El arresto de Genaro García
Luna en Texas y su presentación, encadenado de pies y manos, ante una
corte, es un hecho político y policial de gran envergadura porque el
hombre fue la pieza que articulaba varios de los componentes principales
del régimen calderonista: la corrupción gubernamental, la sangrienta
estrategia
de seguridady laparticipación en ella del gobierno estadunidense. En la génesis de la violencia estructural que se abatió sobre el país de manera profunda y perdurable, García Luna es un factor mucho más relevante que El Chapo Guzmán, porque éste actuó siempre de un sólo lado del fenómeno, en tanto que el ex secretario federal de Seguridad Pública operó en todos: como gestor de los contratistas que hicieron fortunas con el baño de sangre; como administrador de la fuerza del Estado; como protector furtivo de aquellos a quienes se suponía que estaba combatiendo; como encubridor, junto con el entonces procurador Eduardo Medina Mora, de las complicidades estadunidenses con el narcotráfico; como conexión con las organizaciones
ciudadanasque dieron justificación y cobertura a la masacre –México Unido contra la Delincuencia, Alto al Secuestro, Causa en Común y demás–, y hasta como guionista del discurso mediático que acompañaba las acciones de guerra.
Muchos piensan que el Calderonato fue una suma de corruptelas,
ineptitudes y estupidez. Otros estamos convencidos de que fue, en
realidad, un programa diseñado para llevar a la sociedad mexicana a un
estado de indefensión, desarticulación, zozobra y pánico con la
finalidad de crear condiciones óptimas para el saqueo de bienes
nacionales, la apropiación de recursos naturales y la explotación más
extrema de la fuerza de trabajo. Pero, haiga sido como haiga sido
–por estulticia o por designio–, no deja de ser sorprendente que haya
sido posible ensamblar esa orquesta inmunda en la que tocaban al
unísono, aunque en distintas escalas, empresarios, políticos, capos,
representantes diplomáticos, académicos e intelectuales orgánicos,
opinadores, publicistas, activistas y agentes del FBI, la DEA, la CIA y
la ATF destacados en el territorio nacional. Y en el rol desempeñado por
García Luna se encuentra una parte fundamental de la respuesta.
Ciertamente, en el periodo del usurpador michoacano no se encuentra
la raíz de todos los males y miserias que ha padecido México; ese lapso
es un eslabón en el ciclo de gobiernos neoliberales y oligárquicos que
empieza con De la Madrid o con Salinas y culmina con Peña Nieto, un
ciclo de avance progresivo y gradual de la corrupción a gran escala, la
pérdida de derechos, conquistas y condiciones de vida, la destrucción de
organizaciones sociales, la pérdida de soberanía y el acanallamiento de
las conductas sociales. Pero el calderonato es el tramo definitorio del
proyecto antinacional que empezó a hacer agua tras la atrocidad de
Iguala del 26 de septiembre de 2014, sufrió una fractura fatal con la
llegada de Donald Trump a la Casa Blanca y acabó de desmoronarse el 1 de
julio del año pasado. Entre 2006 y 2012, sin embargo, se consagraron la
generalización de la violencia, la pérdida de los derechos humanos como
referente básico, la descomposición institucional y la impunidad
garantizada a las raterías de los funcionarios. En ese lapso se hizo
inocultable que había una conexión entre política económica y auge de la
criminalidad y se evidenció que la delincuencia organizada se había
convertido en un sector económico por derecho propio, tanto por el
número de empleos que generaba como por la cantidad de divisas que
aportaba a la economía.
Más allá de las obligaciones legales de procurar e impartir justicia,
hay una razón de Estado que hace necesario esclarecer asuntos como el
fraude electoral mediante el cual Calderón fue incrustado en Los Pinos,
juzgar los crímenes de lesa humanidad perpetrados por su gobierno,
–reactivando, por ejemplo, la denuncia presentada en la Corte Penal
Internacional de La Haya– y esclarecer el destino de los recursos
derivados de los sobreprecios petroleros –decenas de miles de millones
de dólares que desaparecieron en los sexenios de Fox y de Calderón, el
dispendio de la barda de la nunca construida Refinería Bicentenario y
las raterías perpetradas con el pretexto de la Estela deLuz.
Adicionalmente, por la necesidadde entender a profundidad lo ocurrido,
es deseable que una comisión de la verdad examine y evalúe desde el
ámbito social el papel que desempeñaron García Luna, Medina Mora, el
propio Calderón y otros ex funcionarios en la conformación y el
funcionamiento del Calderonato, un ejercicio gubernamental sórdido,
indecente y sangriento que no debe repetirse nunca más.
Twitter: @Navegaciones
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