Al acercarse la conclusión de
la primera mitad del año se han multiplicado las evaluaciones y balances
de lo ocurrido en el semestre de la pandemia. También las predicciones
de lo que cabe esperar para la segunda y más adelante. En primer término
se aprecia que, vista como tal, la pandemia no cede. Como lo expresó Le Monde
(22/6/20) “…continúa acelerándose… el último millón de casos se añadió
en apenas ocho días… Sus efectos se dejarán sentir a lo largo de
decenios…” La coincidencia de aumentos rápidos en regiones como América
Latina y Asia con el abandono de medidas de contención en Europa y
Estados Unidos no es sostenible en un mundo en que la interconexión y la
movilidad son componente de cualquier normalidad concebible.
Las secuelas sociales y económicas se aprecian con desaliento.
Parecería darse una competencia de superlativos negativos para
calificarlas y evaluarlas. Cuando el Fondo Monetario Internacional (FMI)
advierte, en su análisis más reciente, que
esta crisis es como ninguna otra–por su magnitud y alcance, por la incerteza sobre su duración e intensidad, por los desafíos que plantea al diseño e instrumentación de políticas de respuesta y por derivarse, en gran medida, de las acciones adoptadas para superar la emergencia sanitaria misma– implica también que, aun si se consigue una pronta reactivación, será difícil eludir una transformación de fondo de las formas de operación de la economía y la sociedad globales. De conseguirse regresar a la normalidad, será, en todo caso, a una nueva normalidad, según la expresión más repetida del semestre.
Han abundado también las listas o relaciones de los sectores,
actividades y empresas más afectados. No pocos se esforzaron por quedar
incluidos, sobre todo en los primeros meses cuando parecía que llovería
sobre ellos el maná de las ayudas, las ventajas fiscales y los
subsidios. Entre las ayudas más generosas destinadas a las pymes
destacaron las de Estados Unidos. Tardó poco en revelarse que una parte
no menor de esos fondos había favorecido a empresas grandes e
influyentes. El sector global de la energía, en general, y la rama de
hidrocarburos, en particular, aparecieron en esos listados. Reforzó esa
impresión el hecho insólito, aunque momentáneo, de un precio
internacional negativo para el crudo estadunidense a mediados de abril.
La Agencia Internacional de Energía (AIE) ofreció, en su informe mensual para junio, la siguiente viñeta:
En términos deportivos, el mercado petrolero de 2020 se acerca al silbatazo de medio tiempo. Hasta el momento, las iniciativas, bajo la forma del acuerdo OPEP+ y de la reunión de los ministros de Energía del G20, han realizado una gran contribución para restaurar la estabilidad en el mercado. En caso de que se consoliden las tendencias recientes de la producción y se recupere la demanda, el mercado contará con un fundamento más estable al concluir la segunda mitad del año. Sin embargo, no deben subestimarse las enormes incertidumbres.
Adviértase que es muy baja, por no decir nula, la probabilidad de que
se generalice la incipiente recuperación de la demanda, limitada ahora a
China e India, y de que se revierta la caída de 11.8 millones de
barriles diarios de la oferta de crudo registrada en mayo. La
contracción de la actividad económica esperada en el año en curso –de 8
por ciento en las economías avanzadas según el FMI o de entre 6 y 7.6
por ciento en la mundial según la Organización para la Cooperación y el
Desarrollo Económicos– augura, más bien, un annus horribilis para el mercado petrolero global.
En tal situación es explicable que todo mundo prefiera ver al largo
plazo. Así procedió la propia AIE. También a mediados de junio dio a
conocer un amplio programa trienal de recuperación de la actividad y el
empleo, para el periodo 2021-2023, centrado en el sector de la energía.
Vale la pena examinar el documento íntegro, que se inicia con una visión
de conjunto y se desarrolla en tres capítulos generales y seis
sectoriales. ( Sustainable Recovery: https://www.iea.org/sustainable-recovery).
De entrada, se advierte la dificultad de que un ambicioso plan trienal
de recuperación sustentable para el sector de la energía, que supone
inversiones por un billón de dólares anuales, pueda ser adoptado, en la
actual coyuntura, por la comunidad de naciones, o incluso por el
conjunto más restringido y afluente de los 38 estados miembros o
asociados de la AIE, México entre ellos.
Por otra parte, parece demasiado arriesgado partir del supuesto de
que la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero que
ocurrirá este año por la contracción de la economía mundial podrá
mantenerse cuando ésta eventualmente se reactive. Al tratar de recuperar
el terreno perdido por la crisis, las consecuencias ambientales no se
contarán, por desgracia, entre las mayores preocupaciones.
De cualquier modo, el plan de la AIE apunta a líneas de acción en el
petrolero y otros segmentos del sector de la energía que será valioso
explorar después de la pandemia –ese futuro todavía impreciso.
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