“Los
operativos realizados por el gobierno de Felipe Calderón en los que
capturaron a los principales líderes del narcotráfico se hacían por
instrucciones del Cártel de Sinaloa. No era por trabajo de inteligencia
como decía el gobierno en televisión”.
Anabel Hernández
Andrés
Manuel López Obrador (AMLO) entendió perfecta y rápidamente la parte
principal del problema de la inseguridad en México. Sin tener como
prioridad el enfrentamiento armado y directo con el crimen (“guerra
contra las drogas”, como dirían los neoporfiritos), y sin aplicar la
política de “mátalos en caliente”, se ha optado por seguirle el rastro
al dinero mal habido. Ésta simple acción de seguirle la pista al dinero
sucio, sin dudas, tiene más garantías de dar con los criminales más
peligrosos de México. Tanto así que a sólo un año de inicio de la Cuarta
Transformación ya se le pisan los talones a tres ex presidentes (Fox,
Calderón y Peña). No es por nada que el pueblo esté exigiendo: ¡Juicio a
los ex presidentes! (desde Salinas hasta Peña).
En los
restantes cinco años de gobierno de AMLO, además del gran reto de
limpiar el cochinero dentro de las instituciones mexicanas y de asegurar
de que haya justicia para todos e impunidad para nadie, también existe
el otro gran reto de que quienes forman parte del nuevo gobierno puedan
aguantarle el paso y ser capaces de seguir, con firmeza, el ejemplo de
AMLO. Y así llegar a convertirse en el primer gobierno mexicano con el
mayor número de funcionarios y políticos incorruptibles.
AMLO
solía decir que el cártel más peligroso de México era el de Los Pinos.
Hoy podemos decir que el cártel más peligroso de todos es el Cártel de
los Ex Presidentes (Salinas, Zedillo, Fox, Calderón, Peña). Pareciera
que los mexicanos han aprendido, a la mala, que un político corrupto es
más peligroso que un narcotraficante. Los narcos son peligrosos, sí,
desde luego, pero los políticos y funcionarios que encubren, colaboran y
fortalecen a los narcos ocasionan mucho más daño a la patria.
Es
muchísima la gente que, de una forma u otra, se ha involucrado en el
negocio del narcotráfico, desde el que siembra hasta el que distribuye
en las calles. Tan sólo con las nuevas revelaciones de Anabel Hernández
en su más reciente libro, se visibiliza al verdadero Jefe de Jefes; se
documenta el cómo las policías (en todos niveles) están metidas en ese
negocio; se evidencia la gran corrupción que imperaba en el llamado
Estado Mayor Presidencial (EMP), el uso de grandes compañías (incluso
reconocidas a nivel mundial) para transportar la droga, entre otras
cosas no menos deshonrosas.
El pueblo pide instituciones firmes y
auténticas, y le corresponde a México enjuiciar a sus propios
criminales. Cuando las instituciones mexicanas estén limpias y
depuradas, no hará falta que Estados Unidos sea quien enjuicie a los
individuos peligrosos. Por ahora, está bien que sea Estados Unidos quien
se dé vuelo atrapando a mafiosos mexicanos de alto calibre, esto sólo
mientras AMLO y la Cuarta Transformación limpian el cochinero que
acumuló el neoliberalismo por varias décadas.
Y de paso, habría
que dar un ultimátum a los funcionarios y políticos corruptos, animarlos
a que renuncien todos. Les conviene porque llegado el momento, cuando
les caiga la justicia su humillación será un poco menor.
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