Con
diferencia de horas, los medios y las redes sociales dieron difusión a
dos declaraciones críticas hacia el gobierno mexicano que encabeza
Enrique Peña Nieto. Como es públicamente conocido, el director mexicano
Alejandro González Iñárritu, laureado como el mejor por la Academia
estadounidense, al igual que su más reciente producción Birdman
como la mejor película del año, dedicó su galardón a los mexicanos que
vivimos aquí, por quienes deseó que pronto tengamos “el gobierno que
nos merecemos”, y a los que viven en los Estados Unidos, a quienes
solicitó sean tratados con la dignidad de respeto que los inmigrantes
de otras naciones y de otras generaciones recibieron en ese país
construido precisamente por la acción de quienes ahí llegaron a aportar
su trabajo.
La segunda nota fue la difusión de un mensaje
personal del papa Francisco a su amigo Gustavo Vera en la Argentina,
quien le había informado del crecimiento del narcotráfico en el país
rioplatense, en el que expresó su deseo de que su país natal no se mexicanice
. Agregó ahí el patriarca católico que ha hablado con obispos
mexicanos, quienes le han expresado que en este país “la cosa está de
terror”. Si bien no se refiere ahí directamente al gobierno mexicano,
es claro que Francisco tiene a través de sus propias fuentes de
información una visión alternativa a la que oficialmente difunde aquél.
Que el PRI y el propio Peña Nieto dieran respuestas públicas
al decir de González Iñárritu no es de extrañar, afirmando ambos que se
construye aquí un mejor gobierno. Pero sí es atípico que el gobierno
nacional quisiera convertir el comentario epistolar del jerarca
vaticano en un incidente diplomático del que luego se desistió.
Ambas declaraciones, la del director y la del papa, dan cuenta sin
embargo de que la crisis moral del gobierno mexicano y la situación de
emergencia que enfrentamos los mexicanos en nuestro propio país se han
vuelto inocultables para propios y extraños. En una ulterior entrevista
con la periodista Carmen Aristegui, González Iñárritu abundó: " Yo creo
que todos sentimos lo mismo, podemos estar en desacuerdo en muchas
cosas los mexicanos, pero en algo que creo que todos coincidimos es en que las cosas deben de cambiar de una vez para siempre
. Creo que el nivel de insatisfacción, de injusticia, de corrupción, de
impunidad ha llegado a niveles insoportables". Por su parte, el
pontífice dedicó a los mexicanos un me3nsaje en su homilía del
miércoles 25 en la que dijo: “Envío un saludo especial al pueblo
mexicano que sufre la desaparición de sus estudiantes y por tantos
problemas parecidos, que nuestro corazón de hermanos esté cerca de
ellos, orando en este momento”.
Y como colofón, el magnate
estadounidense Donald Trump reaccionó ante el reconocimiento concedido
al cineasta mexicano y ante el del fotógrafo Emmanuel Lubezki en la
misma premiación expresando vía Twitter que era excesivo el
protagonismo de los mexicanos porque “le están robando a Estados Unidos
más que cualquier otro país”. Molesto por y con los galardonados,
habría de coincidir en sus tuits con lo dicho por Iñárritu en relación
con la corrupción en México: “Gané una demanda en el corrupto sistema
de justicia de México, pero hasta ahora no la he podido cobrar. ¡No
hagan negocios en México!”.
Corrupción, impunidad,
injusticia, insatisfacción, entre otros, los conceptos que hoy por hoy
nombran a México, además de otros como estancamiento, entreguismo,
crimen, militarización, violencia y terror. Nunca las generaciones
presentes habían vivido una situación tan grave y dramática en materia
económica, política y de seguridad. Pocas veces la corrupción, el
enriquecimiento ilícito y el tráfico de influencias del grupo en el
mando del gobierno habían sido tan ostentosos e insultantes. Nunca los
grupos delincuenciales habían alcanzado tanto poder y capacidad de
penetración en las estructuras estatales.
El debilitamiento
económico del aparato de Estado en las últimas tres décadas se ha
traducido en la creciente limitación de su capacidad para regular los
mercados y las relaciones entre las clases y grupos de la sociedad, y
en consecuencia se ha impuesto la política del más fuerte , pero en
medio no de un contexto de crecimiento y distribución de la riqueza,
sino de estancamiento y concentración de ésta como en pocos periodos de
la historia nacional.
La conformación de un Estado
neo-oligárquico represivo está en marcha. La configuración de un
esquema de poder político puesto al servicio de intereses ni siquiera
formalmente democráticos ha avanzado vertiginosamente en el último
periodo y se ha acentuado con el regreso del PRI al gobierno de la
República. La represión deja de ser un recurso último para convertirse
en la forma normal de ejercicio del poder, como lo han mostrado los
casos de Tlatlaya, la Ley Bala de Puebla con su víctima
fatal, el menor José Luis Tehuatlie en San Bernardino Chalchihuapan, la
criminalización de la protesta social en el Distrito Federal, la
infiltración de provocadores en manifestaciones pacíficas para
justificar la violencia policiaca, los hechos de Iguala, aún no
esclarecidos, y muchos casos más de los cuales el más reciente es la
represión con exceso de violencia por la Policía Federal a los
profesores de la Coordinadora Estatal de Trabajadores de la Educación
de Guerrero (CETEG) en Acapulco este 24 de febrero, que ya costó la
vida al menos al profesor Claudio Castillo Peña, jubilado de 65 años y
afectado por la poliomielitis, así como lesiones y cárcel a varias
decenas más de docentes.
El terror, así, no es ya patrimonio
de los grupos delictivos sino un recurso estatal que tiende a
generalizarse frente a la insurgencia social, particularmente la
desencadenada por las reformas peñistas y los hechos de
Iguala el 26 y 27 de septiembre pasados. Estamos frente a un gobierno
no sólo divorciado de la mayoría de la sociedad sino acorralado por las
evidencias de que ha ocultado y manipulado la verdad para encubrir lo
que muy bien podrían ser crímenes de lesa humanidad en los que los
propios órganos del Estado —en lo particular las fuerzas armadas— se
encuentren involucrados. Frente a ello, responde con el ocultamiento de
información, el armado de versiones oficiales (o “verdades históricas”)
alejadas de toda probabilidad factual o científica, el encubrimiento de
los altos responsables de la violencia estatal y la represión
descarnada. ¿Hasta dónde están involucradas las corporaciones oficiales
en la desaparición de los 22 mil mexicanos que el gobierno reconoce?
¿Hasta dónde en el asesinato de periodistas y de todo tipo de
ciudadanos, antes presentados como “bajas colaterales” y de los cuales
hoy simplemente no se dice nada?
Pero la violencia no puede
sino conducir a la escalada de la inconformidad y la protesta social,
como ya ha dado cuenta el caso Ayotzinapa-Iguala, generando nuevos
episodios de represión y mayor descontento en un círculo infernal al
que el sistema no busca dar salida. Hacia allá parece, hasta ahora,
orientarse este gobierno “que no merecemos” en su rodada cuesta abajo
que arrastra consigo al país en su conjunto.
Eduardo Nava Hernández. Politólogo – UMSNH
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