Sara Sefchovich
El último día de septiembre de 1970 en La Cultura en México, suplemento de la revista Siempre! dirigido por Fernando Benítez, que tenía como secretario de redacción a José Emilio Pacheco, se publicó un artículo que se convertiría en piedra de toque para el nacimiento del Movimiento de Liberación de las Mujeres en México.
El texto se titulaba “Nuestro sueño está en escarpado lugar”. Su autora era Marta Acevedo y tenía una breve presentación firmada por E.P. que no era otra que Elena Poniatowska.
Acevedo había estado presente en un mitin en San Francisco, California, para celebrar el cincuentenario del derecho a votar de las mujeres en EU. Pero lo que pasó ese día fue, más que una manifestación para festejar, una para “protestar en contra del papel que la sociedad ha impuesto a la mujer, de esclava de las apariencias, de responsable de los quehaceres caseros, de fiel observadora de las necesidades del hombre” y a favor de “una apertura en la educación y los medios”, “oportunidades laborales”, “igualdad de derechos” y contra “elementos opresivos de cada día, pequeñas gotas de agua que van minando la personalidad de la mujer como ser humano”.
Si bien las presentes pertenecían a “grupos de varias tendencias y grados de radicalización”, sus propósitos eran los mismos: cuestionar “las bases de una estructura milenaria que concierne al 50% de la población mundial”, “modificar actitudes y papeles que definen y refuerzan la opresión de la mujer”.
El mitin era un eslabón de un proceso que se venía gestando desde los años 60: la lucha por las reivindicaciones específicas de las mujeres. A fines de los 40, Simone de Beauvoir había publicado El segundo sexo, pero fue Betty Friedan quien, con su libro La mística femenina de 1963 y con la fundación de una organización de mujeres, recogió estas aspiraciones que se convirtieron en un movimiento social, en un momento en que simultáneamente se estaban formando grupos en varios países europeos.
Acevedo trajo a México este impulso y, en 1974, nació en nuestro país el Movimiento de Liberación de la Mujer, que se convertiría en una verdadera bomba social y mental.
Hoy son monedas de uso común las ideas que entonces se expresaron (lo cual habla de su éxito): que a muchas mujeres no les bastan el hogar y la familia y que quieren más, quieren participar de la vida, del ancho mundo, de poder tener y hasta hacer por cumplir sus propios sueños.
Así que lo que empezó como una lucha por el derecho al voto se convertía en una por la posibilidad de estudiar, buscar trabajo fuera de casa, participar en la política y la dirección de empresas y hasta de tener libertad sexual. Y lo que había empezado por una lucha por el cambio social se convertía en un movimiento de transformación de cada una de sus integrantes. Acevedo cita un testimonio: “El Movimiento lo eres, lo vives. Es reconocer que tu opresión no es personal, es de todas. Y cuando entiendes esto, has dado un gran paso. Es un cambio de conciencia y sensibilidad, es mirar el mundo de otra manera”.
Esto que empezó siendo un movimiento entre las clases acomodadas de los países occidentales ricos se fue extendiendo a las clases medias y altas de los países en vías de desarrollo y luego alcanzó a las mujeres pobres de todos los países, de todos los colores, religiones, ideologías y pasados históricos. Porque el feminismo ha sido y sigue siendo un movimiento que cambia la vida de las mujeres, las relaciones interfamiliares y también la economía y la sociedad. Es una manera de entender la vida, un discurso personal y social y político, una verdadera revolución cultural.
Hoy saludo desde esta columna a quienes nos dieron la oportunidad de avanzar por ese camino y les agradezco su esfuerzo. Y también a quienes desde la ciencia nos dieron, hace 50 años, la posibilidad de contar con una píldora anticonceptiva, “uno de los catalizadores sociales más importantes de la humanidad, equiparable a la revolución industrial”, según ha escrito Mauricio Rodríguez, que permitió a las mujeres disfrutar de la sexualidad y decidir cuándo y cuántos hijos tener.
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM
El texto se titulaba “Nuestro sueño está en escarpado lugar”. Su autora era Marta Acevedo y tenía una breve presentación firmada por E.P. que no era otra que Elena Poniatowska.
Acevedo había estado presente en un mitin en San Francisco, California, para celebrar el cincuentenario del derecho a votar de las mujeres en EU. Pero lo que pasó ese día fue, más que una manifestación para festejar, una para “protestar en contra del papel que la sociedad ha impuesto a la mujer, de esclava de las apariencias, de responsable de los quehaceres caseros, de fiel observadora de las necesidades del hombre” y a favor de “una apertura en la educación y los medios”, “oportunidades laborales”, “igualdad de derechos” y contra “elementos opresivos de cada día, pequeñas gotas de agua que van minando la personalidad de la mujer como ser humano”.
Si bien las presentes pertenecían a “grupos de varias tendencias y grados de radicalización”, sus propósitos eran los mismos: cuestionar “las bases de una estructura milenaria que concierne al 50% de la población mundial”, “modificar actitudes y papeles que definen y refuerzan la opresión de la mujer”.
El mitin era un eslabón de un proceso que se venía gestando desde los años 60: la lucha por las reivindicaciones específicas de las mujeres. A fines de los 40, Simone de Beauvoir había publicado El segundo sexo, pero fue Betty Friedan quien, con su libro La mística femenina de 1963 y con la fundación de una organización de mujeres, recogió estas aspiraciones que se convirtieron en un movimiento social, en un momento en que simultáneamente se estaban formando grupos en varios países europeos.
Acevedo trajo a México este impulso y, en 1974, nació en nuestro país el Movimiento de Liberación de la Mujer, que se convertiría en una verdadera bomba social y mental.
Hoy son monedas de uso común las ideas que entonces se expresaron (lo cual habla de su éxito): que a muchas mujeres no les bastan el hogar y la familia y que quieren más, quieren participar de la vida, del ancho mundo, de poder tener y hasta hacer por cumplir sus propios sueños.
Así que lo que empezó como una lucha por el derecho al voto se convertía en una por la posibilidad de estudiar, buscar trabajo fuera de casa, participar en la política y la dirección de empresas y hasta de tener libertad sexual. Y lo que había empezado por una lucha por el cambio social se convertía en un movimiento de transformación de cada una de sus integrantes. Acevedo cita un testimonio: “El Movimiento lo eres, lo vives. Es reconocer que tu opresión no es personal, es de todas. Y cuando entiendes esto, has dado un gran paso. Es un cambio de conciencia y sensibilidad, es mirar el mundo de otra manera”.
Esto que empezó siendo un movimiento entre las clases acomodadas de los países occidentales ricos se fue extendiendo a las clases medias y altas de los países en vías de desarrollo y luego alcanzó a las mujeres pobres de todos los países, de todos los colores, religiones, ideologías y pasados históricos. Porque el feminismo ha sido y sigue siendo un movimiento que cambia la vida de las mujeres, las relaciones interfamiliares y también la economía y la sociedad. Es una manera de entender la vida, un discurso personal y social y político, una verdadera revolución cultural.
Hoy saludo desde esta columna a quienes nos dieron la oportunidad de avanzar por ese camino y les agradezco su esfuerzo. Y también a quienes desde la ciencia nos dieron, hace 50 años, la posibilidad de contar con una píldora anticonceptiva, “uno de los catalizadores sociales más importantes de la humanidad, equiparable a la revolución industrial”, según ha escrito Mauricio Rodríguez, que permitió a las mujeres disfrutar de la sexualidad y decidir cuándo y cuántos hijos tener.
sarasef@prodigy.net.mx
Escritora e investigadora en la UNAM
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