes en las acciones necesarias para rescatar a México de la violencia infernal que vivimos. Sin embargo, adoptan con frecuencia poses pontificias para criticar a “los corruptos mexicanos”, y esas actitudes las vemos de diario y nos ofenden profundamente, porque los vemos criticándonos mientras los dealers, en cualquier esquina del centro, venden mariguana de Gómez Palacio.Se necesita que los representantes de México demanden esa corresponsabilidad y trabajen por el respaldo internacional como por una campaña electoral.

El enemigo no es sólo la delincuencia organizada, pues enfrentamos un proceso de aceptación de la impunidad y de la violencia, y hablando en términos globales, ya en Europa comienza la provisión de recursos a los narcos mexicanos.Por eso subrayo la afirmación de Barry McCaffrey, porque es injusto que para que ellos vivan en el cielo naranja de las drogas y las armas nosotros nos hundamos en el infierno de la realidad.Visitador de la Comisión Estatal de Derechos Humanos de Chihuahua

Violencia imparable: ¿hasta cuándo?

Editorial La Jornada

Con los 56 asesinatos que se registraron ayer en diversas entidades del territorio nacional –27 de ellos en Acapulco, Guerrero– se completa uno de los inicios de año más sangrientos en los últimos tiempos, con un aproximado de 300 muertes en ocho días, cifra que incluso rebasa el número de ejecuciones ocurridas durante el mismo lapso de 2010 (alrededor de 280). Se asiste, pues, a la superación numérica de una cuota de violencia que parecía insuperable, y que en el último año alcanzó un ritmo de más de mil asesinatos en promedio al mes, según se desprende de las propias cifras oficiales.

En lo que va de la presente administración, ninguna de las medidas anunciadas y adoptadas por el gobierno federal ha logrado contrarrestar la angustiosa inseguridad que padece la población, y que se expresa en actos de creciente crueldad y salvajismo: antes al contrario, se extiende entre la gente la percepción de que los elementos centrales de la actual estrategia gubernamental contra el crimen organizado –empezando por el despliegue masivo de efectivos policiales y militares en diversas entidades– han tenido efectos contrarios a los perseguidos, y han exacerbado las manifestaciones de una criminalidad que se hace presente, en formas cada vez más atroces, en casi todos los puntos del territorio nacional.

En tal circunstancia, la insistencia del discurso oficial en la necesidad de modificar la percepción pública en materia de seguridad –retomada por Felipe Calderón hace unos días, cuando demandó a cónsules y embajadores de nuestro país poner en perspectiva la violencia que se vive en México– resulta tan improcedente como las peticiones, abiertas o veladas, del poder público a la sociedad para que ésta se resigne a una continuidad de la violencia por muchos años: en uno y otro casos, el gobierno federal pasa por alto los múltiples indicios que apuntan a la imposibilidad de que el gobierno federal gane la guerra contra la delincuencia que él mismo decretó hace cuatro años. Tampoco sirve de mucho presentar como indicadores del éxito de la actual estrategia antidrogas las capturas o muertes de presuntos capos, como hizo recientemente el mandatario: el hecho es que ni la persecución gubernamental ni las mortíferas disputas entre estamentos delictivos, o entre éstos y las fuerzas públicas, han hecho mella en los grupos criminales que bañan de sangre el territorio y desafían al Estado en forma cada vez más inequívoca y resuelta.

El manifiesto fracaso de la actual política de seguridad pública no admite ya otro rumbo de acción que la revisión autocrítica y honesta de la misma por parte del gobierno federal, el reconocimiento de la complejidad y la dimensión del problema que se enfrenta, y el correspondiente viraje en los planteamientos y las acciones orientadas a combatir la criminalidad: en la hora presente, el esfuerzo básico y principal de las autoridades debe concentrarse en impedir que los asesinatos, los levantones, los atropellos cometidos por todos los bandos y la inseguridad sigan flagelando a la población, y esa tarea debe concretarse no dentro de unos meses o dentro de unos años, sino en lo inmediato.

No hay comentarios.:

Publicar un comentario