A la memoria de Raúl Álvarez Garín
Lo dice magistralmente Milan Kundera: “La lucha del hombre contra el poder es la lucha de la memoria contra el olvido.” La memoria histórica no olvida aquel funesto 2 de octubre de 1968 y nuestra memoria colectiva se materializa con la manifestación práctica reivindicando el espíritu de aquella lucha del Movimiento estudiantil-popular (MEP) aplastado a sangre y fuego por un régimen opresor y la barbarie genocida de un PRI que hoy día se pretende moderno disfrazado como gobierno democrático y soberano. Hoy pretendidamente dialogante con la legítima lucha estudiantil politécnica y sus demandas, pero agazapado tras una política ominosa que reprime el derecho de ingresar a la universidad pública a decenas de miles de jóvenes. Agazapado también con gobiernos locales para perpetrar el asesinato de jóvenes estudiantes como los de la escuela normal de Ayotzinapa y 57 desaparecidos en Iguala.
La historia no es lineal y camina sinuosa, a saltos, con sus conflictos, contradicciones y rupturas. Desde aquel 68 a la fecha nuestra historia está llena de vicisitudes, con retrocesos y jalones. Una historia de lucha de clases, uno de cuyos mejores intérpretes de aquellos momentos aciagos pero también admirables por el vigor democratizante del MEP fue nuestro admirado José Revueltas, a quien rememoraremos con el centenario de su natalicio este 20 de noviembre. Su libroMéxico 68: juventud y revolución es un ejemplo de reflexión lúcida de este pensador y militante revolucionario. Muy bien lo describe Manuel Aguilar Mora: “Revueltas fue el mejor analista que contextualizó la lucha estudiantil-popular del 68 dentro del proceso de la lucha del pueblo mexicano por la democracia y la libertad contra el régimen dictatorial priista”. Y cita textualmente al propio Revueltas: “El proceso de 1968 tiene un doble carácter espontáneo y consciente […] Espontáneo por cuanto que obedece a una subyacente rebeldía histórica que viene de la década anterior, la huelga ferrocarrilera. Huelga ésta reprimida salvajemente, suprimida, descabezada. No podía quedar así; por el contrario, iba a trabajar como «el topo de la historia» de que nos habla Hegel, subterráneamente. Para recrudecerse y explotar en cualquiera de los sectores de la sociedad.”
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