Por Jenaro Villamil
CIUDAD DE MÉXICO (apro).- En menos de 20 segundos, Enrique Peña
Nieto se lanzó hasta el fondo de la fosa de clavados cuando el conductor
del noticiero de Televisa, Joaquín López Dóriga, le preguntó sobre el
reciente escándalo del departamento rosa de su esposa Angélica Rivera,
en Miami, y el pago de casi 30 mil dólares de impuesto predial realizado
por el empresario Ricardo Pierdant.
Peña Nieto ya había dicho, indignado, que la nota de The Guardian era
“una calumnia” y que “es completamente falso que mi esposa tenga otra
propiedad en Miami”. Sin embargo, no resistió la tentación de hacer la
siguiente explicación en sus declaraciones televisadas el lunes 15:
“Te repito, es un amigo que está allá y que, efectivamente, le hizo
un favor (a Angélica Rivera). En una única ocasión de 11 años que tiene
la propiedad, en una única ocasión, porque mi esposa estaba aquí, le
dijo: ‘oye, puedes cubrir el impuesto predial, yo te lo cubro aquí’,
como de hecho ocurrió…
“Esto acontece, es una relación común, ordinaria, que puede pasar
entre quienes son amigos y vecinos”, se jactó el primer mandatario
mexicano, que quizá ignora que el 99.9% de los mexicanos no tienen
amigos que les paguen los impuestos prediales, menos poseen propiedades
en Miami que valen más de 2 millones de dólares y tampoco son amigos del
presidente de la República en un sistema político tan “amistoso” como
México.
Si la entrevista con López Dóriga, en el ocaso de su noticiero en
Televisa, pretendía ser un “control de daños” al escándalo producido la
semana anterior, o si Peña Nieto buscaba demostrar claridad y
contundencia en vísperas de su cuarto informe de gobierno, el efecto
logrado fue exactamente el inverso.
De entrada, Peña Nieto cometió cuatro errores de comunicación política y una grave irregularidad jurídica:
1. En primer lugar, dejó muy mal parado a su propio vocero
presidencial Eduardo Sánchez, quien calificó la nota como “una
especulación a todas luces dolosa” y criticó aThe Guardianpor “orientar a sus reporteros a predecir el futuro, más que a confirmar la verdad”.
Sánchez negó que Rivera tuviera su “hogar” en los dos departamentos señalados por The Guardian, pero
Peña Nieto confirmó que su esposa y Ricardo Pierdant son vecinos y que
él es su amigo. Sánchez negó que Pierdant fuera contratista, algo que el
primer mandatario confirmó, pero el vocero evadió señalar algo en
relación con el documento que acreditaba el pago de impuesto predial.
Al confirmar Peña Nieto su amistad con Pierdant y que éste, “amigo”
de sus tiempos en la Universidad Panamericana, le pagó a Rivera el
impuesto predial de su departamento, simplemente transformó la
“especulación” y la “calumnia” en una nota veraz, al menos en este punto
muy delicado.
2. En segundo lugar, el mandatario no resiste mostrarse molesto ante
las cámaras de Televisa. Halaga el nuevo Sistema Nacional
Anticorrupción, pero comunica hartazgo y furia con los medios y
periodistas que investigan sus propiedades y las de Angélica Rivera.
Incluso se enoja porque los mortales mexicanos no entiendan que todo es
un error de “percepción”. Insiste Peña Nieto en creer que sólo es un
problema de percepción cuando son hechos que él mismo ha validado.
3. Peña Nieto sigue peleándose con un fantasma cuando el gigante lo
tiene al lado: sus “amigos” y sus favores, que constituyen un presunto
conflicto de interés, porque estamos hablando del primer mandatario de
la República y no sólo de un ciudadano común, hijo predilecto de
Atlacomulco.
Primero fue el escándalo de Juan Armando Hinojosa Cantú, de Grupo
Higa, intermediario financiero e inmobiliario de Angélica Rivera en la
Casa Blanca (según la versión oficial para “corregir” el reportaje del
equipo de Carmen Aristegui), y de Luis Videgaray y su mansión en
Malinalco, que cubrió a una tasa de interés inaccesible para la mayoría
de los mexicanos; luego, Roberto San Román Widerkher, quien le vendió a
precio de ganga una casa en Ixtapan de la Sal que no correspondía con su
entonces nivel de ingresos como gobernador del Estado de México, y
ahora Ricardo Pierdant, quien amablemente paga 30 mil dólares de
impuesto predial a la esposa de Peña. ¿A cambio de qué? Simple
amabilidad, nos dice el presidente.
4. Para atajar rumores, percepciones y contradicciones en sus dichos y
los de su propio vocero, el gobierno de Peña Nieto debe entregar la
prueba de que se le reembolsaron los casi 30 mil dólares a Pierdant y
que las empresas de éste no tienen ninguna relación con la Secretaría de
Comunicaciones y Transportes.
Cuando Gerardo Ruiz Esparza, titular de la Secretaría de
Comunicaciones y Transportes (SCT), fue consultado sobre este caso, el
exfuncionario mexiquense afirmó que no era necesario “rascar”, ya que
los arreglos entre particulares “no son motivo de conflicto de interés”
para el primer mandatario, según una versión manejada al interior del
gobierno federal. Error garrafal.
Irregularidad jurídica
Por otro lado, Peña Nieto abrió las compuertas para que se investigue
una posible violación al artículo 8 de la Ley Federal de
Responsabilidades Administrativas de los Servidores Públicos que en
2014, cuando se realizó el pago del “favor entre vecinos”, señalaba
claramente en su fracción XII que los servidores públicos debían:
“Abstenerse durante el ejercicio de sus funciones, de solicitar,
aceptar o recibir, por sí o interpósita persona, dinero, bienes muebles e
inmuebles, mediante enajenación a precio inferior al que tenga el
mercado ordinario, donaciones, servicios, empleos, cargos o comisiones para sí o para las personas a las que se refiere la fracción XI (esta
fracción incluye a cónyuges y familiares consanguíneos o por afinidad
hasta el cuarto grado), que procedan de cualquier persona física o
moral, cuyas actividades profesionales, comerciales o industriales se
encuentren directamente vinculadas, reguladas o supervisadas por el
servidor público de que se trate en el desempeño de su empleo, cargo o
comisión y que implique intereses en conflicto. Esta prevención es aplicable hasta un año después de que se haya retirado del empleo, cargo o comisión”.
La misma fracción XII del artículo 8 que estaba vigente definió como
“intereses en conflicto” cuando “los intereses personales, familiares o
de negocios del servidor público puedan afectar el desempeño imparcial
de su empleo, cargo o comisión”.
En su respuesta a The Wall Street Journal, que en
enero de 2015 publicó la mansión de Ixtapan de la Sal de Peña Nieto, el
vocero Eduardo Sánchez afirmó que “al presidente de la República no le
corresponde participar en los procesos de asignación de contratos”. Una
argumentación muy similar a la de Ruiz Esparza desde la SCT. De esta
manera, el insólito vocero pretendía negar que hubiera conflicto de
intereses entre Peña Nieto y sus amigos.
Si mantienen esa idea, resultaría que todos los amigos y amigas del
presidente de la República, de su esposa, de sus hijas e hijo, de sus
hermanos y hasta de sus cuñados y concuños pueden seguir haciendo lo que
quieran con la administración pública.
Este es el problema real que con tanta claridad se los señaló la revista británica The Economist: “No han entendido que no entienden” la furia de la sociedad mexicana contra los desplantes de corrupción.
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