6/24/2020

Raúl Vera, el obispo de los derechos humanos




Don Raúl, acaba de cumplir 75 años. Por disposición canónica presentó su renuncia como obispo al papa Francisco. Bajo una lógica de Estado y de afinidad, el pontífice decidirá cuándo se hace efectivo su retiro. Algunos sostienen que Vera goza de mucha empatía con el Papa argentino por compartir posturas sociales. Sin embargo, en la curia romana, cuenta con malquerientes que reprochan sus atrevimientos y posturas, en especial, hacia los homosexuales.
Vera es todo un personaje, no pasa desapercibido, dentro y ni fuera de la Iglesia. Es hijo del movimiento estudiantil de 1968, donde fue activista. Es sucesor de una doble revolución que se opera simbólicamente en los años 60; la rebeldía social universitaria del 68 y el aggiornamento eclesial que se aplica en el concilio. Gracias a la intervención de Juan XXIII, El Papa Bueno. Vera, por tanto, es también heredero y depositario de la teología de la liberación, debilitada hasta la aparición de Francisco. Felizmente no se quedó en la nostalgia latinoamericana y desde Chiapas incursionó en la teología india. En Saltillo impulsó pastorales que reivindicaron los derechos de las minorías: mujeres, mineros, homosexuales, migrantes, personas en condición de calle, entre otros. La capacidad de indignación social de Vera ante los atropellos del poder es directamente proporcional al reclamo de la sociedad para alcanzar mayor equidad y justicia. Su actitud como religioso defensor de los derechos se asienta en el sentir de un gran número de mexicanos que ven en el dominico una actitud valiente, cívica y espiritual.
En 2013 tuve la suerte de publicar en Grijalbo El evangelio social del obispo Raúl Vera, que mezcló entrevista y conversaciones sobre la crisis simultánea que se experimenta tanto en la Iglesia y como en la sociedad. En el ámbito secular el primer año de Enrique Peña Nieto frente al desastre calderonista y en el ámbito eclesial el inesperado arribo del papa Francisco, tras la dramática renuncia de Joseph Ratzinger. Acontecimientos que evidenciaban el agotamiento de dos modelos distintos, cuyas crisis se manifestaban simultáneas. En la elaboración del libro, descubrí la vitalidad de don Raúl. Obispo inquieto, lleno de energía, humor y convicciones. De buen apetito y vida saludable. Cada mañana camina por lo menos una hora que le conserva una envidiable forma física, así como el suficiente brío para cumplir con agendas siempre cargadas de compromisos, reuniones, entrevistas, viajes y desplazamientos constantes, ceremonias religiosas y audiencias privadas. Como buen predicador, se enciende ante una injusticia, sube el tono de su voz y enrojece. Como buen ingeniero, es diestro en las nuevas tecnologías que le permiten comunicarse y dar seguimiento a la distancia a los requerimientos de su diócesis. Pese a su ritmo intenso, se percibe un hombre de fe y una espiritualidad intensa como verdadero motor que le permite su frenético ritmo de vida.
Su nombre cobra luz propia cuando se deslinda de la política del entonces nuncio Girolamo Prigione y de la Secretaría de Estado de Angelo Sodano del Vaticano en la década de 1990. Éstos pretendían desmantelar la labor pastoral de Samuel Ruiz en Chiapas. Digámoslo de manera cruda, Vera fue incardinado a la diócesis de San Cristóbal de las Casas, como obispo auxiliar con derecho a sucesión en 1995, para desmantelar y demoler la obra pastoral de más de tres décadas construida por el Tatic Samuel Ruiz. El mandato era destruir el liderazgo de don Samuel entre los movimientos sociales indígenas en la zona de conflicto. Don Raúl transgrede dicha estrategia y se vuelca al lado de Samuel Ruiz. Lejos de arruinar las opciones pastorales de la diócesis se suma a ellas. Para sorpresa de muchos, se sube con radicalidad a la causa indígena en congruencia con su conciencia y con el evangelio. Ello se ganó el respeto de muchos, pero la denostación del llamado Club de Roma, o cártel de Roma, grupo de presión de poder eclesial paralelo integrado por prelados conservadores como Norberto Rivera, Marcial Maciel, Onésimo Cepeda, Juan Sandoval Íñiguez y Prigione. Fue una decisión valiente que lo alejó del oropel del poder eclesiástico y un acto de nobleza ante los pobres, los desheredados e indígenas que no lo olvidarán. Vera es el pastor de los derechos humanos, lo confirma en su traslado a Saltillo, el obispo que predica la denuncia como parte de su misión, tierra fértil de controversias y escándalos.
El libro citado muestra que Vera no es un accidente que nace en Chiapas por un rayo de conversión o de un golpe divino de profetismo. Muchos románticos de la fe y de los mitos lo quieren ver así. En Vera no se opera un milagro de conversión, sino un largo proceso de maduración en que inciden no sólo las circunstancias personales, sino la mística de la orden de los predicadores, los dominicos, como se les conoce comúnmente. En él rejuvenece la herencia de fray Bartolomé de las Casas, fray Antonio de Montesinos y fray Francisco de Vitoria, entre tantos misioneros. También las semillas de lucha de este activista religioso son palpables aun antes de haber optado por el sacerdocio. Es momento de reconocimientos, pero no de homenajes porque tiene aún mucho trecho que recorrer. ¡Larga vida, don Raúl!

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