Barruntos de intervención
Barruntos de intervención; mejor dicho, augurios de intervención militar para complementar y afianzar la injerencia económica y política, ya cotidiana, que practica el gobierno de Estados Unidos en México, con la activa cooperación de las autoridades locales:
hay aspectos de esta guerra contra las drogas y cómo la combatimos muy similares al tipo de cosas que hemos visto en las guerras en que hemos estado. Esas fueron las palabras del almirante Michael Mullen, jefe del estado mayor del Ejército de Estados Unidos, el pasado 12 de enero, en una conferencia de prensa con periodistas extranjeros en Washington, y en ellas quedó clara la intención del aparato militar del país vecino de aplicar en Ciudad Juárez, por ejemplo, las lecciones que obtuvo en Fallujah.
En octubre del año pasado, el director de Inteligencia Nacional, Dennis Blair, sugirió al secretario mexicano de Defensa, general Guillermo Galván Galván, que tuviera en cuenta las enseñanzas que Estados Unidos extrajo de su ocupación de Irak. El 8 de febrero, el subsecretario de Defensa, Joseph Westphal, evocó la posibilidad de que soldados estadunidenses cruzaran la frontera ante un eventual intento de los cárteles de la droga por hacerse con el poder en México. Un día después, la secretaria de Seguridad Interior, Janet Napolitano, en una audiencia legislativa, habló de una posible alianza entre la organización delictiva de Los Zetas y Al Qaeda, la agrupación fundamentalista que Washington tiene como su archienemigo.
La furibunda reacción de la clase política mexicana a esos dichos quedó bien resumida en los adjetivos que la senadora Rosario Green endilgó a Westphal y a Napolitano: deslenguado
y bocona
, respectivamente. La legisladora priísta (quien durante dos años estuvo al frente de la Secretaría de Relaciones Exteriores en la presidencia de Ernesto Zedillo, la más entreguista de cuantas forjó el PRI) se vistió ahora de niña heroína: Si Washington intenta enviar tropas a México, dijo, se topará con 110 millones de mexicanos en la frontera que a patadas los van a sacar de territorio nacional
.
Tal vez todo se deba a las excesivas medidas de la cavidad bucal de Napolitano o a un escaso control por parte de Westphal sobre su músculo lingual. Si así fuera, podría resultar excesivo e innecesario ir planificando la mudanza de toda la población nacional a la franja fronteriza para esperar allí a los marines. Tal vez se logre detenerlos, pero en lo inmediato no ha sido posible ni siquiera detener a los deslenguados y bocones funcionarios gringos, quienes siguen en lo suyo: James Clapper, máximo jefe de Inteligencia del gobierno de Obama, dijo que la descontrolada situación en México ya es considerada por Washington como su prioridad uno
en materia de seguridad.
No hay forma de saber a ciencia cierta lo que pasará, pero sí de tener una idea de lo que ya ocurrió. Y es lo siguiente:
1. En 1835 un puñado de logreros, especuladores, esclavistas y convictos, infiltrados por Estados Unidos en Texas, se rebelaron contra el gobierno mexicano, protagonizaron una guerra de secesión y, al año siguiente, proclamaron la independencia del estado, el cual fue anexado al país vecino en 1845.
2. En ese año, Texas reclamó la posesión de la franja comprendida entre los ríos Bravo y Nueces. La correspondiente negativa mexicana desembocó en la guerra que derivó en la ocupación del territorio nacional y en la rendición pactada el año siguiente, en el tratado de Guadalupe-Hidalgo, que obligó a los vencidos a ceder los actuales territorios de California, Nevada, Utah, Arizona, Nuevo México y Colorado.
3. Desde principios de 1912 la embajada estadunidense en México, a cargo entonces de Henry Lane Wilson, promovió una campaña de desprestigio contra el gobierno de Francisco Madero, basada en los descontentos por las restricciones impuestas a las inversiones extranjeras y por las reivindicaciones obreras ante empresarios procedentes del país vecino. La legación diplomática envió despachos que hablaban de la falta de seguridad
y la discriminación
que sufrían los estadunidenses radicados en México. Wilson incluso sugirió al presidente William Howard la pertinencia de emprender una nueva intervención armada para derrocar a Madero. No fue necesario: bastó con la conspiración antimaderista –orquestada en la legación diplomática estadunidense– y en la que participaron los generales Manuel Mondragón, Gregorio Ruiz, Bernardo Reyes, Félix Díaz y Victoriano Huerta. Más tarde, con Madero detenido y a punto de ser asesinado, representantes de Cuba, Chile y Japón acudieron ante el embajador Wilson para que ejerciera su influencia con los sublevados e impidiera el crimen. El funcionario les respondió que él, como diplomático, no podía intervenir en los asuntos internos de México.
4. El 9 de abril de 1914, en Tampico, nueve marinos estadunidenses, armados, desembarcaron en un bote con la bandera estadunidense. La guarnición federal los detuvo, pues contravenían la prohibición de la comandancia militar de navegar por esa zona. Las autoridades pronto pusieron en libertad a los detenidos pero la Marina estadunidense exigió además que, en desagravio, y en un plazo de 24 horas, los funcionarios mexicanos rindieran honores a la bandera de Estados Unidos y la izaran en el puerto con 21 cañonazos. El comandante de las fuerzas federales de Tampico ofreció disculpas por escrito pero se negó a saludar el lábaro extranjero. En venganza, Washington envió a Veracruz una flota compuesta por los acorazados Florida, Utah, Texas, Dakota, Montana, Indianapolis, New York y Rochester, el cañonero Prairie, así como dos divisiones de torpederos y otros 17 navíos.
Como la autoridad local se negara a entregar la aduana, las fuerzas extranjeras lanzaron, el mediodía del 21 de abril, un intenso bombardeo sobre el puerto. En los días siguientes, los cadetes de la escuela naval, los soldados del 19 Batallón del Ejército (los famosos Rayados), la población civil y hasta los convictos de la prisión de Veracruz, resistieron con heroísmo el embate de la Marina gringa, la cual no pudo controlar el puerto sino hasta el día 24.
5. En marzo de 1916, Francisco Villa, exasperado por la injerencia de Washington en favor de Carranza y de Obregón, atacó la guarnición militar de Columbus, Nuevo México. En respuesta, el gobierno de Woodrow Wilson envió a 4 mil 800 soldados, bajo las órdenes del general John Pershing, en una expedición punitiva contra territorio mexicano. En los meses siguientes, otros 7 mil efectivos fueron agregados a la fuerza ocupante, la cual empleó, por primera vez en la historia, vehículos mecanizados (aviones, camiones y motocicletas) y fuerza aérea (aviones y dirigibles) en su esfuerzo estéril por atrapar al guerrillero duranguense.
Hay más, por supuesto, a todo lo largo del siglo XX, y los precedentes históricos muestran sin equívoco posible que Estados Unidos ha sido, durante la vida de México como república independiente, la principal amenaza a su seguridad nacional, a su integridad territorial y a su soberanía. Tal vez, después de todo, los dichos actuales de los burócratas estadunidenses sean algo más que expresiones de boconas y deslenguados.
Algo hay que concederles a los gobernantes gringos: de Salinas a Calderón, han resultado brillantes en eso de seleccionar a sus aliados locales.
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