La toma de la palabra por millones de mujeres para denunciar el uso de
la violación como medio de control sobre el cuerpo femenino por los ejércitos,
formales o informales, las iglesias, el Estado y la sociedad, a través de la
socialización de los hombres en la violencia, es pues, una ruptura de un
silencio secular, que empezó a fisurarse en los años 70 del siglo pasado, y hoy
es insostenible.
Más allá de la viralización de “Un violador en tu camino”, difundida y
aplaudida en algunos medios sin hacer referencia al contexto y a la violación
de Derechos Humanos que implica la violencia sexual, la denuncia masiva de ésta
en calles, plazas y universidades, representa una resignificación del espacio
público que ha sido, y sobre todo es hoy, en Chile , México y otros países, un
espacio inseguro, donde niñas y mujeres están expuestas a todo tipo de
agresiones, desde el acoso hasta la desaparición y el feminicidio.
Resulta paradójico que a la vez que se difunde y cubre ampliamente en
nuestro país esta forma de protesta, diversos medios y autoridades se hayan
centrado en la destrucción de vidrios y el grafiti con que algunas manifestantes
expresaron su frustración, hartazgo y enojo en las protestas que se dieron en agosto
y el 25 de noviembre en la Ciudad de México.
Estas marchas se organizaron para protestar precisamente contra la violación
de dos chicas por agentes del Estado que deberían haberlas protegido, o cuando
menos dejado transitar tranquilas, y contra todas las violencias que padecen
las mujeres en el día a día.
Centrarse en las pintas sobre monumentos que pueden limpiarse, y que,
como afirmó el grupo de “Restauradoras con glitter”, no son piedras muertas
sino monumentos vivos, que cuentan una historia y pueden contar también las
violencias que en ellos se estampan, si se documentan, es dejar de lado tanto
el fondo del problema como todos los demás signos y símbolos que han transformado
las marchas de las mujeres en espacios creativos.
Lo que se escribe en los monumentos es el dolor de los cuerpos magullados
y heridos, la rabia por las denuncias inútiles, la frustración ante la precariedad
agudizada por la inseguridad, el deseo de gritar y de hacer gritar a las
piedras contra la injusticia.
Lo que se dice y canta en las marchas, sin embargo, no es sólo rabia y
frustración, hay también esperanza de una América Latina “feminista”, ansia de “Verdad
y Justicia”; afán contra el olvido, que se manifiesta en las cruces rosas de
las madres de Ciudad Juárez que han sido adoptadas, entre otras, por colectivas
de jóvenes en el Estado de México. Hay recuperación de la memoria, contra las “verdades
históricas”, que se expresa en los “Bordados por la paz”, creados en 2012 para
dar nombre a los desaparecidos y hoy dedicados también a niñas y mujeres asesinadas;
pañuelos bordados en colectivo, unidos en paneles que acompañan a familiares de
desaparecidos el 10 de mayo y reaparecen en espacios diversos, como el #24A de
2016.
Hay creatividad contra la violencia, en la batucada feminista, en los
tendederos que denuncian a acosadores, en las mujeres de blanco con vestidos
ensangrentados como catrinas dolientes.
Tal vez todos estos símbolos, que constituyen un discurso alterno a
la hojarasca oficial, se ignoren porque, al conjuntarse en marchas
feministas que así se re-apropian el espacio público, muestran la
vinculación de todas las causas por las que las mexicanas han decidido
dejar atrás el miedo y el silencio. En ellos, como en la creación de
LasTesis, resurge el poder de la creatividad y de la solidaridad contra
las violencias.
CIMACFoto: César Martínez López
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