Alejandro Encinas
Iniciaron las campañas para renovar la Cámara de Diputados y diversos órganos de gobierno en 17 entidades del país. Este proceso electoral se da en el marco de la más profunda crisis de credibilidad que haya enfrentado el actual sistema de partidos.
En las últimas semanas se han difundido diversas encuestas de opinión que, independientemente de los resultados sobre la preferencia electoral de los ciudadanos, la mayor parte de éstas coinciden en que, hasta 50% de los ciudadanos rechazan ser encuestados y que 27% se abstendrán o anularán su voto como una muestra de desencanto e indignación ante el cinismo de la clase gobernante, lo que traerá consigo un nivel de abstención y de votos nulos cercano a 60%, con lo que la elección tendrá un bajo nivel de legitimidad.
Los partidos iniciaron sus campañas mostrando una enorme incapacidad para comprender la situación de excepción que enmarca esta contienda, así como la brecha que las separa de las aspiraciones populares. Basta analizar la propaganda emprendida para percatarse de que no existe ninguna diferenciación de fondo entre éstos y sus ofertas políticas, cimentados en la mercadotecnia, las acusaciones mutuas de corrupción, y en la promoción, por lo general infructuosa, de la imagen de sus candidatos.
El PRI acusa los actos de corrupción de su principal aliado en las reformas estructurales, el PAN, poniendo como ejemplo la presa que construyó en su rancho el gobernador de Sonora, Guillermo Padrés, y los “moches” que piden los diputados de los recursos negociados en el presupuesto federal, que fue el instrumento que le permitió al PRI conformar una mayoría cómoda en la Cámara de Diputados. El PAN destaca la corrupción del PRI, ejemplificando con los relojes de su presidente nacional con valor de más de 3 millones de pesos, o las propiedades en México y el extranjero de los funcionarios priístas. Curiosamente, ambos partidos reivindican como propia la creación del Sistema Nacional Anticorrupción (que a la fecha no ha sido aprobado en el Senado) con el que, dicen, se acabará con estos abusos.
Por su parte, la izquierda que participa dividida, también fragmenta su discurso. El PRD destaca los beneficios de los programas de gobierno en el Distrito Federal, sin mostrar resultados en otros gobiernos que encabeza. Morena, se presenta como “la esperanza de México” y acude al “Se los advertimos que nos iban a llevar al despeñadero”. El PT se define orgullosamente de izquierda y, Movimiento Ciudadano acude al spot musical: “Basta de los corruptos de siempre, basta de políticos delincuentes, se terminó la paciencia, ya no queremos violencia”.
El PVEM —que al inicio de las campañas suma 189 millones de pesos en multas por propaganda indebida—, presenta como propias, reformas como la prohibición del cobro de cuotas en las escuelas públicas, que fue una demanda de la izquierda; el establecimiento de la cadena perpetua a secuestradores, resultado de la derrota a su propuesta de pena de muerte. El resto de los partidos contrata a actores y sataniza a la política: “Me da mucha confianza saber que este partido no está conformado por políticos y que tampoco fue formado por desertores de otros partidos”; aunque la mayor parte de sus integrantes proviene de otros partidos.
Las campañas inician poniendo énfasis en los yerros los partidos y no en los cambios que demanda el país, lo que alejará a los ciudadanos de las urnas e impedirá revertir la degradación de las instituciones públicas resultado de pactos antidemocráticos y complicidades con una oligarquía voraz que consume a México.
Senador de la República
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