¿Por qué Tinísima abandonó la fotografía?
lasillarota.com
“No
he sido muy creativa Edward… ¡esto es terrible! Ahora estoy convencida
de que las mujeres en lo que se refiere a la creación –salvo la
creación de la especie- son muy ineficientes… les falta el poder de la
concentración y de dejarse absorber totalmente por una cosa… ¿Acaso
esta declaración es demasiado prematura?
Tal vez; si así fuera les pido humildemente perdón a las mujeres… no puedo como alguna vez me aconsejaste, resolver el problema de la vida perdiéndome en el problema del arte… ansío constantemente adaptar la vida y mi temperamento a mis necesidades- en otras palabras, invierto demasiado arte, demasiada energía, en mi vida, y por eso no me queda nada para dárselo al arte…”: Carta de Tina Modotti a Edward Weston. 1925.
Frida Kahlo y Diego Rivera. Fotografía de Tina Modotti. 1929.
Algunos investigadores afirman que el encuentro de Tina con la fotografía se remonta a su infancia y adolescencia en Udine, en el taller fotográfico de su tío Pietro Modotti. Quizá sí fue el caso, pero lo cierto –dato duro- es que Tina no incursionó en el trabajo fotográfico sino hasta su encuentro en California -1921- con Edward Weston. La pareja Modotti y Weston, camuflajeada tras la extravagante fachada de “El fotógrafo y su asistente”, viajó a México en 1923. En 1924 expusieron por primera vez juntos, arrejuntaditos y en las mismas salas. Como ahora, en este año remoto del 2015, en el que el Museo de Arte Moderno nos ofrece una travesía estética, sensual y… romántica. Tina y Edward de nuevo juntos… 91 años después.
Observamos las fotos. Nos hundimos largos minutos en cada foto y luego emergemos hacia sus vidas. No a las nuestras, no. A las de ellos. Las fotos son en sí mismas, pero el mito Modotti -Weston es intenso. La figura de Modotti como una heroína magnífica y trágica. La figura de Weston como el artista en plena rebeldía contra la rutina. Rompiendo cadenas. El maestro liberándose en los brazos de una mujer que se quiere libre, y en un México que se quiere nuevo y ruge de anhelos. Los maravillosos personajes de ese México ardiente. Qué ganas de haberlo vivido. Qué ganas de estar allí. Qué emoción indagar la belleza de Nahui en sus fotos tomadas por Edward.
Dicen que se empanteró Nahui Olín cuando vio una de las fotos que le tomó Weston: la del maquillaje corrido. Ella eligió posar para él, pero aquella foto la revelaba en su intimidad, en sus secretos. “Fotografío lo que no puedo poseer” escribió Weston mucho después refiriéndose a Modotti, “lo que me elude”. Allí está Nahui, en su entera plenitud de pantera herida. Entonces la lastimadura de Nahui era refulgente, salvaje, joven, pero Weston fotografió también lo que estaba oculto. El dolor que tantas veces se esconde en lo femenino-salvaje. La soledad, que llegó después, en una cultura que no estaba preparada para la fuerza de femineidades tan disruptivas.
Weston y la foto de Lupe Marín con los cabellos recogidos, hablándole al viento. Y –en contraste- esas otras femineidades más aparentemente apacibles que capturó Weston. Paulette Amor, Rosa Rolanda/Rosa Covarrubias, con rebozo o vestida de Tehuana. ¿Apacible Rosa Rolanda? A sus horas. ¿Acaso Tina no posó también envuelta en telas oscuras ante la fachada de una casa? Es bello e interesante lo que logra Weston, en esa aprehensión de femineidades: los contrastes. No entre una mujer y otra, como si opusiéramos la foto de Nahui y la de Paulette Amor. Sino entre cada mujer con respecto a sí misma.
“La eleganca y la pobreza”, fotografía de Tina Modotti, 1928.
Hay fotos que me parecen interesantes –también- en sus contrastes. Como si expusieran con particular claridad una diferencia de necesidades y temperamentos entre Modotti y Weston. Los excusados de Weston, y los cables telegráficos de Tina, por ejemplo. ¿Qué puede existir de más íntimo y secreto que un excusado? El espacio de la introversión, del monólogo. Tina en cambio, la –para entonces- dos veces exiliada, fotografía los cables del telégrafo. ¿Qué puede existir de más indispensable para la comunicación, para las redes afectivas que un telégrafo? El excusado es uno consigo mismo en su necesidad de aislamiento. El telégrafo es uno con los otros en su necesidad de interdependencia. Como si él quisiera estar –cobijado- adentro, y ella quisiera estar, también cobijada, pero afuera.
Su amiga Lola Álvarez Bravo, la que trajo tanta generosidad y tanta alegría a la vida de Tina, dijo de ella: “Tina tuvo una infancia muy dura; en medio de muchas privaciones. En los Estados Unidos le fue mejor, porque tuvo éxito, llegó a ser una estrella de cine y estaba rodeada por intelectuales importantes. Después en México, hubo una especie de reflexión, de regreso a la infancia. En este país, donde la falta de derechos se notaba tanto, ella empezó a ser otra persona…”. Baltazar Dromundo, cuya ternura por Modotti fue tan conmovedora, dijo: “Tina era como mi país: triste, dolorosa y resplandeciente”.
“El amor feliz no tiene historia”, escribe Sylvia Navarrete en su texto para el libro/catálogo, antes de encaminarse hacia la larga historia de una relación –en términos temporales- breve. Siete años de imágenes, desde la cámara de Modotti. 400 negativos. 750 fotografías desde la cámara de Weston. Tres años juntos en México marcados por las separaciones y las ambivalencias. El diario que escribió Weston de 1922 a 1944 en donde revela su cotidianidad con profusión de detalles. Ese diario en el que en 1942 se vio obligado a lidiar con la muerte de Tina. Con la memoria de Tina. Con sus fotos. Con su época juntos, aquella en la que ambos pensaron que –quizá- él podía romper y recomenzar.
¿Qué hubiera sucedido si se quedaban juntos en México, si la ambivalencia de Weston no los hubiera separado? Oh, vaya que los “hubiera” existen. Suelen ser una manera bien rotunda de entender la realidad. La separación habría llegado de todas maneras, me imagino. Porque como bien escribe Sylvia, “él hace abstracción, ella antropología”. Y por esa diferencia que les digo, entre la metáfora del excusado y la de los cables del telégrafo.
Sylvia cita el testimonio del hermano de Lupe Marín: “Tina… una belleza misteriosa, sin asomo de vulgaridad, pero no alegre, sino más bien austera, terriblemente austera. No melancólica ni trágica”. Una casi podría decir: las dos Tinas (sin que ese “dos” excluya la existencia de varias Tinas más) la que posa desnuda en la azotea, la Tina del kimono, la modelo que condujo a Weston de fotografiar mujeres más o menos desnudas, más o menos veladas; a soportar y desear la plenitud de la desnudez ante su cámara. Y la otra Tina, la de la blusa blanca y la falda cafecita que posa junto a Weston en las fotos como de bodas tomadas en México. La Tina descalza y enkimonada y la Tina, como diría Elena Poniatowska: De “los zapatos de trabitas”.
En diciembre de 1924 Weston volvió a los Ángeles: “Mi vida en México ha terminado… nunca habré de volver; al menos en varios años, una vez con mis hijos, sé lo difícil que sería marcharme…Tina y yo tendríamos que separarnos para siempre”. Ya estaban allí los vidrios rotos en el piso del patio de la casa de Tina y Edward. En el piso de la recámara, de la cocina, de la azotea. Es un hecho. No hay manera de saber si Tina los veía. O quizá estaba en ella esa manera de arrojarse descalza por la vida, aunque los viera, a los vidrios. Como si tuviera que amar, cortándose. Que vivir y trabajar, cortándose. Pese a todo lo que haya podido pensar y escribir, Edward regresó: hacia México y hacia Tina.
En 1925, Edward (y sus celos a la alza) visitaron Chapingo para conocer los murales de Diego Rivera para los que posó Tina. Lupe Marín -la esposa de Rivera- narraba a los cuatro vientos que Tina era amante de su marido. No sabemos qué habrá pensado Weston de la desnudez de Tina ante Diego. En principio nos preguntaríamos, ¿por qué lo habría perturbado? Porque la sensualidad de Tina lo perturbaba, muchísimo.
Es en 1926 cuando Weston regresó a California de manera definitiva. Desencanto, desencuentros, celos. Añoranzas de su familia. No es un hecho, pese a la naturaleza del pacto entre ellos: “El maestro y su asistente-alumna, el maestro y su aprendiz”, que Weston haya querido encarnarse en Pigmalión, pero si ese fue el caso, y si Tina en algún momento pensó que podía ser el caso, es evidente que la fotógrafa subestimó su autonomía y su propia fuerza. A veces me pregunto si no vino de allí esa desilusión de Weston y sus continuos celos.
Edward escribió en su diario: “La despedida de México quedará en la memoria a causa de la despedida de Tina. Por el instante se rompió la barrera entre nosotros dos. Sólo… en un taxi que nos llevó, con prisa, hacia el tren, me permití mirar sus ojos. Pero cuando lo hice y cuando vi lo que tenían que decir, la atraje hacia mí- nuestros labios se encontraron en un beso interminable…Tina con lágrimas en los ojos…Esta vez, México es un adiós para siempre. ¿Y tú, Tina? Siento que esto también ha de ser un adiós para siempre”. Weston jamá volvió a México. Él y Tina continuaron escribiéndose hasta 1931.
En 1926 Tina traducía textos anti-fascistas para El Machete, en la redacción conoció al comunista Xavier Guerrero. Se enamoraron. Manuel Álvarez Bravo describe a la Tina de 1927, el año en el que se inscribió en el Partido Comunista: “Recuerdo una vez que le mostré el libro de un pintor francés … no recuerdo su nombre. Mientras lo hojeaba, había una gran tristeza en su cara. Fue como si supiera que le tocaba despedirse para siempre de un arte puramente formal. Para ella, lo que importaba ahora era el documento social, la fotografía y la pintura con un contenido concreto”. El partido decidió que Xavier Guerrero viajara por tres años a Moscú para formarse en la escuela Lenín. Tina –una vez más- se quedó sola. En 1928, ya sabemos: Su amor por el hermoso Julio Antonio Mella.
Mella fue asesinado el 10 de enero de 1929, se dice que por órdenes del dictador cubano Machado. Tina caminaba al lado suyo, colgada de su brazo. La ráfaga alcanzó su objetivo junto a ella. Mella corrió. Tina corrió detrás suyo para abrigarlo en sus brazos. A las pocas horas murió Mella. Tina fue interrogada. El juicio interminable. La intimidad de Tina exhibida como en un tendedero de vilezas. Se sospechaba de un crimen pasional. Un amante celoso de Tina habría asesinado a Mella. La historia tenía todo para gustar en un México pacato. Exhibirla era sabroso, y toda una lección de moralidad para señoras y señoritas: Lo que comienza en el ateísmo, la desnudez y el “libertinaje”, termina en homicidio pasional. ¿Acaso podría ser de otra manera? “La Mata Hari del Komintern”. “Tina ya no era una criatura de sensualidad renovada, sino una copia cautelosa de sí misma”, cita Elena Poniatowska.
Tras el asesinato de Mella, y la persecución de la que fue objeto, viajó al Istmo de Tehuantepec a esconderse y a intentar sanarse. Tomó fotos de las mujeres del Istmo. Para su exposición en 1929 en la UNAM escribió un Manifiesto sobre la fotografía que se repartió con la invitación. Fotografiar era aún un centro de su vida. Las vilezas del tendedero regresaron cuando Tina fue detenida, acusada de participar en la planeación del intento de homicidio del presidente electo Pascual Ortiz Rubio. Diego Rivera intervino como su abogado de oficio. Tina estuvo en la cárcel, y luego vigilada día y noche en su casa. Modotti fue expulsada. Cuando supo que su estancia en México se agotaba, llamó a sus amigos Manuel y Lola Álvarez Bravo y les vendió sus cámaras y su material de trabajo. Hacia Berlín, sólo viajó con su Graflex.
En el barco que la lleva a Berlín se reencuentra con el estalinista Vittorio Vidali, él viajaba hacia la Unión Soviética. Estaba convencida de que en Berlín encontraría posibilidades de trabajar como fotógrafa, y de retomar su militancia entre los comunistas alemanes. Además, estaría cercana a Trieste a donde regresaron a vivir su madre y su hermana. ¡Volver a verlas! En Berlín, todavía toma algunas fotos. Los comunistas viven perseguidos por el ascenso del Nacional Socialismo. Tina muestra sus fotos de México -entre sus “camaradas” - y le revelan que no son lo suficientemente “comprometidas”. ¿Quién ha sido ella? ¿Acaso la foto de las manos resecas de un campesino no son un documento social? “Insuficiente”, le responden. ¿Cómo se habrá sentido la hija de Giuseppe, el militante anti-fascista, escuchando que sus imágenes mexicanas, no eran sino fotos preciosistas que la convertían casi en una traidora de clase?
Le escribe a Weston que en Berlín planea vivir de su trabajo como fotógrafa, pero su cámara Graflex que llevó de México era anticuada y pesaba mucho, los materiales eran costosos. Nada ni en su cámara ni en ella, que las lleve a fotografiar a las velocidades del “diarismo” al que la invitan. Se conocen algunas fotos de Tina en Berlín: una pareja en el jardín zoológico, dos monjas junto a una fuente, un paisaje. Una mujer embarazada con un niño en brazos. En una carta a Weston del 23 de mayo de 1930 le habla de sus problemas con la fotografía, y sus dificultades para encontrar trabajo: Lo complicado de encontrar el material para la Graflex, su imposibilidad económica para comprar una cámara compacta, que además, no termina de gustarle.
“Me sentí como para abandonar completamente la fotografía, pero ¿qué otra cosa puedo hacer?”. Cinco días después Tina escribió otra carta a Weston: Le ofrece disculpas por haber manifestado sus preocupaciones en la carta anterior: “Por favor perdóname y no te preocupes por mí, ya saldré victoriosa de alguna manera. Hay momentos –y quien no los tiene- cuando todo parece negro, pero probablemente, al día siguiente vuelve a salir el sol, y los pajaritos cantan y el panorama se transforma como por obra de magia”. El día anterior había recibido una carta de Weston. No entiendo qué –sino la vergüenza de sentirse agobiante para su amigo, o demasiado demandante- podría haber llevado a Tina a escribir esta carta, con canto de pajaritos incluidos.
En el taller de su amiga la fotógrafa Lotte Jacobi en Berlín, Tina exhibió algunas de sus fotos “mexicanas”. Cuando fue enviada en 1935 a España, dejó su cámara Graflex y sus negativos en Moscú. Vidali contó mucho tiempo después, que Tina había hecho algunas fotos, pero no sabemos dónde están, ni si alguien las ha visto.
Desilusionada, cansada y sola, a los seis meses de vivir en Berlín decide reunirse con Vidali en Moscú. Allí –piensa- podrá intentar reanudar su amistad con Xavier Guerrero que aún vive en la Unión Soviética. Guerrero no quiso saber de ella. Por años guardará el rencor de lo que consideró como la traición de Tina y de Julio Antonio Mella. Tina se refugia en Vidali. Ese momento en que el orden de la vida se trastoca y Tina y su activismo, se convierten en el activismo… y Tina. Vidali cuenta que a la llegada de Tina a la URSS le ofrecieron trabajar como fotógrafa para el partido, o trabajar en la organización de solidaridad. Eligió lo segundo. Es muy probable que de todas maneras, tomar fotografías –sobre pedido- para el partido, estuviera muy lejos de su idea de para qué fotografiar.
Tina escribió su última carta para Weston el 12 de enero de 1931 desde Moscú: “Nunca he tenido menos tiempo para mí misma que ahora… me falta el tiempo que podría dedicarte a ti, aunque sea algunas palabras escritas al volar…Vivo una vida totalmente nueva, tanto, que casi me siento otra persona… Querido Edward, si todavía estás con ánimo para algunas palabras para mí- aún está vigente la dirección berlinesa. Pero sé conciso si es posible, por múltiples razones…”. Fin de la correspondencia.
La fotógrafa alemana Lotte Jacobi -su amiga de Berlín- encontró a Tina en Moscú en 1932, y le preguntó si seguía fotografiando: “Me dijo que no, que no tenía tiempo para ello… que había tanto que hacer en el Socorro Rojo. Parecía considerar la fotografía como un lujo, pensaba que primero había que ayudar a la gente”. “Tinotscka”, como la llamaba la feminista rusa Alejandra Killontay, trabajó en misiones secretas para el Socorro Rojo Internacional. En 1936 se unió –junto a Vidali que entonces ya era el Comandante Carlos- a los republicanos, durante la guerra civil española, con el nombre de María. Trabajó como enfermera en el hospital obrero. No sabemos si Tina tomó fotos durante la guerra, todo parece indicar que no, aunque es posible que el futuro nos sorprenda. Pero sí sabemos que admiraba a Robert Capa y que mantuvo una relación con su compañera la fotógrafa Gerda Taro, quien murió en el frente.
La fotografía dejó de tener un sentido para Tina. Quizá, los zapatos de trabita no podían sostener más los pasos de la militante y de la fotógrafa. La belleza tenía que dejar de existir, porque sus manifestaciones respondían “al peor vicio de la pequeño-burguesía: el –individualista- arte por el arte”. Tina se dio con todo. En el sentido de entregarse, y en el de golpearse a sí misma. Sus elecciones de vida estuvieron íntimamente ligadas con sus elecciones amorosas.
Cuando creyó en al arte se enamoró de Robo. Cuando decidió que la fotografía era su forma de arte elegida; se enamoró de Weston. Cuando la militancia y su urgencia de cercanía con la mexicanidad se convirtieron en un elemento indispensable para su vida, se enamoró de Xavier Guerrero. Cuando la vida y las órdenes del partido la separaron de Guerrero, eligió a Julio Antonio Mella, (a quien Elena Poniatowska llama: “La encarnación más atractiva de la lucha contra el imperialismo”). Cuando la expulsaron de México reencontró –en el barco- a Vidali. No sé si se enamoró, Tina, esa última vez. Quizá no.
Tras los tiempos de la infinita desolación, Tina regresó a México en 1939, con Vidali. Dicen que era una mujer muy distinta. Irreconocible. Christiane Barckhausen cita un encuentro entre Tina y su entrañable amigo Manuel Álvarez Bravo: “Tocaron el timbre, fui a abrir, y ¡allá estaba Tina! Entró, platicamos un rato y le dije: mira, a ti te gustó tanto trabajar con la Graflex…tengo una aquí y también hay un cuarto oscuro… ¿No quieres volver a…? Y ella sólo dijo con una tristeza indescriptible en la voz: No, Manuel, no, ya no”.
1942. Del diario de Edwrad Weston: “Esta mañana recibí un correo de México informándome de la muerte de Tina Modotti. Durante la noche de ayer había estado soñando con Tina y aquellos días en México… al despertar corrí a la bodega donde los negativos de esa época han permanecido durmiendo desde mi regreso de México”. Narra que imprimía una foto de Robo, el primer marido de Tina cuando sonaron a la puerta… la carta, la noticia de su muerte.
“Regresé al cuarto oscuro a mirar las imágenes de aquellos días materializarse, pose por pose, para citar a Tina en ellas como un nigromante. Tina con su blusa de seda translúcida, su cabello hacia atrás, sentada en los escalones de la hacienda. Tina recitando poesía. Fotografío lo que no puedo poseer, inscribo en plata lo que me elude en la realidad. Tina toma un baño de sol en la azotea…. Tina es un acertijo, pero nunca disimula…”. En esta otra foto está Tina “en la flor de su juventud”, escribe Weston…” su perfil emerge de la oscuridad, sus ojos se fijan en un algo lejano y contienen una tristeza que parece mucho más allá de sus años. Ella y Robo han estado juntos seis años. En esta foto capturé algo demasiado privado y verdadero y todavía ella es poco menos que un extraña para mí. Me enamoré de ella inmediatamente”.
Se refiere a su foto “El iris blanco”.
En 1958 a la muerte de Weston, aún colgaba –de la pared de su estudio- una de las fotografías de Tina desnuda en la azotea. Weston y Modotti se separaron en 1926. No puedo dejar de pensar en todo lo que esta exposición hoy, en el Museo de Arte Moderno de la ciudad de México tiene de romanticismo justiciero. Como de darle un tantito la vuelta a las separaciones, a las pérdidas. A eso que luego nos da por llamar pomposamente: el destino. Trastocar los tiempos. Reunirlos de nuevo.
“TINA MODOTTI. EL DOGMA Y LA PASIÓN”
Para quienes deseen conocer un poco más a Tina Modotti: enlace al documental de Laura Martínez Díaz.
¡Muy bueno!
Primera parte: https://www.youtube.com/watch?v=fyWjmlMK8Qg
Segunda parte: https://www.youtube.com/watch?v=ubVLo6kLfEU
Tercera parte:https://www.youtube.com/watch?v=54Ow4t45oVo
@Marteresapriego
Tal vez; si así fuera les pido humildemente perdón a las mujeres… no puedo como alguna vez me aconsejaste, resolver el problema de la vida perdiéndome en el problema del arte… ansío constantemente adaptar la vida y mi temperamento a mis necesidades- en otras palabras, invierto demasiado arte, demasiada energía, en mi vida, y por eso no me queda nada para dárselo al arte…”: Carta de Tina Modotti a Edward Weston. 1925.
Frida Kahlo y Diego Rivera. Fotografía de Tina Modotti. 1929.
Algunos investigadores afirman que el encuentro de Tina con la fotografía se remonta a su infancia y adolescencia en Udine, en el taller fotográfico de su tío Pietro Modotti. Quizá sí fue el caso, pero lo cierto –dato duro- es que Tina no incursionó en el trabajo fotográfico sino hasta su encuentro en California -1921- con Edward Weston. La pareja Modotti y Weston, camuflajeada tras la extravagante fachada de “El fotógrafo y su asistente”, viajó a México en 1923. En 1924 expusieron por primera vez juntos, arrejuntaditos y en las mismas salas. Como ahora, en este año remoto del 2015, en el que el Museo de Arte Moderno nos ofrece una travesía estética, sensual y… romántica. Tina y Edward de nuevo juntos… 91 años después.
Observamos las fotos. Nos hundimos largos minutos en cada foto y luego emergemos hacia sus vidas. No a las nuestras, no. A las de ellos. Las fotos son en sí mismas, pero el mito Modotti -Weston es intenso. La figura de Modotti como una heroína magnífica y trágica. La figura de Weston como el artista en plena rebeldía contra la rutina. Rompiendo cadenas. El maestro liberándose en los brazos de una mujer que se quiere libre, y en un México que se quiere nuevo y ruge de anhelos. Los maravillosos personajes de ese México ardiente. Qué ganas de haberlo vivido. Qué ganas de estar allí. Qué emoción indagar la belleza de Nahui en sus fotos tomadas por Edward.
Dicen que se empanteró Nahui Olín cuando vio una de las fotos que le tomó Weston: la del maquillaje corrido. Ella eligió posar para él, pero aquella foto la revelaba en su intimidad, en sus secretos. “Fotografío lo que no puedo poseer” escribió Weston mucho después refiriéndose a Modotti, “lo que me elude”. Allí está Nahui, en su entera plenitud de pantera herida. Entonces la lastimadura de Nahui era refulgente, salvaje, joven, pero Weston fotografió también lo que estaba oculto. El dolor que tantas veces se esconde en lo femenino-salvaje. La soledad, que llegó después, en una cultura que no estaba preparada para la fuerza de femineidades tan disruptivas.
Weston y la foto de Lupe Marín con los cabellos recogidos, hablándole al viento. Y –en contraste- esas otras femineidades más aparentemente apacibles que capturó Weston. Paulette Amor, Rosa Rolanda/Rosa Covarrubias, con rebozo o vestida de Tehuana. ¿Apacible Rosa Rolanda? A sus horas. ¿Acaso Tina no posó también envuelta en telas oscuras ante la fachada de una casa? Es bello e interesante lo que logra Weston, en esa aprehensión de femineidades: los contrastes. No entre una mujer y otra, como si opusiéramos la foto de Nahui y la de Paulette Amor. Sino entre cada mujer con respecto a sí misma.
“La eleganca y la pobreza”, fotografía de Tina Modotti, 1928.
Hay fotos que me parecen interesantes –también- en sus contrastes. Como si expusieran con particular claridad una diferencia de necesidades y temperamentos entre Modotti y Weston. Los excusados de Weston, y los cables telegráficos de Tina, por ejemplo. ¿Qué puede existir de más íntimo y secreto que un excusado? El espacio de la introversión, del monólogo. Tina en cambio, la –para entonces- dos veces exiliada, fotografía los cables del telégrafo. ¿Qué puede existir de más indispensable para la comunicación, para las redes afectivas que un telégrafo? El excusado es uno consigo mismo en su necesidad de aislamiento. El telégrafo es uno con los otros en su necesidad de interdependencia. Como si él quisiera estar –cobijado- adentro, y ella quisiera estar, también cobijada, pero afuera.
Su amiga Lola Álvarez Bravo, la que trajo tanta generosidad y tanta alegría a la vida de Tina, dijo de ella: “Tina tuvo una infancia muy dura; en medio de muchas privaciones. En los Estados Unidos le fue mejor, porque tuvo éxito, llegó a ser una estrella de cine y estaba rodeada por intelectuales importantes. Después en México, hubo una especie de reflexión, de regreso a la infancia. En este país, donde la falta de derechos se notaba tanto, ella empezó a ser otra persona…”. Baltazar Dromundo, cuya ternura por Modotti fue tan conmovedora, dijo: “Tina era como mi país: triste, dolorosa y resplandeciente”.
“El amor feliz no tiene historia”, escribe Sylvia Navarrete en su texto para el libro/catálogo, antes de encaminarse hacia la larga historia de una relación –en términos temporales- breve. Siete años de imágenes, desde la cámara de Modotti. 400 negativos. 750 fotografías desde la cámara de Weston. Tres años juntos en México marcados por las separaciones y las ambivalencias. El diario que escribió Weston de 1922 a 1944 en donde revela su cotidianidad con profusión de detalles. Ese diario en el que en 1942 se vio obligado a lidiar con la muerte de Tina. Con la memoria de Tina. Con sus fotos. Con su época juntos, aquella en la que ambos pensaron que –quizá- él podía romper y recomenzar.
¿Qué hubiera sucedido si se quedaban juntos en México, si la ambivalencia de Weston no los hubiera separado? Oh, vaya que los “hubiera” existen. Suelen ser una manera bien rotunda de entender la realidad. La separación habría llegado de todas maneras, me imagino. Porque como bien escribe Sylvia, “él hace abstracción, ella antropología”. Y por esa diferencia que les digo, entre la metáfora del excusado y la de los cables del telégrafo.
Sylvia cita el testimonio del hermano de Lupe Marín: “Tina… una belleza misteriosa, sin asomo de vulgaridad, pero no alegre, sino más bien austera, terriblemente austera. No melancólica ni trágica”. Una casi podría decir: las dos Tinas (sin que ese “dos” excluya la existencia de varias Tinas más) la que posa desnuda en la azotea, la Tina del kimono, la modelo que condujo a Weston de fotografiar mujeres más o menos desnudas, más o menos veladas; a soportar y desear la plenitud de la desnudez ante su cámara. Y la otra Tina, la de la blusa blanca y la falda cafecita que posa junto a Weston en las fotos como de bodas tomadas en México. La Tina descalza y enkimonada y la Tina, como diría Elena Poniatowska: De “los zapatos de trabitas”.
En diciembre de 1924 Weston volvió a los Ángeles: “Mi vida en México ha terminado… nunca habré de volver; al menos en varios años, una vez con mis hijos, sé lo difícil que sería marcharme…Tina y yo tendríamos que separarnos para siempre”. Ya estaban allí los vidrios rotos en el piso del patio de la casa de Tina y Edward. En el piso de la recámara, de la cocina, de la azotea. Es un hecho. No hay manera de saber si Tina los veía. O quizá estaba en ella esa manera de arrojarse descalza por la vida, aunque los viera, a los vidrios. Como si tuviera que amar, cortándose. Que vivir y trabajar, cortándose. Pese a todo lo que haya podido pensar y escribir, Edward regresó: hacia México y hacia Tina.
En 1925, Edward (y sus celos a la alza) visitaron Chapingo para conocer los murales de Diego Rivera para los que posó Tina. Lupe Marín -la esposa de Rivera- narraba a los cuatro vientos que Tina era amante de su marido. No sabemos qué habrá pensado Weston de la desnudez de Tina ante Diego. En principio nos preguntaríamos, ¿por qué lo habría perturbado? Porque la sensualidad de Tina lo perturbaba, muchísimo.
Es en 1926 cuando Weston regresó a California de manera definitiva. Desencanto, desencuentros, celos. Añoranzas de su familia. No es un hecho, pese a la naturaleza del pacto entre ellos: “El maestro y su asistente-alumna, el maestro y su aprendiz”, que Weston haya querido encarnarse en Pigmalión, pero si ese fue el caso, y si Tina en algún momento pensó que podía ser el caso, es evidente que la fotógrafa subestimó su autonomía y su propia fuerza. A veces me pregunto si no vino de allí esa desilusión de Weston y sus continuos celos.
Edward escribió en su diario: “La despedida de México quedará en la memoria a causa de la despedida de Tina. Por el instante se rompió la barrera entre nosotros dos. Sólo… en un taxi que nos llevó, con prisa, hacia el tren, me permití mirar sus ojos. Pero cuando lo hice y cuando vi lo que tenían que decir, la atraje hacia mí- nuestros labios se encontraron en un beso interminable…Tina con lágrimas en los ojos…Esta vez, México es un adiós para siempre. ¿Y tú, Tina? Siento que esto también ha de ser un adiós para siempre”. Weston jamá volvió a México. Él y Tina continuaron escribiéndose hasta 1931.
En 1926 Tina traducía textos anti-fascistas para El Machete, en la redacción conoció al comunista Xavier Guerrero. Se enamoraron. Manuel Álvarez Bravo describe a la Tina de 1927, el año en el que se inscribió en el Partido Comunista: “Recuerdo una vez que le mostré el libro de un pintor francés … no recuerdo su nombre. Mientras lo hojeaba, había una gran tristeza en su cara. Fue como si supiera que le tocaba despedirse para siempre de un arte puramente formal. Para ella, lo que importaba ahora era el documento social, la fotografía y la pintura con un contenido concreto”. El partido decidió que Xavier Guerrero viajara por tres años a Moscú para formarse en la escuela Lenín. Tina –una vez más- se quedó sola. En 1928, ya sabemos: Su amor por el hermoso Julio Antonio Mella.
Mella fue asesinado el 10 de enero de 1929, se dice que por órdenes del dictador cubano Machado. Tina caminaba al lado suyo, colgada de su brazo. La ráfaga alcanzó su objetivo junto a ella. Mella corrió. Tina corrió detrás suyo para abrigarlo en sus brazos. A las pocas horas murió Mella. Tina fue interrogada. El juicio interminable. La intimidad de Tina exhibida como en un tendedero de vilezas. Se sospechaba de un crimen pasional. Un amante celoso de Tina habría asesinado a Mella. La historia tenía todo para gustar en un México pacato. Exhibirla era sabroso, y toda una lección de moralidad para señoras y señoritas: Lo que comienza en el ateísmo, la desnudez y el “libertinaje”, termina en homicidio pasional. ¿Acaso podría ser de otra manera? “La Mata Hari del Komintern”. “Tina ya no era una criatura de sensualidad renovada, sino una copia cautelosa de sí misma”, cita Elena Poniatowska.
Tras el asesinato de Mella, y la persecución de la que fue objeto, viajó al Istmo de Tehuantepec a esconderse y a intentar sanarse. Tomó fotos de las mujeres del Istmo. Para su exposición en 1929 en la UNAM escribió un Manifiesto sobre la fotografía que se repartió con la invitación. Fotografiar era aún un centro de su vida. Las vilezas del tendedero regresaron cuando Tina fue detenida, acusada de participar en la planeación del intento de homicidio del presidente electo Pascual Ortiz Rubio. Diego Rivera intervino como su abogado de oficio. Tina estuvo en la cárcel, y luego vigilada día y noche en su casa. Modotti fue expulsada. Cuando supo que su estancia en México se agotaba, llamó a sus amigos Manuel y Lola Álvarez Bravo y les vendió sus cámaras y su material de trabajo. Hacia Berlín, sólo viajó con su Graflex.
En el barco que la lleva a Berlín se reencuentra con el estalinista Vittorio Vidali, él viajaba hacia la Unión Soviética. Estaba convencida de que en Berlín encontraría posibilidades de trabajar como fotógrafa, y de retomar su militancia entre los comunistas alemanes. Además, estaría cercana a Trieste a donde regresaron a vivir su madre y su hermana. ¡Volver a verlas! En Berlín, todavía toma algunas fotos. Los comunistas viven perseguidos por el ascenso del Nacional Socialismo. Tina muestra sus fotos de México -entre sus “camaradas” - y le revelan que no son lo suficientemente “comprometidas”. ¿Quién ha sido ella? ¿Acaso la foto de las manos resecas de un campesino no son un documento social? “Insuficiente”, le responden. ¿Cómo se habrá sentido la hija de Giuseppe, el militante anti-fascista, escuchando que sus imágenes mexicanas, no eran sino fotos preciosistas que la convertían casi en una traidora de clase?
Le escribe a Weston que en Berlín planea vivir de su trabajo como fotógrafa, pero su cámara Graflex que llevó de México era anticuada y pesaba mucho, los materiales eran costosos. Nada ni en su cámara ni en ella, que las lleve a fotografiar a las velocidades del “diarismo” al que la invitan. Se conocen algunas fotos de Tina en Berlín: una pareja en el jardín zoológico, dos monjas junto a una fuente, un paisaje. Una mujer embarazada con un niño en brazos. En una carta a Weston del 23 de mayo de 1930 le habla de sus problemas con la fotografía, y sus dificultades para encontrar trabajo: Lo complicado de encontrar el material para la Graflex, su imposibilidad económica para comprar una cámara compacta, que además, no termina de gustarle.
“Me sentí como para abandonar completamente la fotografía, pero ¿qué otra cosa puedo hacer?”. Cinco días después Tina escribió otra carta a Weston: Le ofrece disculpas por haber manifestado sus preocupaciones en la carta anterior: “Por favor perdóname y no te preocupes por mí, ya saldré victoriosa de alguna manera. Hay momentos –y quien no los tiene- cuando todo parece negro, pero probablemente, al día siguiente vuelve a salir el sol, y los pajaritos cantan y el panorama se transforma como por obra de magia”. El día anterior había recibido una carta de Weston. No entiendo qué –sino la vergüenza de sentirse agobiante para su amigo, o demasiado demandante- podría haber llevado a Tina a escribir esta carta, con canto de pajaritos incluidos.
En el taller de su amiga la fotógrafa Lotte Jacobi en Berlín, Tina exhibió algunas de sus fotos “mexicanas”. Cuando fue enviada en 1935 a España, dejó su cámara Graflex y sus negativos en Moscú. Vidali contó mucho tiempo después, que Tina había hecho algunas fotos, pero no sabemos dónde están, ni si alguien las ha visto.
Desilusionada, cansada y sola, a los seis meses de vivir en Berlín decide reunirse con Vidali en Moscú. Allí –piensa- podrá intentar reanudar su amistad con Xavier Guerrero que aún vive en la Unión Soviética. Guerrero no quiso saber de ella. Por años guardará el rencor de lo que consideró como la traición de Tina y de Julio Antonio Mella. Tina se refugia en Vidali. Ese momento en que el orden de la vida se trastoca y Tina y su activismo, se convierten en el activismo… y Tina. Vidali cuenta que a la llegada de Tina a la URSS le ofrecieron trabajar como fotógrafa para el partido, o trabajar en la organización de solidaridad. Eligió lo segundo. Es muy probable que de todas maneras, tomar fotografías –sobre pedido- para el partido, estuviera muy lejos de su idea de para qué fotografiar.
Tina escribió su última carta para Weston el 12 de enero de 1931 desde Moscú: “Nunca he tenido menos tiempo para mí misma que ahora… me falta el tiempo que podría dedicarte a ti, aunque sea algunas palabras escritas al volar…Vivo una vida totalmente nueva, tanto, que casi me siento otra persona… Querido Edward, si todavía estás con ánimo para algunas palabras para mí- aún está vigente la dirección berlinesa. Pero sé conciso si es posible, por múltiples razones…”. Fin de la correspondencia.
La fotógrafa alemana Lotte Jacobi -su amiga de Berlín- encontró a Tina en Moscú en 1932, y le preguntó si seguía fotografiando: “Me dijo que no, que no tenía tiempo para ello… que había tanto que hacer en el Socorro Rojo. Parecía considerar la fotografía como un lujo, pensaba que primero había que ayudar a la gente”. “Tinotscka”, como la llamaba la feminista rusa Alejandra Killontay, trabajó en misiones secretas para el Socorro Rojo Internacional. En 1936 se unió –junto a Vidali que entonces ya era el Comandante Carlos- a los republicanos, durante la guerra civil española, con el nombre de María. Trabajó como enfermera en el hospital obrero. No sabemos si Tina tomó fotos durante la guerra, todo parece indicar que no, aunque es posible que el futuro nos sorprenda. Pero sí sabemos que admiraba a Robert Capa y que mantuvo una relación con su compañera la fotógrafa Gerda Taro, quien murió en el frente.
La fotografía dejó de tener un sentido para Tina. Quizá, los zapatos de trabita no podían sostener más los pasos de la militante y de la fotógrafa. La belleza tenía que dejar de existir, porque sus manifestaciones respondían “al peor vicio de la pequeño-burguesía: el –individualista- arte por el arte”. Tina se dio con todo. En el sentido de entregarse, y en el de golpearse a sí misma. Sus elecciones de vida estuvieron íntimamente ligadas con sus elecciones amorosas.
Cuando creyó en al arte se enamoró de Robo. Cuando decidió que la fotografía era su forma de arte elegida; se enamoró de Weston. Cuando la militancia y su urgencia de cercanía con la mexicanidad se convirtieron en un elemento indispensable para su vida, se enamoró de Xavier Guerrero. Cuando la vida y las órdenes del partido la separaron de Guerrero, eligió a Julio Antonio Mella, (a quien Elena Poniatowska llama: “La encarnación más atractiva de la lucha contra el imperialismo”). Cuando la expulsaron de México reencontró –en el barco- a Vidali. No sé si se enamoró, Tina, esa última vez. Quizá no.
Tras los tiempos de la infinita desolación, Tina regresó a México en 1939, con Vidali. Dicen que era una mujer muy distinta. Irreconocible. Christiane Barckhausen cita un encuentro entre Tina y su entrañable amigo Manuel Álvarez Bravo: “Tocaron el timbre, fui a abrir, y ¡allá estaba Tina! Entró, platicamos un rato y le dije: mira, a ti te gustó tanto trabajar con la Graflex…tengo una aquí y también hay un cuarto oscuro… ¿No quieres volver a…? Y ella sólo dijo con una tristeza indescriptible en la voz: No, Manuel, no, ya no”.
1942. Del diario de Edwrad Weston: “Esta mañana recibí un correo de México informándome de la muerte de Tina Modotti. Durante la noche de ayer había estado soñando con Tina y aquellos días en México… al despertar corrí a la bodega donde los negativos de esa época han permanecido durmiendo desde mi regreso de México”. Narra que imprimía una foto de Robo, el primer marido de Tina cuando sonaron a la puerta… la carta, la noticia de su muerte.
“Regresé al cuarto oscuro a mirar las imágenes de aquellos días materializarse, pose por pose, para citar a Tina en ellas como un nigromante. Tina con su blusa de seda translúcida, su cabello hacia atrás, sentada en los escalones de la hacienda. Tina recitando poesía. Fotografío lo que no puedo poseer, inscribo en plata lo que me elude en la realidad. Tina toma un baño de sol en la azotea…. Tina es un acertijo, pero nunca disimula…”. En esta otra foto está Tina “en la flor de su juventud”, escribe Weston…” su perfil emerge de la oscuridad, sus ojos se fijan en un algo lejano y contienen una tristeza que parece mucho más allá de sus años. Ella y Robo han estado juntos seis años. En esta foto capturé algo demasiado privado y verdadero y todavía ella es poco menos que un extraña para mí. Me enamoré de ella inmediatamente”.
Se refiere a su foto “El iris blanco”.
En 1958 a la muerte de Weston, aún colgaba –de la pared de su estudio- una de las fotografías de Tina desnuda en la azotea. Weston y Modotti se separaron en 1926. No puedo dejar de pensar en todo lo que esta exposición hoy, en el Museo de Arte Moderno de la ciudad de México tiene de romanticismo justiciero. Como de darle un tantito la vuelta a las separaciones, a las pérdidas. A eso que luego nos da por llamar pomposamente: el destino. Trastocar los tiempos. Reunirlos de nuevo.
“TINA MODOTTI. EL DOGMA Y LA PASIÓN”
Para quienes deseen conocer un poco más a Tina Modotti: enlace al documental de Laura Martínez Díaz.
¡Muy bueno!
Primera parte: https://www.youtube.com/watch?v=fyWjmlMK8Qg
Segunda parte: https://www.youtube.com/watch?v=ubVLo6kLfEU
Tercera parte:https://www.youtube.com/watch?v=54Ow4t45oVo
@Marteresapriego
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