Lecciones para México
Hace unas semanas tuve
la oportunidad de ir a Brasil a un congreso internacional de la
Asociación Latinoamericana de Historia del Pensamiento Económico
(ALAHPE). Aproveché el tiempo para conversar con algunos compañeros
brasileños de sobre temas políticos. Yo estaba interesado en saber
cuáles habían sido los principales errores que cometieron Luis Inacio
“Lula” da Silva y Dilma Rousseff en sus respectivos gobiernos. Errores
que fueron abriendo camino al auge de la extrema derecha brasileña. Es
crucial entender el fenómeno Bolsonaro pues, tal y como me lo
describieron allá, es como tener a un Javier Lozano (del PRI) en el
poder pero en versión militar. Es decir, un tipejo que no tiene el más
mínimo nivel argumental y que sólo se centra en descalificaciones
fáciles y viscerales que apelan a los prejuicios más jodidos de la gente
(raciales, machistas y de clase).
Los errores podrían agruparse en las siguientes categorías:
1) sobre la relación de los gobiernos progresistas con los movimientos sociales,
2) la relación del gobierno con las élites y
3) la relación del gobierno con la nueva clase media que se formó.
Sobre
el primer punto. Se mencionó que hubo represión a los movimientos
sociales. Desde la represión ejercida contra el movimiento passe livre,
los movimientos de defensa de la vivienda y por derecho a la ciudad en
la copa del mundo en 2013; así como la militarización de las favelas
(que incrementó la violencia, sobre todo en Rio de Janeiro. También hubo
una continuidad del extractivismo (que supone antagonismos y represión
hacia movimientos indígenas por tema de control de la tierra donde hay
recursos estratégicos). Durante ambos gobiernos (Lula gobernó de 2003 a
2010 y Dilma de 2011 a 2016) también hubo tendencias hacia la cooptación
de algunos dirigentes de movimientos sociales.
Todo ello
generó división interna entre la izquierda, una desencantamiento de un
sector de la población hacia los gobiernos progresistas y un escenario
de debilidad de la izquierda que fue aprovechado por la derecha. También
hubo un proceso de falta de crítica. Algunas de las voces criticas más
reconocidas de la década de los noventa dejaron de serlo para apoyar al
nuevo gobierno (como el caso de la economista Maria da Conceição
Tavares). La crítica al gobierno siempre se tiene que hacer para que
este pueda identificar sus errores y rectificar a tiempo. De lo
contrario, los errores se seguirán acumulando y serán aprovechados por
los adversarios.
Sobre el punto dos, la relación con las élites.
Hubo una gran ausencia en las políticas económicas y sociales en los
gobiernos de Lula y Dilma: la redistribución de la riqueza. La
desigualdad en Brasil, una de las mayores en el mundo entero, persistió.
Mientras que en 2003 el coeficiente de GINI era de 57.6, en 2017 fue de
53.3. Una reducción de apenas 4.3 puntos (cifra del Banco Mundial). En
Brasil, dicho sea de paso, no ha habido una reforma agraria (como pasó
en México con la revolución mexicana y la reforma agraria), razón por la
cual las élites son prácticamente las mismas que en tiempos coloniales.
Por eso son tan reaccionarias. Tampoco hay un discurso decolonial. Las
estructuras de opresión racial se mantienen, pese al enorme componente
afrodescendiente de la cultura brasileña. Los conquistadores portugueses
se siguen exaltando, a diferencia de los conquistadores españoles en
México. En México por lo menos hubo un importante desarrollo del
indigenismo que fue crucial para reivindicar raíces amerindias. En
Brasil no ha habido ese proceso.
Pese a que Lula y Dilma
quisieron gobernar para todos, las élites empresariales buscaron
aprovechar cualquier momento para desestabilizar y derrocar al gobierno
progresista en turno. Ello a pesar de que hubo un crecimiento económico
importante de la economía brasileña durante el periodo de Lula. Entre
2003 y 2010 hubo una tasa promedio de crecimiento de poco más de 4%.
Hubo un incremento importante en las ganancias del capital brasileño.
Aunque ya en el periodo de Dilma hubo una caída en el crecimiento
económico, con una tasa de crecimiento promedio anual de 0.4%. entre
2011 y 2016 (fecha en que se dio el impeachment).
Esto muestra
que las élites empresariales básicamente no toleran ningún límite a sus
negocios (pese a que les vaya económicamente bien) y que al menor signo
de estancamiento económico buscarán dar un golpe para intentar
reestablecer las condiciones para su acumulación ampliada de capital. En
las élites empresariales no se puede confiar para generar estabilidad
política. Los gobiernos progresistas, por ello, nunca deben descuidar a
sus bases sociales. Sobre todo a la clase trabajadora (tanto los
trabajadores de la ciudad como del campo), los grupos étnicos
minoritarios (indígenas) y a las mujeres (hoy día el feminismo debe de
tomarse en serio en todos los aspectos).
Sobre el tercer punto.
Es verdad que hubo una reducción muy importante de la pobreza y que ello
cambió la vida de millones de brasileños pobres. En particular en el
noreste de Brasil donde Lula tiene su mayor apoyo popular. Pero parece
que se trató de una inclusión por el consumo que no tuvo efectos en el
cambio de subjetividad de la gente. Se formó pues una nueva "clase
media" aspiracional. Ese sector aspiraba a tener mayores niveles de
consumo, de movilidad social, y ello generó ciertas expectativas que no
se podían cumplir. La clase media quería tener un nivel de consumo
equivalente al de las élites. Y luego pasaron a identificarse con esos
intereses (materialmente ajenos) para, finalmente, pasar a apoyar a la
ultraderecha.
Un error de los gobiernos progresistas fue no
prestar suficiente atención al cambio de subjetividad en la gente. No
basta con ser incluyentes por medio de políticas sociales para aumentar
el consumo. Se requiere de repensar la estructura misma del proceso de
producción capitalista para plantear una transición hacia otro modo de
producción más justo. Y sobre todo buscar cambiar la mentalidad para
asumir una postura anticapitalista, feminista, antirracista, decolonial y
transmoderna.
Otro error fue no prestar suficiente atención a
las iglesias evangelistas (los de "pare de sufrir") los cuales fueron
difundiendo un discurso de odio contra los pobres. Como si ser pobre
fuese un castigo divino y ser rico una bendición.
Estos tres
conjuntos de errores fueron propiciando, a nivel ideológico, en la
disputa por el sentido común, un avance de la ultraderecha. Esta se fue
posicionando con discursos simplistas y llenos de odio.
Bolsonaro no era nadie políticamente. Pero subió como la espuma de un
día para otro en medio de una clase media ideologicamente desclasada y
confundida, una izquierda fragmentada, el apoyo decidido de las élites
internas a echar atrás todos los logros de los gobiernos progresistas.
Esto en medio de una ofensiva imperialista estadounidense que busca
recuperar su influencia geopolítica en la región latinoamericana.
Ello ocurrió en un contexto de divisiones internas de la izquierda que
se fueron generando por los temas arriba mencionados. La base social que
apoyaba a Lula y Dilma fue cada vez menor. Ya eran incapaces de
paralizar al país por medio de protestas y huelgas que frenaran las
ofensivas de desestabilización. Luego se dio el impeachment contra
Dilma, el encarcelamiento de Lula y la victoria de la extrema derecha.
Bolsonaro apenas lleva un año en el poder. Pero a los compañeros con
quienes hablé les parece ya una eternidad porque el discurso neofascista
lo está envenenando todo. Y ahora parece que no hay espacio para un
debate político razonable. Donde se discuta con razones. No. Bolsonaro
vino a desarticular los espacios públicos de diálogo y a generar un
clima de intolerancia entre la gente.
Incluso aumentó el nivel
de control del carnaval (que se realiza en febrero): quieren controlar
cuándo sale y regresa la gente a sus casas. Cuánto tiempo pueden estar
en las calles y plazas disfrutando del carnaval, qué música y letras se
pueden cantar, así como quién y qué se puede vender durante el carnaval.
De lo contrario, se lanzan bombas lagrimógenas para dispersar a la
masa. Esto muestra que el neofascismo neoliberal de Bolsonaro es
totalitario y lo quiere controlar todo por medio de represión.
El gobierno de Bolsonario tiene una política de genocidio contra los
pueblos indígenas y campesinos, está profundizando la criminalización de
los que luchan en contra de esas violaciones (como en el caso de los
que denuncian los incendios en las Amazonas) y la violencia en contra de
la población negra (como es el caso de la masacre de Paraisópolis en
São Paulo).
Quizá en México deberíamos tomar nota del proceso
político-social brasileño (y boliviano) para pensar por analogía en lo
que aquí está ocurriendo. Para ver qué escenarios políticos posibles hay
para nuestro país en caso de que la 4T se vea en algún momento
debilitada, desgastada y derrotada por la derecha. Ahora,
afortunadamente, a un año del nuevo gobierno de AMLO, estamos lejos de
esos desgastes. Sin embargo es crucial que la 4T se consolide, avance en
sus reformas sociales y sobre todo no pierda su mayoría absoluta. De lo
contrario pueden darse intentos de desestabilización ("golpes
blandos"), nuevos golpes de estado (ahora llamados golpes
cívico-militares) acompañados de un auge de la extrema derecha. Y
recordar, cuando veamos los procesos latinoamericanos algo que dijo Marx
en el capital: de te fabula narratur!
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