(Proceso).- Fracasó la
oposición golpista en su intento de tumbar al gobierno de Andrés Manuel
López Obrador durante su primer año de gobierno. El presidente de la
República hoy cuenta con una tasa de aprobación ciudadana de
aproximadamente 70%, de acuerdo con las casas encuestadoras más
confiables. Si bien este porcentaje se ha reducido en comparación con el
momento de su emotiva toma de posesión del año pasado, no hay señales
de que el nuevo gobierno haya entrado en un proceso de desgaste, sino
todo lo contrario.
Donde sí se percibe un desgaste es más bien en las filas de la
oposición. No funcionaron los amparos de Claudio X. González ni los
sabotajes de nombramientos en el Congreso, las noticias falsas tienen
cada vez menos audiencia o credibilidad, las “marchas fifís” han perdido
su novedad y no tienen rumbo o causa clara, el PRD se encuentra en vías
de extinción, el PRI es cada vez menos visible y “México Libre” no ha
logrado generar una movilización social auténtica. Los únicos “líderes”
visibles de la oposición hoy son los expresidentes Vicente Fox y Felipe
Calderón, cuya principal actividad se limita a lanzar invectivas por
Twitter.
La vasta mayoría de la población mexicana confía en su presidente y
el tabasqueño no ha modificado un ápice sus compromisos o promesas. Los
proyectos prioritarios que hoy empuja López Obrador son exactamente los
mismos que los que anunciaba durante la campaña presidencial. Sobre
aviso no hay engaño y nadie puede decir que las acciones del nuevo
gobierno les haya sorprendido, y mucho menos que López Obrador hubiera
traicionado el mandato popular expresado en las urnas el 1 de julio de
2018.
Lo verdaderamente sorprendente del inicio de la gestión de López
Obrador es precisamente el hecho de que no haya modificado un ápice su
proyecto de gobierno. En un contexto político en que la traición y los
titubeos son lo normal, la enorme consistencia y coherencia del
presidente resulta casi increíble. El informe que rindió el pasado 1 de
diciembre en el Zócalo capitalino consistió en enlistar, uno por uno y
con todo detalle, los avances concretos para los proyectos específicos
que había prometido implementar desde su campaña presidencial.
Por supuesto que todavía hay muchas asignaturas pendientes. La
inseguridad pública sigue en niveles inaceptables, el crecimiento
absoluto del Producto Interno Bruto es todavía muy bajo y falta tiempo
para que se puedan culminar bien las grandes obras de infraestructura.
El mismo presidente de la República lo reconoció en un humilde ejercicio
de autocrítica durante su discurso del domingo pasado.
Pero López Obrador jamás prometió milagros. A diferencia de las
promesas irresponsables realizadas por Fox en su campaña de 2000, el hoy
presidente nunca dijo que iba a revolucionar el país en un año, sino
sólo que iba a hacer su mejor esfuerzo durante su breve paso por Palacio
Nacional para dejar firmes las bases para la construcción de una nueva
nación.
La crítica es esencial. Los reportajes de los periodistas
independientes, los análisis de los académicos rigurosos, las protestas
de la sociedad civil y las propuestas de los políticos de oposición
ayudan a construir un contexto de participación y de pluralidad propicio
para la confección de políticas públicas más eficientes y efectivas.
Sin embargo, la enorme solidez con la cual el gobierno de López
Obrador inicia su segundo año también envía un poderoso mensaje a toda
la sociedad mexicana, y en particular a la oposición. En lugar de
desgastarse en la elaboración de la siguiente estrategia de golpe, en
lugar de planear la siguiente celada en contra del gobierno de la Cuarta
Transformación, sería mucho más efectivo y productivo invertir toda
esta energía en una participación democrática a favor del
fortalecimiento de las instituciones públicas y el bienestar general.
Los que hoy engrosan las filas de la oposición golpista son quienes
ayer gozaban de los privilegios y las prebendas del poder. Todavía no se
acostumbran a vivir sin el favor de Palacio Nacional o ganarse la vida
con honestidad y trabajo arduo como todos los demás ciudadanos de la
República. Añoran los viejos tiempos del dinero fácil y de la indolencia
premiada.
Pero su estéril nostalgia es inútil porque su momento histórico ya se
acabó y no regresará jamás. Los tiempos del derroche sin fin, de la
corrupción sin límite y del saqueo desbordado ya quedaron en el pasado.
Se murió el viejo régimen y el nuevo ya pasó su primera prueba al
sobrevivir el embate golpista del primer año. Hoy el nuevo gobierno
camina con paso firme y empieza a entregar resultados concretos.
Después del fraude de 2006, los ahora “moralmente derrotados”
gritaban cínicamente a López Obrador que tendría que “aceptar su
derrota”. Querían que los dejara en paz y que el excandidato
presidencial abandonara su lucha por la justicia, la paz y la
democracia.
Pues hoy ha llegado la hora para la verdadera rendición democrática.
Quienes deben reconocer su derrota histórica son más bien los
fraudulentos y los golpistas, para dar paso a una nueva era de plena
participación social y unidad nacional. El salvamento de la patria es
una obra inmensa que requiere del apoyo de absolutamente todos y todas.
www.johnackerman.mx
Este análisis se publicó el 8 de diciembre de 2019 en la edición 2249 de la revista Proceso
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