Bernardo Barranco V.
Mediante un comunicado, la
Secretaría del Trabajo, responde a los dichos del pastor Arturo Farela,
aclarando que en el padrón de tutores del programa social Jóvenes
Construyendo el Futuro no existe ninguna organización religiosa y se
trata de un programa público y laico donde se respetan todas las
creencias y religiones. El desmentido responde a declaraciones y videos
que circulan en Internet, en que Farela afirma atender a 7 mil becarios,
bajo las siguientes premisas: a) el programa Jóvenes Construyendo el
Futuro es una oportunidad que se presenta a las iglesias evangélicas
para salir del tempo y obedecer la gran comisión de Jesucristo: Id y predicar el evangelio y llegar a esos jóvenes; b)
ese es el plan del gobierno federal: que una hora se les instruya con la palabra de Dios. ¿El gobierno promueve la evangelización y el adoctrinamiento de los jóvenes? En otras declaraciones y entrevistas el pastor Farela, presidente de una red de iglesias evangélicas llamada Confraternice, asegura que la revolución de AMLO es esencialmente espiritual. Sin embargo, en esta ocasión el propio Presidente, en la mañanera del 4 de diciembre, negó que su gobierno haya autorizado o solicitado a pastores evangélicos intervenir en el programa Jóvenes Construyendo el Futuro.
El asunto es delicado. Dicho de otra manera, a decir de Farela, con
recursos y programas del Estado, las iglesias están desplegando acciones
de proselitismo religioso sancionado por la ley. Se transgrede
flagrantemente la laicidad del Estado. El gobierno mexicano está
obligado no sólo a desmentir o puntualizar la información, sino a dar
una amplia explicación. En qué medida y cuáles son los programas
sociales que opera la red evangélica de Confraternice, así como,
explicar la investigación de Mexicanos Contra la Corrupción y la
Impunidad, que denuncia que no sólo el hijo del pastor, el joven Farela
Pacheco, es coordinador de los Servidores de la Nación de la Secretaría
de Bienestar, sino también otros hijos de pastores aparecen en la nómina
del gobierno.
Arturo Farela, en todo momento, presume una larga y estrecha relación
de amistad con AMLO. Instiga públicamente en todo momento aquellos que
confrontan al presidente, como Vicente Fox y Felipe Calderón.
Electoralmente, en 2006, 2012 y 2018 Confraternice y Farela dicen haber
apoyado en sus campañas al actual Presidente, contraviniendo las leyes
electorales. En sus visitas a Palacio Nacional, en febrero y marzo de
este año, asegura haber orado con el Presidente. Muestra de dicha
cercanía, fue la invitación expresa de López Obrador a ser uno de los
principales oradores en el acto de unidad nacional de Tijuana, el 8 de
junio. Hay que reconocer que no es la primera vez que Farela está en el
ojo del huracán. Pareciera que tiene vocación por la provocación
política y cuestionar de manera recurrente el ordenamiento jurídico de
México. En febrero después de la visita a Palacio Nacional, los
titulares de los medios giraron en torno a la demanda de Farela para la
concesión de radio y televisión a las iglesias, que desató una gran
polémica, pues la Ley de Asociaciones y Culto Público de manera
explícita lo prohíbe. En julio, se levantó una enorme querella sobre la
distribución de la Cartilla moral, de Alfonso Reyes. Mientras
Confraternice expuso haber distribuido más de 10 mil ejemplares, la
mayor parte de las iglesias evangélicas, incluida la católica,
declinaron. Su argumento era simple: no es obligación de las iglesias
ejecutar programas de gobierno. Diversas diócesis católicas denunciaron
que la 4T debía respetar el Estado Laico. El afán por la notoriedad de
Farela volvió despuntar cuando en septiembre declara que se debe
reformar el artículo 130 constitucional y erradicar la histórica
separación entre las iglesias y el Estado a fin de que ministros de
culto puedan ser votados y ocupen cargos públicos. El protagonismo de
Farela me recuerda a Girolamo Prigione, el cacique de la Iglesia
católica en la década de 1990, las estridencias del cardenal Norberto
Rivera, el pastor del poder, a Onésimo Cepeda y a Juan Sandoval Íñiguez,
actores que derrocharon ambiciones desmedidas de poder.
El problema tiene un fondo político y conceptual. Que el gobierno
haya refutado a Arturo Farela en el caso de los 7 mil becarios del
programa Jóvenes Construyendo el Futuro es consecuencia de una profunda
contradicción, que consiste en pretender incorporar a las iglesias a los
programas de gobierno, contrariando el principal principio de Juárez de
separar las iglesias del Estado. Con el afán de restituir el dañado
tejido social y buscar la pacificación del país, AMLO insiste en usar
las iglesias en las iniciativas y programas sociales para moralizar la
sociedad. Gobernación malabarea en una peligrosa línea muy delgada y
frágil. Dice respetar el Estado laico, pero favorece y respalda la
incorporación clerical a sus programas sociales. ¿Confusión? Los
malquerientes de la 4T ven en esta iniciativa el advenimiento de una
fórmula electoral que asegure el voto de un sector evangélico, popular y
disciplinado, para la preminencia de Morena en el poder.
Que diferentes gobiernos y partidos hayan tenido la misma intención
con la Iglesia católica no demerita para nada el reproche de la alianza
con un sector evangélico pentecostal ultraconservador. La cuestión se
torna preocupante y habrá que mirar el espejo latinoamericano. Por
ahora, el reclamo consiste en aclarar si con nuestros impuestos estamos
financiando el proselitismo de un evangelismo fundamentalista.
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