Al igual que en el
2012, cuando el dinosaurio regresó a Los Pinos, en el Veracruz del 2016
nadie salió a festejar el triunfo de la 'oposición'. Los rostros no
denotaban alegría sino preocupación o de plano franco temor ante el
'triunfo' del impresentable Miguel Yunes. Nada de concentraciones en la
plaza Lerdo o carnavales improvisados en el malecón porteño celebrando
la derrota del odiado gobernador, que no del régimen, pues éste último
sigue en pie tan campante. Como en el dominó, el PRI pasa pero domina.
Nadie se pregunta cual fue la razón del triunfo panista pues se supone
que está claro: el hartazgo de los veracruzanos a los sistemáticos
agravios del gobernador. Pero entonces ¿por qué nadie festeja? ¿Será
acaso porque no fue un triunfo sino una sonada derrota de la sociedad
veracruzana? Y es que, si bien la venganza se consumó con el voto de
castigo, el que ganó es por mucho el peor de todos. Peor incluso que el
sujeto objeto de la venganza pues Javier Duarte es, al lado de Yunes el
malo, un simple aficionado, un aprendiz de dictador fuera de contexto
que intentó emular hasta en el gesto a Francisco Franco con trágicas
consecuencias; y no me refiero a derrota política sino a las
desapariciones y asesinatos que caracterizaron su gestión y quedarán
como su legado en la historia de Veracruz y de México.
La
lección es dura pero indispensable. Un votante como el veracruzano, que
sólo hasta hoy se atrevió a votar en contra del PRI, aprenderá a partir
del 5 de junio que el voto de castigo es bueno para destruir pero no
para construir, para cobrar afrentas pero no para generar una nueva
coyuntura favorable para salir del agujero en el que está. La
desesperación y la venganza no son los mejores consejeros a la hora de
votar pues la satisfacción obtenida es flor de un día. Y acto seguido
volverá la angustia y el miedo a sentar sus reales, a recordarnos que
cambiar el mundo no es tarea de un día, de un acto, de un voto. Pero eso
se aprende en la práctica y no en la escuela o en las discusiones en el
café.
El voto de castigo así como la alternancia no garantizan
nada, ni siquiera la satisfacción de la misión cumplida. Es por eso que
nadie esta saltando de gusto por la salida del PRI o por su regreso,
según sea el cristal con que se mire la cuestión. De repente el peso de
la realidad, aligerado brevemente por la comisión de la venganza,
regresa para aplastarnos y, lamentablemente, hacernos creer que no es
posible cambiar. Y es aquí donde aparecen las pesadillas de la
alternancia resultan evidentes: el cambio de siglas en el gobierno solo
servirá para que nada cambie, para que todo siga igual... o peor.
Las pesadillas servirán al poder pues no sólo mantendrán el clima de
terror en el imaginario colectivo sino además se fortalecerá la idea de
que no hay nada que hacer para cambiar el mundo en el que vivimos. Y
conste que no se trata de repetir la idea de que las elecciones no
sirven para nada pues baste recordar los triunfos electorales de Hugo
Chávez o Evo Morales los cuales, y a pesar de sus limitaciones, han
logrado interiorizar en la mente de los que votaron por ellos la idea de
que el cambio es posible y que la resignación y la pasividad solo le
sirve a los poderosos.
El caso oaxaqueño podría ponerse como
ejemplo de las pesadillas de la alternancia y los límites del voto de
castigo. El triunfo de Gabino Cué hace ya casi seis años generó
optimismo entre buena parte de la población pero el engaño duró poco. La
traición a los votantes que le dieron la victoria -sobre todo gracias a
la intensa actividad de la comuna de Oaxaca encabezada por la APPO- no
se hizo esperar, la grado de que el regreso del dinosaurio es hoy una
realidad aunque algunos con razón señalan que el dinosaurio nunca se
fue, sólo cambió de color, como los camaleones. Sin duda que el regreso
de los Murat merece un análisis aparte pero a primera vista todo parece
indicar que las peores pesadillas de la alternancia se hicieron
realidad... seis años después.
Así las cosas, si bien el voto de
castigo representa las aspiraciones legítimas de los votantes no sirve
mucho para construir nuevos caminos, sobre todo si no genera
organización y autonomía de la población para mejorar sus condiciones de
vida. Y la alternancia parece servir mas para ocultar que el régimen
sigue vigente que para modificar las correlaciones de fuerza entre el
capital y el trabajo. Sin embargo, de las derrotas se aprende muchas
veces mas que de las victorias. Y esta derrota de las aspiraciones de la
mayoría de la población -porque el triunfo del PAN en Veracruz no puede
ser visto de otra manera- servirá para que la gente comprenda que el
dinosaurio no es invencible pero también para saber que las elecciones
son sólo un componente más de la participación política que por si sólo
difícilmente puede cambiar la realidad. Hay que agregarle la lucha en el
resto del espectro político y social, en el día a día, en la escuela,
el trabajo, el hogar. Es duro comprenderlo pero a veces ganando se
pierde y sobre todo: a veces perdiendo se gana.
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