Querido Diego, te abrazamos.
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Diego Lamas es pintor. El 28 de mayo se inauguró su exposición
“Paisajes y Silencios” en la Galería Rojo del Museo Nacional de San
Carlos. Carmen Gaitán (a) la Gaitancita, Directora del museo, le ofreció
un hermoso discurso de bienvenida: la infancia de Diego, el amor de dos
mujeres fundamentales en su vida: su madre y su abuela materna. El
aprendizaje visitando las obras de los grandes maestros. La madurez y
la búsqueda de la singularidad en su expresión. La travesía de un niño
que abandonó la pintura, y un hombre adulto que volvió a ella.
“¿Dónde anda Diego?” “En su estudio”. “¿Se puede subir?” “No”. Diego
está allá arriba. Encerrado. Solo o con su maestro. Regresó a esa Ítaca
suya en donde las formas y los colores sustituyen a las palabras. Diego
es un hombre de poquísimas palabras. Quizá la mejor manera de
internarse en su universo es intentar aprehenderlo en sus silencios. Sus
cortes en la conversación, su manía de ser exacto. Como si le debiera
al recuerdo –por ejemplo- una lealtad agradecida y honda. “Borra eso, no
estoy seguro de que haya sucedido así”. Borro. “No lo escribas porque
es muy personal”. Borro.
Un hombre que prefiere escuchar que hablar. Que prefiere la
intimidad. Pocos amigos y para siempre. Un gato (como le dice su madre)
escurridizo. “¿Si tú fueras un color cuál serías?” le pregunta la
investigadora Paloma Jiménez Vega en la entrevista que abre el catálogo
de su exposición. “Escarlata”, responde Diego. El más bello color de
los gobelinos franceses renacentistas. La época preferida de Diego: el
renacimiento. Ese color tan particular, que su fórmula se guardaba como
un secreto. El rojo intenso.
Diego es un gato escarlata al que la vida ha sometido desde muy
pequeño a pruebas demasiado duras. Por eso no le teme a la vida. Por eso
pinta el fugo de un volcán que lame nubes grises, y lunas rojas sobre
el mar, y cielos rojos como fondo de un planeta naranja. Por eso un ojo
morado nos observa desde un planeta remoto. Ese ojo es el suyo. Diego
observa. Todo el tiempo. Con una cierta distancia. Observó tanto durante
toda su vida que ahora sus personajes estallan: personajes murciélagos,
personajes gatos, personajes vampiros, mares y lunas. Oscuridad y luna
inmensa. Tinieblas y nubes blancas.
¿Por qué ahora elegiste los paisajes?
- “Me eligieron, se dice. Comenzó mirando puestas de sol.
Las puestas de sol en Acapulco, en otros mares. Viajé mucho y guardé
mucho”.
Eres una persona muy callada.
- “Sí”.
¿Por qué?
- “En parte porque soy medio tímido, porque es interesante
escuchar para conocer a las personas, pero ya luego cuando las conozco
me suelto. Bueno, me suelto un poco”.
Hablas muy poco de tu vida privada.
- “Me siento más a gusto teniendo mis cosas para mí, a que otras personas sepan lo que siento si no son mis amigos”.
Te gusta mucho viajar. ¿Cuál es el viaje más bonito que has hecho en tu vida?
- “Deja remontarme a treinta años atrás. El más bonito sería
un viaje que hicimos por ciudades en Inglaterra y luego nos trasladamos a
Irlanda, pueblito tras pueblito. Lo hice con mi abuela”.
¿Viajaste mucho con ella?
- “Toda la vida. Ella y yo. Una vez vino mi tío Horacio con nosotros a un viaje al Caribe”.
¿La extrañas mucho?
- “Es otra cosa lo que siento. Cuando la iban a operar mi
mamá me dijo: ‘¿vienes con nosotros para la operación de tu abuela?’
Todo eso lo tengo muy revuelto. Un momento muy revuelto de mi vida. Le
dije que no. No soportaba verla sufrir”.
Diego cierra los ojos, se concentra mucho tiempo. Su abuela materna
Marta Encabo, argentina y residente desde muy joven en México, a donde
llegó con su esposo, murió en 1998. Su nieto fue su pasión más intensa.
- “Mi abuela había salido bien de la
operación, ya salían del hospital, regresaban a México, yo las estaba
esperando, en ese momento le dio algo. No pudo salir del hospital. No
podía hablar. Mi mamá le mostró un abecedario y le dijo que así podían
comunicarse. Ella mostraba las letras y la pregunta era: ‘¿y Diego?’ Mi
mamá le dijo: ‘Diego ya viene para acá’”. Lo primero que hizo fue
preguntar por mí. El 11 en la mañana Marta (su madre) me llama y yo lo
supe: ‘¿se murió mi abuela?’ ‘Sí’. Me puse a llorar. Compartí con ella
muchos de los días más felices de mi vida. En mi infancia, en mi
adolescencia. Siempre”.
El día de la inauguración de tu exposición, en el discurso de
bienvenida, Carmen Gaitán dijo que comenzaste a pintar por insistencia
de tu abuela Marta Encabo.
- “Sí”.
¿Qué pintabas entonces?
- “ Escenas de todos los días, y hacía cerámica”.
Me muestra un dibujo en tinta negra que está en la sala
de su casa. Adoro ese dibujo. Son dos niños, uno monta bicicleta y el
otro conversa con él, parece mostrarle un cuaderno que sostiene en la
mano.
- “Mi abuela me llevaba a los museos, le gustaba mucho el
arte. Cuando viajábamos los museos eran una parte importante del viaje.
Ella tomaba clases con un pintor, pintaba pasteles. Y la esposa del
pintor daba cursos, estuve un tiempo con ella cuando trabajé la cerámica”.
En la entrevista con Paloma Jiménez Vega, Diego narra con más detalles sus experiencias estéticas junto a Marta Encabo: “Como
fui nieto único, era el consentido de mi abuela que me llevaba de viaje
a Europa a todos los museos. Ella me explicaba quienes eran los
pintores, por qué usaban esos colores, los temas, y así me fui empapando
del maravilloso arte. Ella pintaba y tomaba clases con Robert Bond, a
veces yo la acompañaba. Así se fue perfilando mi amor por la pintura”.
¿Y después?
- “Durante mi adolescencia, Marta (su madre) y yo nos fuimos a
vivir a Barcelona. Nada de pintura. Visitaba los museos, miraba, como
me enseñó mi abuela. Cuando regresamos tuve una época muy difícil. Hace
unos años volví a pintar”.
¿Qué te llamó de regreso a la pintura?
- “Una mujer muy jodona a la que quiero mucho. Marta (su
madre) insistió con los pinceles y los lienzos. Comencé de nuevo a tomar
clases. Comenzaba a pintar y las horas volaban, descubrí que estaba
haciendo lo que más me gustaba. Tal vez sucede que por años uno puede
olvidar lo que más le gusta y un día lo vuelve a encontrar”.
¿Has pintado a Marta Encabo?
- “No”.
¿Por qué?
-“No sé. Si viviera, tal vez la pintaría. Pero no, nunca la
pinté. Guardo su memoria de otra manera. Pintar es estar conmigo mismo y
un poco con ella. Las personas que quisiste están adentro con sus
propios colores”.
¿Cuándo fue la primera vez que expusiste?
- “La primera exposición fue en 2012, se llamaba ‘Calaveras y Vampiros’, se presentó en Pátzcuaro en el Festival de Cine Mórbido”.
¿Por qué esos personajes Diego?
- “Por el tema del Festival y porque me gustan. Me gustan los murciélagos, los vampiros, Nosferatu, la noche, la oscuridad”.
¿Te gusta sentir miedo?
- “Nada de lo que pinté me da miedo”.
¿Qué sí te da miedo?
- “No lo sé. Si lo supiera no tengo ganas de decirlo. Dejar de pintar me daría miedo”.
Eres una persona muy valiente ante la vida. Muy dulce y valiente ante la adversidad, y te admiro muchísimo por eso.
- “Lo que tenemos que vivir lo vivimos. No le doy tantas
vueltas a las cosas. No me gusta darles vuelta. Es difícil y la vida es
buena, quiero que sea buena y cuando no es buena pienso en los momentos
en los que ha sido muy buena”.
¿Como cuándo?
- “La pintura, Marta mi madre, mis viajes con mi abuela, mis amigos, alguna ex novia, mis gatos”.
¿Y después de esa primera exposición?
- “La segunda vez que expuse fue también en Pátzcuaro al año
siguiente (2013), también durante el Festival. El tema era la magia, la
buena y la mala suerte.
¿Cuáles son los personajes de esas obras?
- “Dados, escalera y una persona que pasaba debajo, una pata de conejo, así”.
¿Crees en la buena suerte?
- “Ni en la buena ni en la mala”.
Luego llegaron los robots.
- Sí, en ‘Paradojas’ pinté a
María, la robot que reemplaza al personaje de María en la película
‘Metrópoli’ de Fritz Lang. Ese año el Festival de Cine Mórbido fue en
Puebla (2014) y recuperé robots que han hecho historia: Arturito el de
‘La guerra de las galaxias’. El robot de ‘Perdidos en el espacio’. El
robot que tenía un solo ojo móvil en ‘Galáctica’”.
Volviste en otra exposición colectiva en Puebla.
- “En 2015 celebramos el día de muertos en el Festival. Fue
el momento de volver a tradiciones: la ofrenda. La mesa con calaveras,
el cigarro y el tequila. Marta me dijo que era horrible. Pinté un vasito
con una veladora con la estampa de la virgen de Guadalupe”.
Recuerdo una pintura de cráneos con velas. Era oscuro todo aquello.
- “La vida y la muerte, ¿eso es oscuro? Porque están muy
cerca. Trabajé muchísimo la pintura de los dos templos egipcios y al
fondo la puerta que conduce al más allá”.
¿Crees en el más allá?
- “Si soy ateo, ¿como puedo creer en el más allá?
Qué quisquilloso, yo soy atea y creo en el más allá. ¿Y tu primera
exposición individual? Esa me encantó. Los gatos se comieron a los
murciélagos.
- “Se llamó ‘Elurofilia’, que significa amor a los gatos. Fue
en 2013 en un espacio académico y cultural en la colonia Roma. Un gato
es la ternura. Los gatos son mi pasión”.
No tengo la menor duda. En la sala y el comedor estamos rodeados de
pinturas de gatos. Los amados gatos pintados por Diego: Diva, Leonardo,
Cual, Mouche. En algunas pinturas una persona tiene el honor de
figurar junto a un felino. En los rincones de la casa hay puertas
pequeñas para que salgan a pasear. Escaloncitos en los muros del jardín
para que escalen. Una falsa lagartija por aquí, una cuerda por allá. Un
túnel, me imagino que para que los animalitos filosofen cuando lo
atraviesan.
Mientras conversamos, Leonardo salta en el jardín trasero mostrándole
las garras a un par de pájaros pequeños e ingenuos. Ruego porque no
aterricen en el pasto. Les hago señas. Se van. Esta es una casa de una
hospitalidad excepcional, nada más no se te ocurra – acto considerado
como una descortesía extrema- despachar a su majestad el gato si ocupa
el sofá.
El mórbido Film Fest
¿Cómo comenzó tu otra pasión, el cine?
- “Me gusta desde siempre, he pasado muchas horas de mi vida viendo películas”.
¿Pero prefieres el cine de terror?
- “Sí, y el fantástico. Comencé a verlo y me enganché: las atmósferas, la música, los personajes, los sucesos imposibles”.
¿Y tu participación en El Mórbido Film Fest?
- “Por el 2006 mi amigo Pablo Guisar Koestinger comenzó a
imaginar un festival de cine que fuera también un espacio de difusión de
las artes. Que hubiera de todo: cine, teatro, música, pintura,
escultura. Así surgió El Festival Internacional de Cine Fantástico y de
Terror Mórbido. Pablo lo dirige, yo soy el Coordinador de Relaciones
Institucionales. Los primeros dos años fue una interminable talacha y a
partir de entonces comenzó el Festival en sí. Exhibimos películas de
todo el mundo. Tenemos también invitados de todo el mundo”.
Han elegido espacios muy hermosos fuera de la Ciudad de México para el Festival.
- “Sí, de 2008 a 2011 se realizó en el pueblo Mágico de
Tlalpujahua, en Michoacán. Los Festivales de 2012 y 2013 fueron en
Pátzcuaro. Después para 2014 y 2015 se eligió a Puebla como sede.
Elegimos lugares antiguos, llenos de historia, para que lo que sucede
hacia adentro del Festival se continúe en la belleza de los paisajes y
las calles. Se convive muy bien así, es una fiesta. El Festival ha
crecido muchísimo”.
¿Si fueras un personaje de película quién serías?
- “Todavía no lo sé”.
¿Qué prefieres, el cine o pintar?
- “Por el momento pintar. Ahora voy menos al cine. Necesito
mucho tiempo para pensar en lo que voy a pintar. Cómo voy a pintarlo.
Las formas que me vienen a la cabeza y los colores”.
Has pintado varios autorretratos.
- “Sí, uno con mi gato Cual, otro que estoy como en piezas de rompecabezas, otro con mi gata Diva”.
En la presentación al catálogo de la exposición “Elurofilia”, la
artista plástica Magali Lara escribe de sus dos piezas preferidas:
“Donde aparece Marta Lamas y el autorretrato de Diego junto a un gato en
un juego de doble retrato. En el de Marta una gatita la toca con una de
las patas y mira hacia nosotros, cómplice de ese leve contacto. En el
otro es Diego quien nos mira inquisitivo mientras sostiene muy de cerca
del rostro a ese su otro yo”.
¿Quién te gustaría que hiciera tu retrato?
- “Rembrandt”.
¿Cuál ha sido el segundo más feliz de tu vida?
- “En la inauguración de ‘Paisajes y Silencios’”.
¿Por qué?
- “Porque en su discurso Carmen Gaitán habló de mi pasado,
porque me agradeció por ser un gran pintor, porque nombró a mi abuela y a
Marta y sus influencias en mi vida”.
¿Y el más triste?
“En los últimos años de mi vida: cuando se murió mi gato el Cualito. Hace como cinco años”.
Cualito está enterrado en el jardín. En ese mismo jardín en donde
Leonardo intentaba engullirse un pájaro, está el cementerio felino: el
inolvidable Güero (un corazón aventurero que regresaba trasquilado de
sus continuas escapadas nocturnas), allí están Diva, Mouche y Cualito. Protegidos por una buganvilia.
¿Qué es lo que más te gustaría hacer en la vida?
- “Por el momento pintar”.
¿Sueñas mucho?
- “Supuestamente todos soñamos, a veces nos acordamos y otra no”.
¿Te ha sucedido pintar algo que soñaste?
- “No”.
¿A qué ciudad te gustaría volver?
- “Buenos Aires y Barcelona”.
¿Qué país te gustaría conocer?
- “Rusia”.
¿Fuera de México, ¿en qué ciudad te gustaría vivir?
- “Buenos Aires”.
¿Por qué has pintado tanto a esa muchacha, a Merlina? Podrías hacer una exposición sólo de ella. ¿Quién es para ti?
- “Si no estuviera medio divorciada, medio arrejuntada de nuevo con su marido, la buscaría”.
¿Sabe todo lo que la has pintado?
- “Sí, le he mandado fotos de sus pinturas”.
¿Y qué te dice?
- “Que es muy bonito”.
¿Es como la musa imposible del artista?
- “Más o menos. Es mi amor platónico”.
Nos despedimos. Diego sube a su estudio. Miro a la gatita Xuxu junto
al ventanal del primer piso. La monedita escala los muros. La gatita
Melusina se esconde – fingiendo aires distraídos- en un rincón junto a
la puerta. Apenas abra, se escapa rumbo al vasto mundo. Debe ser el
alma del Güero que sobrevuela la casa y la llama a la vida loca. Imagino
que el Gato Escarlata ya está en su estudio. Frente a su lienzo aún en
blanco. Con su pincel en la mano. Imagino cómo se apodera del silencio.
Cómo el murmullo de su memoria se desliza en ese silencio indispensable.
Diego tan entrañable. Tan vulnerable y tan valiente. Tan sabio y tan
escurridizo. Mirón y distante. Elegante y altivo. Se desliza por los
espacios suavecito y sin ruido. No permite que una se le acerque
demasiado, pero hay días en los que se deja ir al cariño con una ternura
conmovedora. Tan amoroso a sus horas y tan arisco a sus horas. Coincido
con Magali Lara, el alter ego de Diego, es un gato.
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