La
Coordinadora Latinoamericana de Organizaciones del Campo, CLOC/La Vía
Campesina, que agrupa a centenares de miles de campesinas/os y
trabajadoras/es del campo de 18 países la región, se ha destacado desde
sus inicios por la participación protagónica de las mujeres. Varias de
las propuestas centrales que impulsa la CLOC, como también La Vía
Campesina mundial, han sido impulsadas con el liderazgo de las mujeres
del campo, como es el caso de la soberanía alimentaria o la defensa de
las semillas campesinas.
También, por supuesto, se ha
venido defendiendo los derechos específicos de las mujeres del campo,
por ejemplo, el derecho de acceso a la propiedad de la tierra (todavía
discriminado o negado en varios países de la región), el acceso
igualitario a puestos de dirección y decisión en sus organizaciones o la
lucha contra la violencia contra las mujeres del campo, violencia que
ocurre tanto en el espacio privado, como en el ámbito laboral o en
situaciones de conflicto armado. Es más, han logrado conseguir que la
CLOC –y buen número de sus organizaciones miembros–asuman estas luchas y
causas como propias.
En la última década, la Articulación
de Mujeres de la CLOC ha levantado el reto de dar un paso más:
inscribirse en la lucha feminista, como propuesta de transformación de
la sociedad, desde su identidad campesina. ALAI conversó al respecto con
una de las jóvenes líderes de este movimiento, Iridiane Seibert, de la
dirección del Movimiento de Mujeres Campesinas de Brasil y miembro de la
Coordinadora de la Articulación de Mujeres Campesinas de la CLOC.
Seibert nos explicó el proceso que llevó a esta decisión:
“Llevábamos
mucho tiempo en la lucha de las mujeres, el espacio propio de las
mujeres, la participación política, el tema de la violencia… pero
siempre fue basado en la discusión de género y clase. Sin embargo,
llegamos a un momento que veíamos que para avanzar en nuestra lucha y en
nuestras proposiciones, era necesario un proceso de creación de una
conciencia feminista en las mujeres del campo”. Así, identificaron que
la lucha de las mujeres del campo es también una lucha feminista que “va
desde las luchas en los territorios, desde los procesos de las
organizaciones sociales del campo, en las comunidades indígenas, de
pescadoras, de negras; y también, en nuestra identidad de mujeres
productoras de alimentos, guardianes de semillas, productoras de
conocimientos y de saberes”. A su vez, ella considera que: “nuestra
lucha feminista aporta a la lucha de clases, a la lucha popular, por
transformaciones profundas de la sociedad” y que es parte del proceso de
construcción del socialismo.
En efecto, la dirigenta
explica que la dirigencia de la CLOC tuvo un debate político muy
profundo en 2009, en Cuba, donde se resolvió que la lucha de los
movimientos del campo iba hacia el socialismo. “Nosotras las mujeres, en
ese momento, nos reunimos y dijimos que también íbamos a generar una
posición. Allí afirmamos que la lucha de la CLOC es la lucha por el
socialismo, donde están también las mujeres. Desde ese momento, nació la
consigna de que ‘sin feminismo no hay socialismo’, que hemos venido
trayendo hasta ahora”. A posteriori, con debate político y procesos
formativos, al llegar hasta la VI Asamblea de Mujeres, de junio 2019,
pasaron a una consigna mucho más afirmativa: “con feminismo construimos
el socialismo”.
Una perspectiva feminista propia
Al
inicio, había cierta resistencia al tema del feminismo en las
organizaciones, incluyendo las de las mujeres. “Nosotras mismas
luchábamos por el campo, por la tierra, por la soberanía alimentaria,
pero nunca asumimos la lucha feminista, nos veíamos muy lejos de ella.
Entonces teníamos esa especie de confusión que hay en la sociedad de
satanizar el feminismo; incluso en los espacios de izquierda y de
movimientos populares se lo veía como una lucha que divide, que es muy
específica, o también la mirada de una perspectiva feminista muy
liberal, que aborda los derechos sexuales y reproductivos, que para las
mujeres del campo, sí son temas necesarios; pero dentro de las diversas
situaciones y problemáticas que viven, otras luchas son prioritarias”,
precisa Iridiane.
Entonces ellas emprendieron procesos de
estudio, de formación política, para entender las diferentes corrientes
feministas: “desde los feminismos liberales, radicales, hacia los
feminismos populares, socialistas, de clase, que aportan en el campo de
la lucha popular y socialista, donde nos ubicamos nosotros”. Al entender
esa diversidad, “desde nuestras perspectivas construimos una
perspectiva feminista propia. Es una perspectiva que tiene identidad y
lugar, pero que construye alianzas con otros procesos feministas, en
particular lo popular, lo urbano”. La líder reconoce que hay
resistencias todavía y que aún falta profundizar estas discusiones y
hacerlas con respeto a la diversidad. “Por eso vamos construyendo de
manera firme en nuestras posiciones, pero colectivamente”, precisó.
Seibert
destaca que la CLOC tiene más de 25 años de organización de la lucha de
las mujeres en el campo en América Latina, y que “nosotras somos parte
integrante y protagónica en la construcción de todos los procesos
colectivos en la CLOC”. En tal sentido, los logros y conquistas para la
participación política de las mujeres van más allá del tema de la
paridad; se trata más bien de “una participación donde nosotras las
mujeres somos realmente parte de la decisión, parte de la construcción.
Somos las que aportamos elementos muy importantes a los debates de la
lucha campesina en América Latina y que hoy son parte de las luchas
centrales dentro del movimiento campesino; no son solo luchas de las
mujeres”.
Esta participación asume diferentes
características, señala, ya que en la CLOC hay organizaciones autónomas
de mujeres y organizaciones mixtas, pero su lucha va a la par.
“Confluimos conjuntamente para apoyarnos. Hay que trabajar en las bases
en los países, en las organizaciones mixtas, para asumir esa perspectiva
feminista y el antipatriarcado, como un principio orgánico que hemos
aportado a la CLOC. Y lo que esto significa en lo cotidiano y en las
relaciones de poder en las organizaciones”. Pasa también por la
formación, acotó.
Preguntamos cómo se da el diálogo y la
conciliación de posiciones sobre feminismo campesino con las
organizaciones indígenas, con respecto a su concepción de la dualidad y
la complementariedad entre mujeres y hombres. Seibert reconoce el aporte
de las compañeras indígenas que “siempre han traído esa perspectiva de
la dualidad, que viene desde sus cosmovisiones y perspectiva de
construir el buen vivir”. No obstante, señala: “nosotras creemos que una
cosa es lo que pudieron haber sido las sociedades antes del
colonialismo en el continente, donde hubo sociedades de iguales. Pero
hoy, después de más de 500 años de colonialismo, de explotación, de
capitalismo, es muy difícil que cualquier identidad se quede aislada de
las relaciones que hacen parte de las estructuras sociales del
capitalismo, y el patriarcado y el racismo”. Considera, entonces, que, a
partir de la experiencia vivida, se puede rescatar los procesos de
igualdad, de dualidad, de complementariedad de las sociedades
anteriores. Toda vez, “en algunas comunidades donde se dice que hay
igualdad, cuando se hace el trabajo con las mujeres, conociendo su vida,
se comienza a oír que hoy hay violencia, que hay discriminación, que
hay un lugar específico de las mujeres que no participan en la toma de
decisiones. Entonces –añade– estos temas todavía forman parte de un
proceso que está para profundizarse y para construir y dialogar. Todavía
tenemos desafíos pero vamos avanzando y las mujeres indígenas son parte
de este proceso de construcción popular”.
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