Por no hablar del sistema judicial. En la impartición de justicia a la mexicana lo que se impone es el Mondo Bizarro, donde los culpables suelen ser los más inocentes, mientras los responsables de crímenes serios operan con garantizada impunidad.
Es por eso que Presunto culpable, el documental de Roberto Hernández y Geoffrey Smith, funciona como una auténtica película de horror, porque nos remite a esa pesadilla susceptible de ser padecida por todo ciudadano mexicano ajeno a las influencias. Es como la versión nacional y actualizada de El hombre equivocado (1956), de Hitchcock. En este caso la equivocación
se da por pura negligencia y abuso policiaco. Un joven tianguero, Antonio Zúñiga, es condenado a 20 años de cárcel, acusado de homicidio, sin el beneficio de un proceso legal y sin prueba alguna de su culpabilidad.
Lo original del proyecto es que Presunto culpable no se concibió como documental. Zúñiga acudió a Hernández, abogado de profesión, y su colega Layda Negrete, para que intervinieran en su defensa. Al primero se le ocurrió registrar en video toda la revisión del caso y el consiguiente intento de apelación. El resultado es una disección puntual –y muy inquietante– de todas las arbitrariedades que se pueden cometer para condenar a un hombre inocente.
Tuve la oportunidad de ver hace tres años un primer montaje del documental. El caso estaba expuesto de manera lineal y su alegato era elocuente, aun en ese estado prematuro. Pero fue el cineasta australiano Geoffrey Smith quien le dio la estructura definitiva a la película. De manera clara, hasta didáctica, la versión final de Presunto culpable describe la mecánica implacable de la injusticia: el ser señalado al azar por un par de judiciales, la fabricación de un testigo, el encarcelamiento sin representación legal y, sobre todo, la mentalidad burocrática esencialmente ejemplificada por la actitud displicente del juez y, sobre todo, la expresión vacua de la fiscal, que justifica haber acusado a Zúñiga porque es mi chamba
.
Si el drama de Hitchcock aludía a las trampas del destino y la voluntad divina como causa y remedio del dilema del protagonista, el documental de Hernández y Smith refiere a instancias concretas de un sistema putrefacto. Sin embargo, Presunto culpable se mueve con el suspenso de una cruza entre thriller kafkiano y drama de juzgado.
El espectador desprevenido podría pensar incluso que se trata de un docudrama, por la forma consecuente con que se desenvuelve ese relato de la vida real
. Hasta los participantes parecen seleccionados tras una sesión cuidadosa de casting: hábil intérprete de hip-hop, Zúñiga posee más prestancia heroica que algunos actores especializados en papeles de chavos de barrio. No le cuesta nada granjearse la empatía del público. (Mostrar sus rutinas de baile permite los únicos momentos de lirismo en la película. Retar a la gravedad con sus piruetas, sugiere cómo Zúñiga se siente libre por unos instantes.)
A su vez, los villanos –el juez, la fiscal, los agentes judiciales– son encarnaciones tan espeluznantes de la imagen pública de la ley en México, que serían calificadas de estereotipos si se tratara de una película de ficción. Y sólo un inspirado escenógrafo o director de arte podría haber resumido el mundo carcelario nacional en unos cuantos vistazos, evocadores del quinto círculo del infierno.
Tras haber recorrido con éxito el circuito de festivales desde 2009, Presunto culpable se ha estrenado al fin en varias salas cinematográficas (privilegio rara vez otorgado a un documental mexicano). Su carácter de denuncia
(un término setentero, ni modo) debería resonar más allá de su impacto en la pantalla. Pero no pequemos de optimistas.
Presunto culpable: D. Roberto Hernández, Geoffrey Smith/ F. en C: Amir Galván Cervera, John Grillo, Lorenzo Hagerman, Luis Damián Sánchez/ M: Canciones varias/ Ed: Felipe Gómez, Roberto Hernández/ P: Abogados con Cámara, Beca Gucci Ambulante; con el apoyo de Jan Frijman Fund, The William and Flora Foundation Group. México, 2009.
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