Por Oralia Gómez
Etnóloga, letra-hispanista y antropóloga social. Feminista anti-racista.
* ¿Podemos siquiera imaginar una sociedad en la que las cárceles ya no existan? La autora nos acerca al pensamiento y propuestas de Ángela Davis: En vez de revancha y punición, mejor reconciliación, reparación y otras formas de justicia alternativa.
El sistema carcelario contemporáneo debe ser objeto de reflexión y escrutinio crítico. No puede ni debe escapar a las reflexiones progresistas libertarias y mucho menos a las reflexiones feministas en sus distintas vertientes y estrategias. Éstas son dos de las premisas centrales de la influyente pensadora y activista Ángela Y. Davis.
Mujer afro-estadounidense, profesora emérita de la Universidad de California en Santa Cruz y luchadora feminista incansable, Davis ha sido y continua siendo una de las figuras más influyentes en el movimiento feminista anti-carcelario en Estados Unidos y el mundo. En el breve, pero substancioso libro titulado ¿Son obsoletas las prisiones? (Are Prisons Obsolete? Nueva York: Seven Stories Press, 2003), Davis se pronuncia abiertamente y sin equívocos a favor de la abolición de las prisiones. Se podría pensar que la suya es una postura extrema e insostenible, pero los argumentos de la lucha anti-carcelaria feminista y anti-racista resultan por demás provocadores y contundentes.
Ángela Davis fue encarcelada allá por los inicios de la década de los 70. Su participación activa en el movimiento de liberación negro, sus ideales comunistas y su apoyo activo a los prisioneros políticos de aquella época, sobre todo los de origen afro-estadounidense, la llevaron a experimentar en carne propia las arbitrariedades e injusticias del sistema carcelario. Las dimensiones personal y política de estos sucesos quedaron plasmadas en su autobiografía (Angela Davis: An Autobiography . Nueva York: International Publishers, 1988[1974]). Sin embargo, no fue sino hasta tiempos más recientes que sus ideas más consolidadas en torno a las injusticias que ampara el sistema carcelario han cobrado mayor resonancia. El mensaje de Davis es claro y categórico: las prisiones representan un método eficiente del estado y las grandes corporaciones capitalistas para perpetuar el racismo, el despojo material y la criminalización de la miseria que afectan desproporcionadamente a los segmentos más vulnerables de la sociedad.
Resulta evidente que el pensamiento de Davis se ha caracterizado por una perspectiva interseccional; esto es, por el análisis en conjunto de las opresiones de clase, raza y género. A Davis no le interesa simplemente exponer la rapidez con la que un número creciente de mujeres han sido aprisionadas. Ella está interesada además en visibilizar la manera en que el incremento brutal en la cantidad de personas encarceladas es un proceso que ha afectado mayoritariamente a hombres y mujeres de minorías raciales (tales como los negros y latinos) y que ha estado acompañado de procesos estructurales de despojo (y/o lucro) capitalista neoliberal. Si las cárceles han persistido como el método predilecto de castigo hasta el día de hoy, arguye Davis, no se debe necesariamente a que los actos clasificados como criminales hayan aumentado, sino al hecho de que las cárceles forman parte del jugoso negocio de la privación de la libertad de los sectores más marginalizados por clase, raza y género.
La veta de pensamiento feminista de Davis no promueve la simple mejora de los sistemas carcelarios en Estados Unidos y el resto del mundo. Su feminismo -un feminismo sin concesiones, ni medias tintas- busca la erradicación total del sistema carcelario, o lo que ella denomina de manera más contundente como la abolición del "complejo industrial de prisiones". Las posturas reformistas consideran como una actitud de avanzada la lucha por la mejora de las condiciones al interior de los centros de reclusión y castigo penal. Las posturas abolicionistas, en cambio, conciben la petición de meras reformas como una actitud miope que se conforma (¿o se beneficia?) con el fin parcial e inacabado de las inequidades socioeconómicas existentes. Por ello los y las feministas anti-carcelarios se resisten a ceder en la lucha por la erradicación de todas las inequidades e injusticias, incluyendo aquellas que están enraizadas y permiten la existencia misma de las cárceles.
Una idea central del feminismo anti-carcelario consiste en mostrar que el mal llamado sistema de "justicia" no es más que un sistema de castigo criminal. En vez de buscar justicia, la existencia del complejo industrial de prisiones incita al revanchismo y la injusticia por medio de la penalización y encarcelamiento de los cuerpos de aquellos y aquellas socialmente más vulnerables. Es por ello que el concepto del "complejo industrial de prisiones" es medular.
Fiel espejo del complejo industrial militar, el complejo industrial penal se vale de la privatización, sufrimiento y destrucción social para generar ganancia. En Estados Unidos, por ejemplo, muchas corporaciones han invertido en la construcción de cárceles para lucrar por medio del aprisionamiento de amplios segmentos de la población. Además, las y los presos son forzados a trabajar para empresas sin percibir salarios o con salarios menos que mínimos y sin tener derecho a sindicalizarse y obtener beneficios laborales.
La aparición de las penales de alta seguridad, además de ser centros de tortura en la forma de aislamiento y privación de contacto sensorial o humano por periodos prolongados (¡a Mumia Abu-Jamal le fue prohibido tocar y ser tocado por persona alguna durante 30 años!), son espacios organizados bajo la lógica capitalista voraz de generación de ganancia y provecho económico a cualquier costo, incluido el sufrimiento humano de cuerpos considerados como prescindibles. Los hombres y mujeres que han tenido la desgracia de ser encerrados son considerados como eliminables e inservibles en el mundo de los libres, pero altamente lucrativos en el mundo de los encarcelados. De ahí que el sistema de "justicia" en pie no pueda, bajo ninguna lógica, ser considerado como tal.
Aunque el análisis más fino de Davis resulta más apropiado para explicar la situación en Estados Unidos, sus ideas proveen de herramientas para pensar y repensar el sistema de injusticia carcelaria en otros países. Bajo la lógica del feminismo anti-carcelario pedir, promover y ser cómplices de la penalización de un "crimen" no hace más que contribuir al mantenimiento de la opresión racial, de clase y de género de aquellas y aquellos que la sociedad capitalista y el Estado represor ha puesto en condiciones sociales, políticas, económicas y legales de desventaja.
Ante el complejo industrial de prisiones no existe postura inocente: si una persona apoya la (in)justicia penal, está apoyando también directa e indirectamente la distribución desigual de privilegios, el racismo, el sexismo, la privatización y otras formas de opresión y despojo que abundan también en otros contextos, tales como el latinoamericano. Si Estados Unidos tiene el mayor número de personas encarceladas (¡dos millones de un total de nueve millones en el mundo!) y si sus cárceles están principalmente llenas de personas pertenecientes a minorías raciales, en México las cárceles parecieran estar llenas no de "culpables", sino de gente empobrecida. Pretender que ésta no es una realidad cruenta sería hacerle juego al sistema vigente.
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