Por
Fuentes: Público
Movilización en Madrid para pedir el fin de la violencia de género y de la prostitución EFE
Como nunca antes en la historia de las luchas sociales la
prostitución está siendo considerada aceptable por una parte de la izquierda.
El cáncer social que supone aceptar que la mujer es el sexo que debe prestarse
a los deseos salaces del varón por una miserable cantidad de dinero, que ha
sido siempre una de las enfermedades crónicas del Patriarcado, y de cuyo
negocio se lucran con ingentes cantidades de dinero las mafias internacionales,
se intentó erradicar por las más preclaras figuras políticas, sociales e
intelectuales del mundo hace siglos. En España desde Concepción Arenal las
pensadoras y activistas feministas pretendieron lograr que se aboliera en
todo el mundo, como se planteó en la Convención Internacional contra la Trata
de 1905. Es interesante consultar el artículo que escribió Lenin en aquella
ocasión y la polémica que desató sobre la libertad sexual. Pero ciertamente así
se llevó a cabo en la URSS a partir de la Revolución de Octubre.
Las anarquistas españolas pusieron mucho
énfasis en la crítica de la permisividad que sus compañeros de ideología
mantenían hacia la prostitución, reprochándoles que frecuentaran los
prostíbulos. En las Cortes de la II República, impulsada por Clara Campoamor se
abolió la prostitución y Federica Montseny, la primera mujer ministra española,
que lo fue de Sanidad, anarquista, la llevó a cabo cerrando los lupanares y
creando los «liberatorios de prostitución», en plena guerra Civil.
El largo tiempo que atravesamos en la
dictadura no permitió que se reclamara la abolición, pero ciertamente no
existía ninguna duda tanto en la moral social mayoritaria como en la conciencia
feminista de que ser prostituida era la explotación y la humillación más grave
que podía sufrir una mujer.
Ha sido con la llegada de la democracia
cuando la ideología capitalista –y no se debe añadir el calificativo de liberal
porque es un disparate- se adueñó del discurso dominante y la mafia de la
prostitución ha introducido en la conciencia social la idea de que la
prostitución «libre» es aceptable, a veces hasta recomendable, como
un trabajo más. No se califique de liberal esta concepción porque es un insulto
a los liberales, aquellos que lucharon contra la esclavitud y la prostitución
durante todo el siglo XIX, y cuyo partido fundó John Stuart Mill, el filósofo y
diputado inglés, uno de nuestros admirados feministas, que tanto trabajó para
lograr el voto para la mujer. En España, desde las Cortes de Cádiz en 1812, los
liberales lucharon heroicamente contra la reacción tiránica y a favor de la
República.
Pero ya sabemos que hoy los términos
clásicos se desprecian y se corrompen. Desde que el marxismo es execrado por
los posmodernos para sustituir este método de conocimiento por el engrudo
ideológico que nos sirven todos los días los políticos, incluyendo a los de
izquierdas, y aún peor, la Universidad convertida en un páramo del pensamiento,
hablar de esclavitud sexual para definir la prostitución provoca rechazo en los
sectores que se lucran del negocio, que son muchos más de los que la mayoría de
la ciudadanía conoce.
Si mi abuela, anarquista, Regina de Lamo,
resucitara y oyera que la prostitución se denomina ahora «trabajo
sexual», y que políticas con poder ejecutivo financian una «escuela
de prostitución», que unas cuantas propagandistas aseguran que es una
buena solución económica para las mujeres, y que las que persistimos en lograr
la abolición somos anticuadas, ñoñas, prejuiciadas y putofóbicas –nuevo vocablo
en el vocabulario posmoderno de las prostituidoras- volvería a morirse. Y con
ella todas las grandes pensadoras y activistas feministas de dos siglos:
Alejandra Kollöntai, Rosa Luxemburgo, Clara Zetkin, Federica Montseny como ya
he mencionado, Clara Campoamor, Victoria Kent, Margarita Nelken, Dolores
Ibárruri, las precursoras que nos abrieron un luminoso camino en la selva
oscura del Patriarcado y que ahora son despreciadas.
Lo más penoso es comprobar que hoy no
debemos abrigar muchas esperanzas de que se apruebe en España la abolición de
la prostitución. A pesar de las Plataformas y Frentes y Asociaciones y Asambleas
abolicionistas, demasiadas para que tengan verdadera fuerza, que la reclaman y
que incluso se proponen elaborar la ley, lo cierto es que una ley se aprueba en
el Parlamento y no en la calle ni en las reuniones, asambleas, jornadas y
conferencias que de cuando en cuando se realizan. Y en el Parlamento en este
momento tenemos partidos públicamente prostituidores: Podemos, Ciudadanos,
Esquerra Republicana y Mas País que con 61 escaños pueden frenar cualquier
proyecto de ley en ese sentido. Los demás, PSOE, PP, PNV, y los nacionalistas,
sin que estén defendiendo la regulación de la prostitución como hacen los
otros, se muestran muy tibios en su afán de acabar con ella.
Si contamos que tanto el PSOE como el PP
han gobernado decenas de años por mayorías absolutas o con la ayuda de los
nacionalistas y nunca han planteado un proyecto de ley abolicionista, no sé por
qué ahora, con la debilidad parlamentaria que todos padecen iban a hacerlo.
Como decía Lenin «excepto el poder todo lo demás es pura ilusión»,
y el poder desde luego hoy no lo tiene el Movimiento Feminista. A pesar de su
demostración de capacidad de convocatoria de masas en las manifestaciones, las
declaraciones de sus dirigentes de que nos encaminamos a la abolición de la
prostitución son puras ilusiones.
Del PSOE no sabemos qué acabará haciendo, a
pesar de las declaraciones abolicionistas de las mujeres del partido, que por
otro lado se han conformado durante los 24 años que han gobernado con que la
abolición quedara siempre en la cuneta, y en este tema con menos poder sin el
apoyo de UP. Los de la derecha, algunos incluso confesionales, se harán los
exquisitos con enmiendas y sugerencias y abstenciones haciéndonos perder el
tiempo. Y al final la aritmética parlamentaria no será suficiente para dar una
alegría al Movimiento abolicionista, que cree, ensoñado en sus ilusiones, que
con manifestaciones en la calle y asambleas multitudinarias se cambian leyes y
gobiernos. Cuando nunca ha sido así. Ni siquiera ante movimientos
internacionales que sacaron a la calle a millones de personas en ocasiones
memorables como las que se opusieron a la guerra de Irak, y que ya tristemente
hemos comprobado cómo se hundió a esa región del planeta en la destrucción, la
miseria y el conflicto perpetuo, sin que ninguno de sus autores recibiera el
castigo que se merecían.
Es cierto que el MF ha luchado y protestado
activamente desde que se acabó la dictadura y que gracias a su esfuerzo se
logró aprobar algún artículo de la Constitución prohibiendo discriminaciones y
más tarde leyes más o menos progresistas. Pero que tales avances no nos hagan
engañarnos. En cada una de esas ocasiones hubo partidos políticos que votaron a
favor de la causa, porque si no nunca hubieran ganado. Y ahí tenemos el voto
femenino en las Cortes Constituyentes de la República, la Constitución de 1978,
y las siguientes leyes de divorcio, aborto, violencia, igualdad, matrimonio
homosexual, a las que los partidos dominantes dieron el visto bueno.
Porque o triunfa una revolución, que suele
llevar aparejada una guerra, o se ganan las elecciones parlamentarias y se
forma gobierno, o te quedas en la calle con una pancarta en la mano. Que es lo
que lleva haciendo el Movimiento Feminista hace cuarenta años.
LIDIA FALCÓN O’NEILL es licenciada en Derecho,
en Arte Dramático y Periodismo y Doctora en Filosofía. Nombrada Doctora
Honoris Causa por la Universidad de Wooster, Ohio. Es fundadora de las
revistas Vindicación Feminista, y Poder y Libertad, que actualmente
dirige. Creadora del Partido Feminista de España y de la Confederación
de Organizaciones Feministas del Estado Español. Ha participado en el
Tribunal Internacional de Crímenes contra la Mujer de Bruselas, en el
congreso Sisterhood Is Global de Nueva York, en todas las Ferias
Internacionales del Libro Feminista y en los Foros Internacionales de la
Mujer de Nairobi y de Beijín.
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