Bernardo Barranco
Don Raúl, acaba de cumplir 75
años. Por disposición canónica presentó su renuncia como obispo al papa
Francisco. Bajo una lógica de Estado y de afinidad, el pontífice
decidirá cuándo se hace efectivo su retiro. Algunos sostienen que Vera
goza de mucha empatía con el Papa argentino por compartir posturas
sociales. Sin embargo, en la curia romana, cuenta con malquerientes que
reprochan sus atrevimientos y posturas, en especial, hacia los
homosexuales.
Vera es todo un personaje, no pasa desapercibido, dentro y ni fuera
de la Iglesia. Es hijo del movimiento estudiantil de 1968, donde fue
activista. Es sucesor de una doble revolución que se opera
simbólicamente en los años 60; la rebeldía social universitaria del 68 y
el aggiornamento eclesial que se aplica en el concilio. Gracias a la intervención de Juan XXIII, El Papa Bueno.
Vera, por tanto, es también heredero y depositario de la teología de la
liberación, debilitada hasta la aparición de Francisco. Felizmente no
se quedó en la nostalgia latinoamericana y desde Chiapas incursionó en
la teología india. En Saltillo impulsó pastorales que reivindicaron los
derechos de las minorías: mujeres, mineros, homosexuales, migrantes,
personas en condición de calle, entre otros. La capacidad de indignación
social de Vera ante los atropellos del poder es directamente
proporcional al reclamo de la sociedad para alcanzar mayor equidad y
justicia. Su actitud como religioso defensor de los derechos se asienta
en el sentir de un gran número de mexicanos que ven en el dominico una
actitud valiente, cívica y espiritual.
En 2013 tuve la suerte de publicar en Grijalbo El evangelio social del obispo Raúl Vera,
que mezcló entrevista y conversaciones sobre la crisis simultánea que
se experimenta tanto en la Iglesia y como en la sociedad. En el ámbito
secular el primer año de Enrique Peña Nieto frente al desastre
calderonista y en el ámbito eclesial el inesperado arribo del papa
Francisco, tras la dramática renuncia de Joseph Ratzinger.
Acontecimientos que evidenciaban el agotamiento de dos modelos
distintos, cuyas crisis se manifestaban simultáneas. En la elaboración
del libro, descubrí la vitalidad de don Raúl. Obispo inquieto, lleno de
energía, humor y convicciones. De buen apetito y vida saludable. Cada
mañana camina por lo menos una hora que le conserva una envidiable forma
física, así como el suficiente brío para cumplir con agendas siempre
cargadas de compromisos, reuniones, entrevistas, viajes y
desplazamientos constantes, ceremonias religiosas y audiencias privadas.
Como buen predicador, se enciende ante una injusticia, sube el tono de
su voz y enrojece. Como buen ingeniero, es diestro en las nuevas
tecnologías que le permiten comunicarse y dar seguimiento a la distancia
a los requerimientos de su diócesis. Pese a su ritmo intenso, se
percibe un hombre de fe y una espiritualidad intensa como verdadero
motor que le permite su frenético ritmo de vida.
Su nombre cobra luz propia cuando se deslinda de la política del
entonces nuncio Girolamo Prigione y de la Secretaría de Estado de Angelo
Sodano del Vaticano en la década de 1990. Éstos pretendían desmantelar
la labor pastoral de Samuel Ruiz en Chiapas. Digámoslo de manera cruda,
Vera fue incardinado a la diócesis de San Cristóbal de las Casas, como
obispo auxiliar con derecho a sucesión en 1995, para desmantelar y
demoler la obra pastoral de más de tres décadas construida por el Tatic Samuel
Ruiz. El mandato era destruir el liderazgo de don Samuel entre los
movimientos sociales indígenas en la zona de conflicto. Don Raúl
transgrede dicha estrategia y se vuelca al lado de Samuel Ruiz. Lejos de
arruinar las opciones pastorales de la diócesis se suma a ellas. Para
sorpresa de muchos, se sube con radicalidad a la causa indígena en
congruencia con su conciencia y con el evangelio. Ello se ganó el
respeto de muchos, pero la denostación del llamado Club de Roma, o
cártel de Roma, grupo de presión de poder eclesial paralelo integrado
por prelados conservadores como Norberto Rivera, Marcial Maciel, Onésimo
Cepeda, Juan Sandoval Íñiguez y Prigione. Fue una decisión valiente que
lo alejó del oropel del poder eclesiástico y un acto de nobleza ante
los pobres, los desheredados e indígenas que no lo olvidarán. Vera es el
pastor de los derechos humanos, lo confirma en su traslado a Saltillo,
el obispo que predica la denuncia como parte de su misión, tierra fértil
de controversias y escándalos.
El libro citado muestra que Vera no es un accidente que nace en
Chiapas por un rayo de conversión o de un golpe divino de profetismo.
Muchos románticos de la fe y de los mitos lo quieren ver así. En Vera no
se opera un milagro de conversión, sino un largo proceso de maduración
en que inciden no sólo las circunstancias personales, sino la mística de
la orden de los predicadores, los dominicos, como se les conoce
comúnmente. En él rejuvenece la herencia de fray Bartolomé de las Casas,
fray Antonio de Montesinos y fray Francisco de Vitoria, entre tantos
misioneros. También las semillas de lucha de este activista religioso
son palpables aun antes de haber optado por el sacerdocio. Es momento de
reconocimientos, pero no de homenajes porque tiene aún mucho trecho que
recorrer. ¡Larga vida, don Raúl!
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