Hermann Bellinghausen
Algo que tienen en común el periodismo cultural y la nota roja es que tratan continuamente el tema de los muertos y las muertes, cada uno a su manera. La prensa criminalista, o bien policiaca, puede ser sobria, seria, digna, en ocasiones bien escrita (como era el caso de nuestros compañeros Manuel Altamira y Javier Valdez Cárdenas, quien acabó él mismo en la nota roja). Con mayor frecuencia es sensacionalista, sexista, discriminatoria, denigrante y hasta falsa. En la Ciudad de México tenemos ejemplos lamentables de lo último, que hacen añorar Alarma!, Alerta! y otros antiguos cementerios impresos de vidas y reputaciones.
Hoy, los Metinides de la pluma parecen más a gusto en la novela negra y la saga de los cárteles. Al reportero de policiacas, y al fotógrafo, toca la ingrata necesidad de pegarse a las patrullas en los operativos; las andan cazando con radios y celulares. Conocen el olor a sangre, cadáver, carne quemada. Van de la escena del crimen o el deceso callejero a las morgues, las procuradurías, las comandancias. Y en un giro del género narrativo, ahora quedan incluidas en la nota roja las fuerzas armadas, progresivamente convertidas en superpolicías por los pasados cuatro gobiernos.
En muy diferente frecuencia, los periodistas culturales redactamos obituarios y conmemoraciones luctuosas. Suelen ser hagiográficas, informadas (y más con Google y Wikipedia), capaces de dar lugar a la tristeza. Escribimos de gente famosa, o que debería serlo, siempre vinculada con la creación, el análisis, la obra académica e intelectual, el espectáculo musical, dancístico, teatral. El fallecimiento de una figura del mundo artístico o cultural da pie a obituarios a cada rato. Hay los de envergadura y los de nota breve, casi siempre teñidos de admiración por el gran hombre o la gran mujer que se nos fue.
El protagonista de la novela de Antonio Tabucchi Sostiene Pereira (inolvidable Mastroianni en la película de Roberto Faenza, 1995) es un veterano reportero cultural bastante conservador, con un dejo de Pessoa por las calles lisboetas, experto en redactar notas necrológicas. Se ve desafiado por un joven pupilo que le mete canela al obituario, y chocan en torno a Gabrielle D’Annunzio, en su tiempo celebérrimo poeta italiano. El viejo reportero quiere rendir homenaje al gran hombre, y el chamaco subraya que fue un miserable fascista, un poeta decadente. Corren los años de la Guerra Civil española.
Las redacciones de prensa cultural (las pocas que quedan en un México de analfabetismo funcional a la alza) tienen la macabra costumbre de preparar por adelantado las notas necrológicas de autores ya mayores o enfermos, que en cualquier momento la palman. No es raro que el reportero conociera en persona al difunto. Y, como la policiaca, la nota cultural también habla de los sobrevivientes: testigos, declarantes, viudas, huérfanos, víctimas.
El obituario pone a prueba la agilidad del reportero o comentarista. Es
para hoy. ¿Qué pasa en tiempos de pandemia y alta mortandad? Una parte necesaria de cada necrológica es la causa de muerte, sea con eufemismos como enfermedad crónica o paro cardiorrespiratorio, o precisa: cáncer de tal, accidente, infarto. Los suicidios, tema incómodo, a veces aplican. En los meses recientes, recluidos los reporteros en redacciones herméticas o de plano en casa, han debido considerar, sin embargo, a los caídos por Covid-19. Pronto haremos una lista, como las desenterradas estos días de los creadores y celebridades que se llevó la gripe española hace un siglo.
La conmemoración de los decesos hace 10 años, con un día de diferencia, de José Saramago y Carlos Monsiváis, convertido en héroe del oficialismo, acentuó remembranzas, panegíricos, recuperaciones. Es cuando la nota cultural conquista la esquiva primera plana. Por circunstancias un tanto fortuitas, este comentarista redactó en su momento largas notas necrológicas de Monsi y Saramago, figuras necesarias y entrañables del pensamiento y el arte, intelectuales comprometidos, compañeros, amigos hasta cierto punto, pues quién no es amigo de las figuras públicas que van y dicen, marchan, vienen y publican. Ambos ya enfermos terminales, se fueron envidiablemente en paz. Beatus ille.
En 2020 nadie está a salvo del peligro pandémico y su muerte negra. Más los de edad avanzada. A lo mejor ya tenemos preparado el obituario del personaje, falta agregar el primer y el último párrafo. A lo mejor nos coge desprevenidos, como me ocurrió en junio de 2010 con Monsiváis y Saramago, cuando se me asignó comentarlos de inmediato.
A Monsi se le veló en un museo. Ahora, en cambio, no hay velorios ni celebraciones, y los decesos célebres se igualan a los de miles de fallecimientos diarios de quienes ni sus familiares se pueden despedir, ya los dejaron de ver, y en su lugar reciben cenizas, un féretro sellado o tan sólo un certificado. Acecha el rápido olvido. La socialidad en salas funerarias y la vieja práctica del obituario están en crisis, y así seguirán rato.
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