Marpia Teresa Priego
Querido
papá, te escribo una cartita en una hoja de papel, la coloco en un
sobre y te la mando con cantidad de timbres postales de los de antes. Es
un buzón que conduce al pasado. Me dicen y es indispensable que algún
día lo crea, que ya no estás. Es más, yo vi cómo fuiste dejando de
estar. Vimos juntos cómo se borraban las líneas de la vida
en las palmas de tus manos. Y, sin embargo, hay algo de engañoso en
todo esto. No tengo manera –no la tengo- de explicarle a tu hija
que ya no estás. Se llama morirse. Nos quedamos con cantidad de
pendientes. A pesar de tu edad y de mi edad. Quizá no hay otra manera de
despedirse, sino cargado de pendientes. Para quien se queda.
Pasan "los pendientes", sobre todo, por las palabras. Por esa historia de vida,
la tuya, que nunca podrías haber terminado de transmitirme. Este es mi
primer cumpleaños sin ti. Me sorprende muchísimo. El primer fin de año.
Te será completamente ajeno el 2020. ¿Qué es el tiempo? ¿De qué está
hecho? Hay un dolor desconocido hasta ahora: se llama orfandad.
Me inicio a tientas en él. Consiste en cantidad de partículas
pequeñísimas. Intento acomodarlas. Recibo desordenadamente mis recuerdos
de ti, como van llegando. Luego los escribo en orden cronológico. Nunca
voy a terminar. Nuestro amor es como un rompecabezas inmenso y me quedé sola con él. Con nuestros encuentros y desencuentros.
Supe de tus dolores, papá. Los dijeras o no. También de tus miedos. Es otra versión del cordón umbilical. Escuchar lo que el padre no dice. Y desear tanto sanarlo. No sucede así. No sucede. La vida
está bien llena de límites: una no puede sanar a su papá. Lo que quizá
sí se puede es escribirlo y escribirle muchas veces. Recupero partes de
tu historia. Porque tenías un miedo enorme de
desaparecer. "Más allá no hay más nada". Es muy probable que así sea.
Para retenerte no tengo sino nuestro más acá. Escuchar que tus nietos
dicen tu nombre. Cerrar los ojos y mirarte. Las fotos. Me gustan tus
fotos, pero –para saberte- no las necesito. Es impresionante la claridad
de la memoria. Cada uno de tus rasgos, está conmigo, en cada una de tus edades.
En los últimos años de tu vida,
tus ojos castaños se fueron haciendo verdes, como los de tu mamá. No
sabía –hasta que lo vi en ti- que esas cosas tan extrañas sucedieran.
Tengo una explicación para ese misterio: ella se hacía más presente,
porque tu cuerpo comenzaba a traicionarte. Se te desbalagaron el
corazón, y los pulmones. Los recuerdos inmediatos. Luego los menos
inmediatos. ¿Qué mamá puede soportar sin acudir, cuando su hijo se
siente desamparado? Ahora amanecí dando tumbos, porque escuché tu voz en
sueños. Pero ya me tomé tres cafés. Uno contigo, dos contigo, tres
contigo.
"¿Cuándo vas a poner los pies en la tierra, niña?" le decías a tu hija.
Eras un hombre muy práctico. Para cantidades de cosas. Casi todo el
mundo te lo creía: "es que es tan práctico". Menos yo. Fuiste – a tu
manera- un gran romántico. Y un inventón. "No se puede vivir sin
imaginar. No tengas miedo, nunca tengas miedo de imaginar, porque si no,
la cabeza se te hace chiquita". Sí tengo miedo de imaginar. Pero no
tengo miedo de imaginarte. Y, no quisiera que la cabeza se me hiciera
más chiquita. Me tienes que ayudar. Porque le temo más al mundo desde
que tú no estás.
Por todo lo anterior, me imagino que sí estás en
mi primer cumpleaños sin ti. Que el 2020 es una ola (en una playa que se
llama Miramar) y que la saltamos juntos. El mar está bravo y nos
revuelca. Miro hacia todos lados apenas salgo, no te veo aparecer, te
gusta bucear y puedes retener tu aire muchísimo tiempo, lo aprendiste
con tus amigos en los cenotes de Yucatán. Hasta que apareces como de un
salto. El Marlon Brando es guapo, pero no como tú. Esa es la meritita
verdad. Ya es mediodía, ¿por dónde andas, papá?
El 29 de
septiembre a las once de la noche te sumergiste en el fondo de un
cenote. Retuviste tu aire. Quizá para siempre. En los fondos de los
cenotes nadan las almas de las princesas mayas. Te arropan. Siempre
fuiste un gran coqueto. Lo contento que andarás en tan buena compañía.
Nadie se queda ancianito después de que se muere. La muerte
permite regresar a todas las edades anteriores. Al cuerpo sano, a la
esperanza, a la fuerza. Eso me da por imaginar. Como que viniste por mi
cumpleaños. Me aplico muchísimo en mirarte llegar. Para que el corazón
no se me encoja y la cabeza no se me haga chiquita. Voy al buzón a
dejarte tu carta. Está escrita con tinta indeleble. Es
una palabra elegante que aprendí en el diccionario que me regalaste de
niña. Y, así se le llama a la tinta con la que una hija le escribe a su papá: indeleble.
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