El secretario de Educación Pública, Aurelio
Nuño Mayer, informó ayer que las nóminas educativas de varios estados
serán auditadas en busca de irregularidades, así como la continuación
del proceso de despido de profesores que se hayan ausentado por tres
días consecutivos durante las protestas contra la reforma educativa de
las recientes semanas. Un día antes dio detalles de la imputación que el
gobierno prepara contra Rubén Núñez Ginés y Francisco Villalobos,
secretarios general y de organización de la sección 22 de la
Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE),
respectivamente, ambos encarcelados en Sonora por supuestas operaciones
con recursos de procedencia ilícita. Por su parte, Gilberto Higuera
Bernal, subprocurador de Procedimientos Penales y Amparo de la
Procuraduría General de la República, anunció el lunes la existencia de
órdenes de aprehensión contra otros 24 líderes de la CNTE. A tales
declaraciones debe agregarse la advertencia del comisionado nacional de
seguridad, Renato Sales Heredia, en el sentido de que el gobierno
federal impedirá el bloqueo de las carreteras y que, de ser necesario,
se aplicará
el uso moderado de la fuerzapara liberar las vialidades e incluso para evitar la instalación de plantones
sin el permiso de la autoridad. En suma, ante la difusión y expansión del movimiento magisterial en diversas entidades, el Ejecutivo federal exhibe su determinación de enfrentar el conflicto por vías judiciales y policiales.
Independientemente de lo fundado o infundado de las acusaciones
contra los 26 líderes magisteriales que hasta ahora se encuentran en
calidad de probables responsables, el rigor legalista mostrado por el
gobierno ante presuntos actos de corrupción de la dirigencia magisterial
contrasta con la laxitud que se percibe en el desempeño oficial en los
diversos escándalos que se han suscitado durante el actual sexenio, por
ejemplo: operaciones privadas realizadas al amparo del poder público,
como los casos de Oceanografía, OHL, Higa y otras corporaciones.
Esos episodios han tenido en común un tratamiento por parte de
las autoridades que, lejos de resultar convincente para la opinión
pública, ha reforzado la desconfianza de la sociedad hacia las
instancias de fiscalización y procuración de justicia por la
insuficiencia de las acciones tomadas.
Esta percepción de complacencia en el combate a las irregularidades
cometidas en ámbitos gubernamentales se articula con la palpable
incapacidad del partido y el grupo gobernantes para percibir un hartazgo
social, compartido en fechas recientes incluso por el sector
empresarial, y que procede, entre otros factores, de una corrupción
descontrolada que cuesta al país entre 400 mil millones y un billón de
pesos cada año, de acuerdo con diversas estimaciones. Tal pérdida de
recursos significa una catástrofe moral, política y financiera que se
traduce de manera directa en una continuada caída de los niveles de vida
de las mayorías y que, sin embargo, ha tenido como única respuesta
oficial una iniciativa de leyes anticorrupción carente de los
instrumentos de fiscalización y castigo necesarios y, por tanto, poco
convincente a ojos de la ciudadanía.
Frente al panorama descrito, el rigor mostrado contra los líderes del
magisterio disidente es visto como expresión de doble rasero, un
propósito represivo disimulado o bien como una manera de desviar la
atención del fondo del conflicto magisterial, el cual difícilmente podrá
ser resuelto en ámbitos judiciales o con el recurso de la fuerza
pública.
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