Jesús Cantú
MÉXICO,
D.F. (Proceso).- La crisis que explotó en el Consejo General del
Instituto Nacional Electoral (INE) el miércoles 18 evidenció el control
que el bloque de consejeros del PRI tiene sobre dicho órgano electoral
y la estrategia electoral priista de compensar su pérdida de votos con
el crecimiento de su satélite: el Partido Verde Ecologista de México
(PVEM).
El PRI sabe que la popularidad del presidente Enrique
Peña Nieto atraviesa su momento más bajo y que difícilmente podrá
recomponerla en los siguientes cinco meses, por lo que si quiere
obtener la mayoría de legisladores en la Cámara de Diputados e
intentar, al menos, retener las seis gubernaturas (de las nueve) que
estarán en disputa en la elección del próximo 7 de junio, su única
alternativa es impulsar el crecimiento del PVEM, que se convierte así
en su principal apuesta.
Por al PRI le preocupa que se emita un acuerdo del
Consejo General del INE que fortalezca la imparcialidad de los
gobernantes en el uso de los programas sociales y los recursos
públicos; que se nombre como titular de la Unidad de Fiscalización a un
profesional que no se someta a su control, como sí lo hace el actual
encargado, Alfredo Cristalinas, o que se modifique la conformación de
la Comisión de Quejas y Denuncias, que hoy tolera todos los abusos del
Verde.
Los priistas cuidaron hasta el último detalle para
asegurarse de que preservan el control de todos los trámites
importantes del proceso electoral: primero colocaron en la legislación
diversas disposiciones que le aseguran que con cuatro de los 11
integrantes del Consejo General del INE mantienen el control del órgano
electoral, al requerir una mayoría calificada de ocho votos (Proceso
1959); segundo, en abril de 2014 lograron incrustar en el Consejo
General a cuatro de sus incondicionales, y en particular a su carta más
fuerte, Marco Antonio Baños, que es precisamente el que aparece
recurrentemente como el líder del bloque; tercero, tuvieron buen
cuidado de verificar que entre las propuestas del PAN y el PRD hubiera
algunos perfiles que les permitieran garantizar que, en los temas
importantes, al menos dos de ellos se sumarían al bloque de cuatro
votos duros para hacer la mayoría en el Consejo General; cuarto,
aseguraron la presidencia y la mayoría de las comisiones que más
inciden en el proceso electoral; y, cinco, a través de “sus consejeros”
aseguraron también la mayoría en los Consejos de los Organismos
Públicos Locales Electorales (OPLE).
El bloque de seis consejeros que el miércoles 18 evitó
que se discutieran y, en su caso, se aprobaran los proyectos de acuerdo
referidos está integrado por los mismos cinco consejeros (Marco Antonio
Baños, Enrique Andrade, Beatriz Galindo, Adriana Favela y Javier
Santiago Castillo) que en octubre del año pasado lograron colocar a
casi las dos terceras partes de los consejeros de los OPLE. Así, a los
priistas Baños, Andrade, Galindo y Favela se sumaron el perredista
Santiago Castillo y el panista Nacif, y se cumplió la previsión hecha
desde que se conformó el Consejo General (Proceso 1953).
Desde la integración de las comisiones en junio del año
pasado, aseguraron que uno de los suyos presidiera la de Vinculación
(Baños), donde también participan Favela, parte del bloque tricolor;
Ciro Murayama, propuesto por el PRD, y Arturo Sánchez, por el PAN, que
lo más que pueden hacer es empatar las votaciones; la cuestionada de
Quejas y Denuncias, con Galindo (presidenta) y Favela, de su mismo
bloque, y Roberto Ruiz, panista; Capacitación Electoral y Educación
Cívica, responsable de la conformación de las mesas directivas de las
casillas, presidida por Andrade, quien estará acompañado de Baños y
Ruiz.
Una de las comisiones importantes en la que los priistas
quedaron en desventaja de dos a tres fue la de Fiscalización, presidida
por Benito Nacif e integrada por Andrade, Galindo, Murayama y Santiago.
Sin embargo, se aseguraron el control del titular de la unidad: deben
juntarse ocho votos de consejeros para nombrar a un nuevo dirigente, lo
que hace imposible sustituir a Cristalinas.
Lo realmente sorprendente de la crisis que estalló el
pasado miércoles, 10 meses después de conformado el actual Consejo
General, es que se haya demorado tanto y que cause tanta sorpresa entre
los representantes del PAN, PRD, PT y MC, pues sus legisladores sabían
lo que vendría desde que votaron en la Cámara de Diputados (los del PAN
y el PRD en forma aprobatoria, como parte del llamado Pacto por México,
y los del PT y Movimiento Ciudadano, en contra de varias disposiciones)
las reformas constitucional y legislativas en el Congreso de la Unión y
la integración del Consejo General. Los representantes de los tres
nuevos partidos (Morena, Humanista y Encuentro Social) no participaron
en ninguna de las votaciones y, por lo tanto, sí pueden llamarse a
engaño.
Hasta hoy los cuatro consejeros priistas están cumpliendo
plenamente con su encomienda y construyen el escenario ideal para que
el PRI logre sus objetivos. La manipulación de la voluntad popular hoy
ya no se realiza a través de la alteración de la lista nominal o las
actas de escrutinio y cómputo, o con el relleno, robo o cambio de urnas
y demás prácticas que permitieron prolongar la permanencia del PRI en
la Presidencia hasta 2000. Ahora se logra mediante recursos que
permiten desequilibrar la arena electoral a favor del partido en el
gobierno, como es el ingreso de dinero de fuentes prohibidas o sin
declararlo a la autoridad, el rebasar los topes de gastos de campaña,
el desvío de recursos públicos, la utilización partidista de los
programas sociales, el abuso de las campañas en los medios de
comunicación masivos o la compra y coacción del voto. En fin, todo tipo
de argucias que permiten competir en condiciones francamente ventajosas.
Y eso es precisamente lo que no sólo toleran, sino
propician las autoridades electorales por el control de este grupo
priista que logra imponer sus condiciones en el Consejo General del INE
y, a través del mismo, a toda la estructura nacional. Éste es el
resultado de la reforma que impulsaron los dirigentes nacionales del
PAN (Gustavo Madero) y del PRD (Jesús Zambrano), quienes se empecinaron
en concentrar el poder en un órgano nacional; ellos fueron los que
crearon el “monstruo” (Proceso 1936) que hoy amenaza con destruirlos.
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