La etapa pos-Covid
nos depara enormes desafíos, como la situación de los indígenas en las
Américas. Más vale que nos preparemos y anticipemos reflexiones y
propuestas sobre problemas que, siendo históricos y estructurales, no
encuentran cabida en la mira de los estados nacionales reconvertidos, en
contextos de neoliberalismos y globalización.
El sacerdote jesuita Javier Ávila, con varias décadas de acompañamiento a los rarámuris, señaló:
Estos tiempos y estas emergencias no son de hoy ni de ayer; son de siempre. Lamentablemente nuestras respuestas tampoco son de hoy, ni de ayer, sino las de siempre. Seguimos buscando cómo atacar los efectos, dejando intocables las causas. ¿Cómo se le pide a una comunidad que se aísle, cuando todo lo importante para ellos es hacerlo en comunidad, celebrando juntos, planeando juntos, trabajando juntos, organizando las cosas entre todos? Así es la única forma de hacer justicia, de celebrar la fiesta, de arreglar y no se le puede pedir a alguien cuyo sustento lo tiene fuera de su casa que se quede en casa. Se va a morir antes, y no por la pandemia. Ellos manifiestan otros temores, no a morir, sino al hambre, al dolor, a la injusticia, a la pérdida de libertad y de autonomía.
Igual que reiteran numerosos pueblos en Sudamérica, aseveró que
imponer un neoliberalismo violentando los derechos humanos de los
indígenas y a la naturaleza, es genocidio. (Diálogos Encuentro Mundial
de Valores, 12/6/20). Queda así planteado el nexo de la cuarentena
histórica de los pueblos respecto al Estado y abierto un tema que será
preciso reconceptualizar, el neogenocidio.
El contexto de la pandemia donde el vínculo de la catástrofe
sanitaria con la crisis climática es evidente, nos obliga a escuchar el
grito de auxilio que desde la Amazonia se emite sobre el riesgo
inminente de genocidio. La Coordinadora de las Organizaciones Indígenas
de la Cuenca Amazónica alerta sobre la grave situación de los pueblos en
un territorio vasto y selvático, con una población vulnerable, dispersa
y mayoritariamente indígena, deficientes redes hospitalarias y bajo
jurisdicción de los nueve países de la cuenca (Brasil, Bolivia,
Colombia, Ecuador, Perú, Venezuela, Guayana, Guyana Francesa y Surinam).
Por ejemplo, en Brasil las aldeas no pueden hacer el aislamiento
social, pues son tierras deforestadas, invadidas por mineros, madereros y
acaparadores. Además del capital trasnacional, los incendios han sido
devastadores. El alcalde de Manaos, capital de Amazonas, ha reiterado el
riesgo de genocidio en lógica opuesta a la del presidente Bolsonaro:
cada indio que muere lleva con él una parte de la historia, que no es escrita sino pasada de forma oral de generación en generación. Si los indios muriesen, estaríamos perdiendo más de 10 mil años de civilización indígena en nuestra región y sería imperdonable.
En México, dirán algunos, no estamos como en la Amazonia, desde las
miradas del racismo encubierto y/o el interés puesto en un proyecto
político del que los pueblos no son artífices en la llamada Cuarta
Transformación, como no lo fueron en las anteriores. Con la pandemia no
se conoce la afectación exacta a los pueblos, sólo en términos de
contagios y fallecimientos, pues no son factor explícito de atención. La
crisis se vive en términos de las casi nulas condiciones de acceso a la
salud, la inseguridad, los desplazamientos. No existe respuesta oficial
contundente. Sin embargo, si ubicamos la cuarentena histórica, la del
pre-Covid observamos a los pueblos indígenas en México enfrentando a los
megaproyectos esenciales, como el Tren Maya y el corredor transístmico,
así como a los concesionados en minería. Encontramos que en general las
decisiones oficiales se toman a nombre del supuesto progreso, al margen
de los hipotéticos beneficiarios del mismo. Los pueblos y sus
comunidades organizados les llaman proyectos de muerte, pues atentan
contra la libre determinación y propician su desaparición. Mientras, de
manera oficial se increpa a ellos y a sus seguidores como negacionistas.
Más allá de las falacias que se endilgan a las resistencias indígenas,
tenemos las oficiales: desde que es sólo un tren hasta que no cortaremos
ningún árbol por el Tren Maya y estamos exentos de manifestación de
impacto ambiental, para luego solicitarla y cuantificar los miles de
árboles que se cortarán.
Aún no se avanza en lógica de reconocer neogenocidio, pues, como
sabemos, se definió al delito de lesa humanidad de genocidio en el
contexto del exterminio masivo de los judíos europeos por los nazis
alemanes. Ese origen ha generado rechazo a conceptualizar como tal a
numerosos crímenes y políticas de exterminio de ayer y hoy.
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