“Quisiera abrazar aunque sea sus cadáveres”
Adriana Portillo es una de las mujeres guatemaltecas a las que la guerra
la marcó para siempre. Sus dos hijas, de 10 y nueve años de edad,
desaparecieron en 1981 cuando el Ejército allanó la casa donde las niñas
estaban con su abuelo. Desde ese día no volvió a saber nada de ellas.
Han pasado 35 años.
Hoy circulan en redes sociales las fotos con los rostros de cómo serían las pequeñas con más de 40 años de edad, por si alguien las ha visto.
Adriana Portillo dijo a SEMlac que su esperanza es que hayan sido dadas en adopción o en servidumbre. Aunque entre llantos asegura que lo que desea, antes de morir, es abrazar, aunque sea sus cadáveres.
Este es uno de los casos más paradigmáticos de Guatemala, donde según la Corte Interamericana de Derechos Humanos, desaparecieron 50 mil personas durante el conflicto armado interno, de ellas 11 por ciento fueron niños a quienes esclavizaron, los usaron como servidumbre, los dieron en adopción, o los mataron.
–Alba Trejo (AT): ¿Por qué denunció el caso de la desaparición de sus hijas fuera del país?
–Adriana Portillo (AP): El terror era muy grande porque se habían llevado a seis miembros de mi familia y dos años antes habían matado a mi hermano; tenía mucho miedo. Tuve que irme a otro país a denunciar la desaparición de mi familia, pero principalmente de mis dos hijas.
–AT: ¿Qué ocurrió aquel día que se llevaron a su familia, incluyendo a sus dos hijas?
–AP: Mis niñas habían salido con mi papá, su familia y un hermano. Íbamos a tener una fiesta el domingo; me dijo: dame a Chaguita y Glenda. Le dije que sí, me despedí rápido con un besito ligero.
“El día que llegamos a la capital, a las 2 de la tarde, la cuadra entera donde vivía mi papá estaba rodeada por radio patrullas, carros jeeps y camiones del Ejército. Se los habían llevado o los mataron allí, eso no lo sé”.
–AT: ¿Qué era lo que buscaban?
–AP: Le habían caído a la casa, que era una sede de la Organización Revolucionaria del Pueblo en Armas (ORPA), de la cual mi papá era el encargado. Allí se atendían a miembros de la agrupación que eran heridos o se recibía a personas que estaban huyendo de la represión, y en ella estaban también mi cuñada, mi madrastra y mis dos hijas.
–AT: ¿Ese día, en ese operativo, desaparecieron las niñas y el resto de su familia?
–AP: Tenemos dos versiones diferentes de testigos; una asegura que al lugar ingresó de retroceso un pick-up (camioneta) y después salió cubierto con una lona, debajo de la cual posiblemente iban los cadáveres. La otra versión es que de la casa sacaron a dos mujeres y dos niñas que gritaban y pedían ayuda.
CONCIENTES DE LA SITUACIÓN EN GUATEMALA
–AT: ¿Y según usted, qué ocurrió?
–AP: Es posible que mis hijas hayan dicho algo, porque ellas eran conscientes de la situación del país, de lo que el Ejército hacía; quizás dijeron algo y pudieron haberlas eliminado, eliminar la semilla, pero a mi hermanita de año y medio es posible que la hayan dado en adopción. A mi papá lo habían golpeado, quizás lo mataron.
–AT: Cada vez que viene a Guatemala, ¿qué espera encontrar?
–AP: Llevo 35 años buscando a mis hijas. Y aún no tengo la certeza de si las mataron, las regalaron, las dieron en adopción; quiero saber qué ocurrió, eso es lo que busco; que aparezcan, aunque sea sus cadáveres para abrazarlos.
–AT: ¿Cómo recuerda a las niñas, en el corto tiempo que las tuvo a su lado?
–AP: Es difícil para mí hablar de esto. Rosaura Margarita y Glenda Corina Carrillo Portillo, de 10 y nueve años. Rosaura tenía sentido del humor, reía mucho, era tímida, le gustaba bailar. Glenda era más abierta, extrovertida, muy inquisitiva, recuerdo que un día me preguntó: “Mamá, ¿por qué hay pobres y por qué hay ricos? ¿Por qué hay gente que tiene tanto, que tiene juguetes y por qué nosotros no tenemos nada?”. A su corta edad, mis hijas sabían que no se podía hablar del Ejército, que era secreto.
–AT: Han circulado unas fotos en redes sociales, fotos de sus hijas y de cómo serían actualmente. ¿Eso significa que alberga la esperanza de que estén vivas?
–AP: Pasé tres años buscándolas en las calles, yo tomaba un bus (camión) para irme a la ciudad, al orfanatorio y me paraba horas viendo a los niños cuando salían a recreo para ver si veía a mis hijas, pero no. Albergo la esperanza de encontrarlas como sea, quiero que me digan si las dieron en adopción o dónde están sus cadáveres. ¿Qué hicieron con ellas?
–AT: ¿Qué ha hecho todos estos años para buscar a sus hijas?
–AP: ¿Qué no he hecho? Yo salí a finales de 1984 y en ese momento empezó mi trabajo de denuncia y me convertí en una activista de Derechos Humanos. Me reuní con el grupo de tortura de Naciones Unidas, pedí información al gobierno de Estados Unidos y me decían que esa información era secreto de Estado.
“Busqué en los documentos desclasificados de la Policía Nacional; me he entrevistado con todas las autoridades y tengo el proceso en el Ministerio Público; pero nada”.
–AT: ¿Cómo ha enfrentado usted como madre esa ausencia de sus hijas?
–AP: Físicamente, mi cuerpo se ha resentido, porque yo vivo con medicamentos psiquiátricos y me han afectado. Yo duermo medicada; si no tomo medicamento tengo pesadillas; y mis depresiones duran de dos a tres años. Incluso me he intentado suicidar varias veces.
“Pero también pienso que soy privilegiada en cierto sentido, porque hay familiares de desaparecidos en general que no tienen la libertad de hablar donde yo lo hago. Soy la voz de los que no pueden hablar”.
Por: Alba Trejo
Cimacnoticias/SEMlac | Guatemala, Guate.-
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