María Teresa Priego
Réquiem por un sueño. Película de Aranofsky anterior a Cisne negro. Ese soportador de historias de naufragios, seres desgarrados. Identidades confusas. ¿Qué quiere decirnos? Quizá mucho y consciente. Quizá “algo” que se repite en su obra, a pesar de él mismo. Una expresión de su dolor y su visión del dolor del mundo. Si la deshumanización y la crueldad toman el poder. Si usurpan los espacios del respeto y la empatía posibles. La maldad es oscura. La indiferencia se convierte en una forma de penumbra cómplice. Hay quien inflige el daño. Hay quien no escucha a tiempo el llamado de aquel que ha sido dañado. El más vicioso/perverso de los círculos.
Aranofsky enfoca territorios de ciegos/sordos ante la desesperación de otros. Peor, territorios en los que la fragilidad de una persona se convierte en una herramienta para ejercer abuso y sadismo en su contra. Entre todas las respuestas imaginables ante la fragilidad humana: el odio. La destrucción. ¿Por qué así? Padezco a Aranofsky, como al Lars Von Trier, de Bailando en la oscuridad y Dogville. El desamparo confrontado al Mal. La búsqueda de ternura que se estrella ante una puerta (indiferente, revanchista o sádicamente) cerrada. ¿Cuál es la genealogía de tan inmensos desamparos? ¿Cuál es la genealogía del Mal? ¿En qué momento —no atendido, no escuchado por nadie— la víctima se puede convertir en victimario? En qué momento en la vida de una persona, su desamparo ya no le permite dar marcha atrás. En su urgencia por destruirse. Réquiem me dejó habitada por los “hubiera” que Aranofsky asesta. Sí rogué que amaneciera.
Tan desprestigiado el “hubiera”. Como si fuera sólo el tiempo verbal de la amargura, los traspatios indeseables, el chapoteo en lo irremediable. Depende. El “hubiera” podría ser también un tiempo emocional del análisis. Reconocer, profundizar. Cambiar. La rendijita abierta en el camino hacia un más allá de la experiencia traumática. Por ejemplo. Romper/superar, el alienante mecanismo de repetición del sufrimiento. “El hubiera” podría ser aprendizaje y de esperanza. “Lo pasado pasado, sólo importa el futuro”, puede implicar la no diferenciación entre el anquilosamiento (pasado pantano) y el análisis de vida (pasado auto-conocimiento y brújula) ¿Se puede vivir el presente y proyectar futuro sin aprehenderse en el pasado? El “hubiera” no anula la propia responsabilidad. La revela.
¿Qué hubiera sido si la madre (en Réquiem) no se extravía en soledad y delirios? ¿Qué hubiera pasado si su amiga la hubiera escuchado? ¿Qué hubiera pasado si el hijo se hubiera atrevido a abrazarla y a dejarse abrazar por ella? ¿Qué hubiera pasado si él no se inyecta en el brazo gangrenado? ¿O si su amigo se lo hubiera impedido? ¿Qué hubiera pasado si el médico en lugar de mandarlo a la cárcel (frialdad despiadada) lo lleva a un hospital? ¿Qué hubiera pasado si el personaje femenino hubiera pedido ayuda o la hubiera recibido? ¿Qué hubiera pasado si se encuentra a un hombre bueno, y no a un dealer infame? A cada momento (como en la vida) otro desenlace es posible.
Los golpes brutales que la película nos impone tienen un punto de partida: negación o inexistencia de los vínculos afectivos luminosos. Nadie se ama lo suficiente a sí mismo, como para contenerse. Desde allí, nadie ama lo suficientemente al otro, como para contenerlo. Y están aquellos, los depredadores. Quienes asumen que sí hay un vínculo (uno solo) a establecer con el otro: destruirlo.
Una persona se salva. Se droga menos. Guarda una imagen talismán y fuerza: es un niño, su madre lo llama. Se sienta en su regazo, ella lo abraza. Cuando está en la cárcel. Sin droga. Lo arropa la memoria pasado-esperanza: Alguien lo escuchó y lo amó. Alguien le dijo que el vínculo amoroso/vital es posible. Le dijo que existía en espacios ajenos al usufructo y al odio. Si no hubiera sido amado por esa mujer su madre, quizá no hubiera sobrevivido. Por eso creo que ese tiempo verbal tan rechazado puede ser el principio de un largo aprendizaje. Hacia la solidaridad y al amor. Menos ciegos. Menos sordos.
Las fragilidades del otro, su necesidad de ser amado, no es ¿cómo puede serlo? Un mapa que nos indica cómo abatirlo (en términos simbólicos o reales). Su fragilidad y la nuestra, si las asumimos en su honda humanidad, llaman a la ternura y no al abuso de poder. Al encuentro, no al despojo. Aranofsky, como Von Trier (y la realidad) nos recuerdan: la perversión está. Hay quienes gocen (sentido lacaniano) dañando. Siniestra sensación de potencia. ¿Cómo sería? ¿Cómo hubiera sido esa experiencia traumática ante el Mal, si el afligido hubiera encontrado/encuentra, en vínculos amorosos/sanadores, maneras menos brutales de transitarla?
Escritora
Aranofsky enfoca territorios de ciegos/sordos ante la desesperación de otros. Peor, territorios en los que la fragilidad de una persona se convierte en una herramienta para ejercer abuso y sadismo en su contra. Entre todas las respuestas imaginables ante la fragilidad humana: el odio. La destrucción. ¿Por qué así? Padezco a Aranofsky, como al Lars Von Trier, de Bailando en la oscuridad y Dogville. El desamparo confrontado al Mal. La búsqueda de ternura que se estrella ante una puerta (indiferente, revanchista o sádicamente) cerrada. ¿Cuál es la genealogía de tan inmensos desamparos? ¿Cuál es la genealogía del Mal? ¿En qué momento —no atendido, no escuchado por nadie— la víctima se puede convertir en victimario? En qué momento en la vida de una persona, su desamparo ya no le permite dar marcha atrás. En su urgencia por destruirse. Réquiem me dejó habitada por los “hubiera” que Aranofsky asesta. Sí rogué que amaneciera.
Tan desprestigiado el “hubiera”. Como si fuera sólo el tiempo verbal de la amargura, los traspatios indeseables, el chapoteo en lo irremediable. Depende. El “hubiera” podría ser también un tiempo emocional del análisis. Reconocer, profundizar. Cambiar. La rendijita abierta en el camino hacia un más allá de la experiencia traumática. Por ejemplo. Romper/superar, el alienante mecanismo de repetición del sufrimiento. “El hubiera” podría ser aprendizaje y de esperanza. “Lo pasado pasado, sólo importa el futuro”, puede implicar la no diferenciación entre el anquilosamiento (pasado pantano) y el análisis de vida (pasado auto-conocimiento y brújula) ¿Se puede vivir el presente y proyectar futuro sin aprehenderse en el pasado? El “hubiera” no anula la propia responsabilidad. La revela.
¿Qué hubiera sido si la madre (en Réquiem) no se extravía en soledad y delirios? ¿Qué hubiera pasado si su amiga la hubiera escuchado? ¿Qué hubiera pasado si el hijo se hubiera atrevido a abrazarla y a dejarse abrazar por ella? ¿Qué hubiera pasado si él no se inyecta en el brazo gangrenado? ¿O si su amigo se lo hubiera impedido? ¿Qué hubiera pasado si el médico en lugar de mandarlo a la cárcel (frialdad despiadada) lo lleva a un hospital? ¿Qué hubiera pasado si el personaje femenino hubiera pedido ayuda o la hubiera recibido? ¿Qué hubiera pasado si se encuentra a un hombre bueno, y no a un dealer infame? A cada momento (como en la vida) otro desenlace es posible.
Los golpes brutales que la película nos impone tienen un punto de partida: negación o inexistencia de los vínculos afectivos luminosos. Nadie se ama lo suficiente a sí mismo, como para contenerse. Desde allí, nadie ama lo suficientemente al otro, como para contenerlo. Y están aquellos, los depredadores. Quienes asumen que sí hay un vínculo (uno solo) a establecer con el otro: destruirlo.
Una persona se salva. Se droga menos. Guarda una imagen talismán y fuerza: es un niño, su madre lo llama. Se sienta en su regazo, ella lo abraza. Cuando está en la cárcel. Sin droga. Lo arropa la memoria pasado-esperanza: Alguien lo escuchó y lo amó. Alguien le dijo que el vínculo amoroso/vital es posible. Le dijo que existía en espacios ajenos al usufructo y al odio. Si no hubiera sido amado por esa mujer su madre, quizá no hubiera sobrevivido. Por eso creo que ese tiempo verbal tan rechazado puede ser el principio de un largo aprendizaje. Hacia la solidaridad y al amor. Menos ciegos. Menos sordos.
Las fragilidades del otro, su necesidad de ser amado, no es ¿cómo puede serlo? Un mapa que nos indica cómo abatirlo (en términos simbólicos o reales). Su fragilidad y la nuestra, si las asumimos en su honda humanidad, llaman a la ternura y no al abuso de poder. Al encuentro, no al despojo. Aranofsky, como Von Trier (y la realidad) nos recuerdan: la perversión está. Hay quienes gocen (sentido lacaniano) dañando. Siniestra sensación de potencia. ¿Cómo sería? ¿Cómo hubiera sido esa experiencia traumática ante el Mal, si el afligido hubiera encontrado/encuentra, en vínculos amorosos/sanadores, maneras menos brutales de transitarla?
Escritora
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