Jorge Eduardo Navarrete
En 2020, la Organización de
Países Exportadores de Petróleo (OPEP), el otrora poderoso cártel de
cuyas acciones todo mundo vivió pendiente los tres pasados decenios del
siglo, alcanzará el sexagésimo aniversario de su fundación. Llega a esta
fecha miliar tras una prolongada crisis que puso en peligro su
continuada supervivencia y afectó enormemente su eficacia como arma de
productores y exportadores en el mercado mundial del hidrocarburo. En
buena parte del bienio 2014-16 la OPEP fue testigo impotente de la mayor
y más aguda caída continua de las cotizaciones internacionales del
crudo. Como acaba de decirlo en Viena el presidente de la conferencia de
la organización,
el precio de referencia de la canasta de crudos de la OPEP cayó en la extraordinaria proporción de 80 por ciento entre junio de 2014 y enero de 2016, lapso en el que
los inventarios comerciales de crudo de la OCDE excedieron hasta por un máximo de 403 millones de barriles su nivel promedio quinquenal, a resultas de que entre esos años
la oferta mundial de petróleo creció en 5.8 millones de barriles diarios, muy por encima del aumento registrado por su demanda global, que fue de sólo 4.3 mmbd. En otras palabras, la OPEP fue incapaz de cumplir las dos funciones centrales de todo cártel: controlar la oferta y sostener los precios.
De alguna manera, la recuperación de la OPEP ha consumido los pasados
dos últimos años y parece haber alcanzado una primera culminación la
semana pasada en las conferencias de otoño de 2019 en Viena, sede de la
Organización: la 177de los miembros de la OPEP, el 5 de diciembre, y la 7
entre éstos y los productores no-OPEP. Recuérdese que, a partir del
otoño de 2016, la OPEP decidió acudir de nuevo –tras ocho años de
interrupción– a las reducciones controladas de oferta como principal
instrumento de acción, aunque sin aceptar por presiones políticas que
restablecía el sistema de
cuotas nacionales, motivo de graves controversias que le ganaron fama de
club conflictivo y rijoso. Procuró, además, hacerlo en compañía de una docena de exportadores no-OPEP, siendo la Federación de Rusia el de mayor ponderación entre ellos. Estos dos factores –el control del volumen de oferta, por una parte, y, por otra, la cooperación entre los trece o catorce asociados a la OPEP y un número similar de productores no-OPEP– han sido uno de los dos factores determinantes, del lado de la oferta, de la marcha del mercado petrolero mundial. (El otro ha sido, por supuesto, el muy dinámico comportamiento de la producción estadunidense de petróleo no convencional – shale oil).
Las consecuencias de la estrategia de contención de oferta y
cooperación con productores no-OPEP han sido mixtas. Por una parte, se
redujo en buena medida la volatilidad extrema de las cotizaciones, al
aliviarse, al menos un tanto, la incertidumbre. Por otra, parece haberse
provocado un ciclo semestral de las cotizaciones, ligado a las
decisiones de las conferencias OPEP/no-OPEP. El alza (del orden de 20
por ciento) derivada del acuerdo inicial de fines de 2016, se disipó en
año y medio por la debilidad de la demanda. Hubo que esperar a finales
de 2018 para que un nuevo recorte, compartido por ambos grupos, diese
lugar a mayor estabilidad y cierta recuperación, que, de nuevo, duró
poco. Ahora, a finales de 2019, se conviene en un recorte modesto (500
mil barriles diarios), que se suma a los antes decididos.
Al añadir medio millón de barriles a la reducción de 1.2 mmbd
decidida en diciembre de 2018 se busca ejercer un impacto mayor y más
duradero en el mercado y las cotizaciones. Se trata de llevarlas de la
franja de los 50 dólares por barril, a la de 65 a 75 dólares e incluso
80. Este último tramo, sin embargo, reavivaría los episodios de exceso
de oferta y las debacles de años pasados, sobre todo ante la perspectiva
de otro periodo prolongado de crecimiento global lento y, por tanto, de
escaso aumento de la demanda de petróleo.
Subrayadas por diversos analistas del mercado petrolero, los acuerdos
de Viena encierran algunas cuestiones que deben ser consideradas. El
hecho de que se apliquen sólo al periodo enero-marzo, apenas al primer
trimestre de 2020, no condice con su ambición mucho más amplia. Revela,
más bien, el deseo colectivo de mantener una perspectiva incierta bajo
una vigilancia continua. Habrá nuevas reuniones técnicas y ministeriales
de la OPEP y de los productores cooperantes en la primera semana de
marzo. Se ha hecho notar que para entonces el comportamiento del mercado
difícilmente habrá tenido oportunidad de reflejar cualquier efecto del
recorte de producción ampliado y que los países comprometidos quizá no
hayan concluido los ajustes necesarios para ponerlo en práctica.
Los comunicados de las conferencias de Viena, por otra parte, señalan que
el cambio climático, la protección ambiental y el desarrollo sustentable son preocupación centralde todos los firmantes. Habrá que observar su conducta en cuanto a las acciones de abatimiento de emisiones de carbono.
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