Jazz
Antonio Malacara
El pasado 29 de noviembre, con
una Playa Mamitas que poco a poco iba llenándose de jazzófilos y
curiosos, la 17 edición del Festival de Jazz de la Riviera Maya comenzó
con la profunda y metálica sonoridad de un bajo eléctrico que proclama
el poder del funk. Es Ramsés Ramírez, fundador y líder de Sr. Mandril,
quien, junto a la batería de Adriano Morales, instala la sólida
plataforma donde se arrojará este grupo.
No habían pasado 10 segundos cuando la guitarra de Germán González
(otro de los fundadores) y los teclados de Roberto Flores armaron una
maqueta para que Pablo Delgado empezara a improvisar con el sax tenor.
La playa entera se estremece, es una explosión súbita. Es funk jazz. Más
que una plataforma, bajo y batería entretejen el sistema nervioso
central de la banda. Reiteradamente el sax toma la primera voz, el
teclado y la guitarra lo hacen con mayor prudencia, pero igual se dejan
oír. Las eventuales dosis de electrónica van y vienen y con el paso de
los años van permeando más y más en el Mandril (y en la música en
general).
Aunque por momentos las atmósferas parecieran palidecer, la solidez
del oficio, las tablas y la pasión del quinteto las rescatan de tajo.
Ramsés insiste a la gente para que se ponga a bailar; algunos hacen
caso, y les regalan discos. Sandra Real, el sexto elemento, proyecta
imágenes con buen gusto, buen tino y buen ritmo. Incluye una vieja
caricatura donde Tiro Loco McGraw y su fiel Pepe Trueno evidencian que los mandriles tienen ya buen rato en el planeta.
Poco después, las felpas de Alex Kautz se insinúan para enmarcar la
entrada de Magos Herrera. Señorial, su voz no requiere de grandes
despliegues o florituras para profundizar y tocar el alma con una muy
personal versión de Valderrama, la rola aquélla que cantaba Mercedes Sosa.
El cuarteto que la acompaña inicia discreto, consigue permanecer a un
mismo tiempo en el fondo y en el frente del discurso; al fondo,
envuelve con suavidad las palabras de la cantante; al frente, cada uno
de ellos tiende y desarrolla una altísima calidad instrumental, con
fuertes aromas de jazz que apenas se contiene al servicio de la voz.
Hoy, Magos Herrera nos propone un recorrido por los clásicos de la
canción latinoamericana, sutilmente rediseñados a través de los códigos y
los aromas del jazz o de los rumores de la música contemporánea. Y así,
mostrando nuevos ropajes y atavíos, deambulan por el escenario Antonio
Carlos Jobim, Violeta Parra, Ariel Ramírez, Carlos Aguirre, Gilberto
Gil, Álvaro Carrillo.
El contraste con las detonaciones previas del Sr. Mandril es
gigantesco, pero la gente, que no deja de llegar a la playa, está feliz,
corea las rolas, aplaude y ovaciona. Magos enlaza con maestría la
serenidad, la sensualidad, la intensidad, el color, el consabido manejo
vocal que la ha mantenido en los primeros sitios del circuito
internacional. La banda: Luis Perdomo es uno de los pianistas más
famosos y solicitados de Nueva York, aunque nació en Venezuela; Alex
Kautz, de Brasil, pareja de Magos, es un virtuoso de la batería; Sam
Minaie, discípulo de Charlie Haden, introduce Gracias a la vida con un solo de contrabajo entre lo sacro, lo abstracto, lo clásico y lo plenamente jazzístico; la gente lo aplaude de pie.
Todos ellos son excelentes músicos, aunque la guitarra de Vinicius
Gomes termina por resaltar inevitablemente; ya con la pureza y
transparencia de sus recurrentes solos, ya con los diálogos entre sus
cuerdas y el scat de Magos, ya con la versatilidad de sus dinámicas de
acompañamiento o soporte. En todo momento, el discurso del grupo es
eminentemente jazzístico, pero nunca, ni un solo instante –esto es lo
más sorprendente–, la línea melódica de la canción desatiende, y menos
aún abandona, su diseño original, la figura estética que le diera origen
en la trova latinoamericana.
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