En estos días, rumbo al
final del año escolar, los maestros mexicanos experimentan las
presiones por el disciplinamiento, de varios modos absurdo, a que están
sometidos por la “Reforma Educativa” que la actual administración del
gobierno de Enrique Peña Nieto ha dirigido. La representación sindical
del magisterio tiene en su historia reciente líderes que, mediante las
políticas de su gestión, han sabido engendrar disidencia política en
grado significativo. El Estado mexicano no sólo ignora la voz de esta
disidencia (prefiere dar oídos al sindicalismo oficialista) sino que
hace uso de la fuerza pública en contra del magisterio. ¿De qué manera
se inscribe este “mensaje” en el debate público? ¿Cuáles son, en estas
condiciones, las posibilidades reales de disentir?
El fin de semana
pasado han sido detenidos en Oaxaca de Juárez, México, tres integrantes
de la dirección de la CNTE (Coordinadora Nacional de Trabajadores de la
Educación). En la víspera, recordábamos los acontecimientos desatados en
torno a la manifestación del 10 de junio de 1971. Se le conmemoraba
mediante un gesto político: la articulación de distintas expresiones
organizadas que llevaban sus demandas más allá de sus necesidades
particulares. Hay varios puntos en común entre el movimiento
fundamentalmente estudiantil de aquellos años y el suscitado en nuestros
días. Primero, que son sectores vinculados con la educación, con los
procesos formativos de las personas más jóvenes del país. Segundo, que
ambas manifestaciones públicas son de carácter abiertamente político, es
decir, preocupadas por problemas comunes al grueso de la población.
En “Boletín de prensa” mediante el cual se convocó a la marcha del
pasado viernes se hace una caracterización de la “Guerra Contra el
Pueblo”. Los indicios que se enumeran para describir la realidad
nacional de esta manera son los siguientes: represión contra el
magisterio y linchamiento mediático contra la CNTE, 43 normalistas
desaparecidos, represión y persecución de periodistas, creciente clima
de violencia contra los jóvenes, acceso restringido a educación pública
de nivel superior, privatización de la educación, detenciones
arbitrarias, la existencia no reconocida de presidio político y
criminalización de la protesta social, legalización y restablecimiento
de condiciones represivas que habían sido eliminadas de la legislación y
omisión en las investigaciones relacionadas con fosas clandestinas en
el estado de Morelos.
Hay que aprender a reconocer las actuales
formas del desarrollo de la guerra. Para ello se requiere una mirada
distinta a la que observaba las ofensivas del siglo pasado. Las guerras
del siglo XXI, con la participación activa o pasiva de los Estados, se
identifican a partir de otros indicios. Esto es lo que nos está
señalando la movilización social. El efecto que esto produce, en el modo
de mirar, contribuye al reconocimiento de una realidad que no puede
permanecer velada u oculta.
Como en una puesta en escena, los
acontecimientos completan su significado cuando la opinión pública los
descifra. El gesto o acto político que entrañan las manifestaciones del
10 de junio recrean un drama histórico que actualiza su sentido. Los
actores pueden ratificar o modificar sus diálogos y movimientos, pero
pueden también transformarse como personajes.
El “manotazo” del
gobierno contra la CNTE nos recuerda el viejo gesto del autoritarismo en
México con un agregado, acaso involuntario, genuinamente torpe. En
nuestro ejercicio de la memoria colectiva la actuación del gobierno
añade notas de cinismo. Lo hace quizá espoleado por una necesidad, corta
de miras, que lo mismo le impide ver el pasado que prever las
consecuencias. Pero aun siendo sólo posible una reacción indignada, en
sus actos se pintan solos y contribuyen a la comprensión de un drama
escénico global que se repite en distintas latitudes del mundo
contemporáneo; un conflicto latente que busca una salida distinta a la
muerte selectiva y dosificada que nos ofrece el actual estado de cosas.
Hay que poblar de gestos este lugar; repetir ad infinitum la
conexión de la propia posición política con las necesidades de otros.
Cuando se habla de educación es necesario decir que se habla de la
transmisión de visiones y prácticas de una determinada versión de
humanidad. Y como los maestros, hay que articular el orden del día con
la experiencia histórica adquirida. Se debe reconocer que en toda
disputa política se juega también el papel que desempeñará cada uno de
los actores frente a los ojos de las nuevas generaciones.
La
pugna histórica de larga duración alrededor de la educación en México se
resolverá tanto con la resistencia activa del magisterio, dentro y
fuera de las aulas, como con la creatividad colectiva para producir
otras formas de compartir el conocimiento y la experiencia. Los
recuerdos se encabalgan unos sobre otros y el 10 de junio de 1971 es
hoy. Lo es en la medida en que el acto de conmemorar implica siempre
actualizar los términos de un conflicto.
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