Ricardo Raphael
México al revés. Los partidos premian la mala reputación y castigan a los mejores. Democracia patas p’arriba: las listas que tanto PAN como PRI han presentado para el Congreso traen sabor oxidado. Lastiman lengua y garganta el autoritarismo disfrazado, el palomeo arbitrario y el clientelismo de siempre.
En Monterrey el incendio de un casino dejó 52 muertos; luego se supo que esa masacre fue producto de la extorsión que un gobierno municipal toleró y, se sospecha, de funcionarios y parientes de funcionarios que se beneficiaban del ejercicio criminal. El sentido común advierte que el alcalde de la ciudad, por acción u omisión, es responsable. Razón suficiente para que Fernando Larrazabal sea señalado.
En su momento alguna voz dentro del PAN exigió que ese sujeto se apartara tanto del partido como del cargo. Se armó el jaloneo: mientras la justicia penal no lo juzgara, el señor podía seguir con su fuero.
La semana pasada vino lo peor: el partido terminó regalándole a Larrazabal una curul legislativa. El PAN decidió fugarse con el balón de la ignominia y desenfadadamente nombró candidato a diputado al alcalde desprestigiado. Los muertos del Casino Royale no merecieron consideración. Nuestra democracia no sirve siquiera para tratar con dignidad la tragedia de aquellos cuerpos asfixiados.
Del otro lado de la geografía fronteriza una historia desagradable también confronta: Elvia Amaya resultó premiada. La esposa del ex presidente municipal de Tijuana, Jorge Hank Rohn, coloca al PRI en circunstancia grosera. Ella, quizá, personalmente no deba nada y sin embargo es emblema de las sospechas y la mala reputación que rondan una familia hartas veces involucrada con actos de corrupción.
Jorge Hank ha sido acusado por la autoridad estadounidense de lavar dinero para el viejo cártel de Tijuana; también fue denunciado públicamente por haber ordenado el asesinato de dos periodistas y de la novia de uno de sus hijos. A lo anterior se suma que la fortuna ostentada por el dueño del viejo casino de Agua Caliente tiene origen incómodo; suficiente información hay para suponer que se produjo por las malas artes que mezclan los intereses públicos con los privados. Elvia Amaya será legisladora no por sus talentos personales, sino por cuanto le liga con esta incómoda trayectoria.
En el PRD las canciones corruptísimas traen tonada parecida. El señor Greg Sánchez de Quintana Roo, igual que la señora Dolores Padierna en el DF, portan cola tan indecente como un hampón salido de las películas de Francis Ford Coppola. Algo podría hacer todavía ese partido para tomar distancia ante la descomposición y sin embargo la honestidad en este país, al parecer, ha dejado de ser valiente.
En la casa de los partidos a nadie importan estos hechos. Allí los rostros hace tiempo que dejaron de ruborizarse. Si los militantes son mudos y los votantes traen lodo en vez de neuronas —eso supondrán en las altas esferas— candidaturas tan descaradas son posibles y probablemente lograrán el triunfo.
La ofensa crece cuando los pocos aspirantes a representar a la nación —que por trayectoria y buen servicio previo se merecerían llegar al Congreso— son apartados a punta de las artimañas más viejas, torcidas e inaceptables de nuestra tradición política. ¿Cómo explicar que Javier Corral, quien en la última década ha dado varias de las batallas más respetables a favor de la democracia y la libertad de expresión, haya quedado fuera porque no quiso acarrear borregos financiados con dinero de impuestos?
Si el PAN prefiere ver a Fernando Larrazabal como diputado y deja a Javier Corral sin oportunidad de llegar al Senado, esa fuerza electoral no merecería obtener un solo voto en las urnas el próximo mes de julio. Algo similar hay que decir de priístas y perredistas que, sin mejor cálculo, abrazan como mecanismo de selección la operación clientelar, a la vez que traicionan con sus actos a la República.
En el caso de Corral no sólo nos deben una explicación Gustavo Madero, dirigente panista, o el presidente Felipe Calderón, última instancia para el palomeo de candidatos en su partido; la democracia mexicana está herida de corrupción y todos los demás tendríamos que explicar por qué estamos dispuestos a tolerar tanta arbitrariedad sin exhibir con los dientes nuestro más furioso repudio.
¡Que no vuelvan a pedir los gobernantes honestidad y respeto a la ley cuando son precisamente ellos quienes burlan por igual la ética y la legalidad con tanta impudicia!
Analista político
México al revés. Los partidos premian la mala reputación y castigan a los mejores. Democracia patas p’arriba: las listas que tanto PAN como PRI han presentado para el Congreso traen sabor oxidado. Lastiman lengua y garganta el autoritarismo disfrazado, el palomeo arbitrario y el clientelismo de siempre.
En Monterrey el incendio de un casino dejó 52 muertos; luego se supo que esa masacre fue producto de la extorsión que un gobierno municipal toleró y, se sospecha, de funcionarios y parientes de funcionarios que se beneficiaban del ejercicio criminal. El sentido común advierte que el alcalde de la ciudad, por acción u omisión, es responsable. Razón suficiente para que Fernando Larrazabal sea señalado.
En su momento alguna voz dentro del PAN exigió que ese sujeto se apartara tanto del partido como del cargo. Se armó el jaloneo: mientras la justicia penal no lo juzgara, el señor podía seguir con su fuero.
La semana pasada vino lo peor: el partido terminó regalándole a Larrazabal una curul legislativa. El PAN decidió fugarse con el balón de la ignominia y desenfadadamente nombró candidato a diputado al alcalde desprestigiado. Los muertos del Casino Royale no merecieron consideración. Nuestra democracia no sirve siquiera para tratar con dignidad la tragedia de aquellos cuerpos asfixiados.
Del otro lado de la geografía fronteriza una historia desagradable también confronta: Elvia Amaya resultó premiada. La esposa del ex presidente municipal de Tijuana, Jorge Hank Rohn, coloca al PRI en circunstancia grosera. Ella, quizá, personalmente no deba nada y sin embargo es emblema de las sospechas y la mala reputación que rondan una familia hartas veces involucrada con actos de corrupción.
Jorge Hank ha sido acusado por la autoridad estadounidense de lavar dinero para el viejo cártel de Tijuana; también fue denunciado públicamente por haber ordenado el asesinato de dos periodistas y de la novia de uno de sus hijos. A lo anterior se suma que la fortuna ostentada por el dueño del viejo casino de Agua Caliente tiene origen incómodo; suficiente información hay para suponer que se produjo por las malas artes que mezclan los intereses públicos con los privados. Elvia Amaya será legisladora no por sus talentos personales, sino por cuanto le liga con esta incómoda trayectoria.
En el PRD las canciones corruptísimas traen tonada parecida. El señor Greg Sánchez de Quintana Roo, igual que la señora Dolores Padierna en el DF, portan cola tan indecente como un hampón salido de las películas de Francis Ford Coppola. Algo podría hacer todavía ese partido para tomar distancia ante la descomposición y sin embargo la honestidad en este país, al parecer, ha dejado de ser valiente.
En la casa de los partidos a nadie importan estos hechos. Allí los rostros hace tiempo que dejaron de ruborizarse. Si los militantes son mudos y los votantes traen lodo en vez de neuronas —eso supondrán en las altas esferas— candidaturas tan descaradas son posibles y probablemente lograrán el triunfo.
La ofensa crece cuando los pocos aspirantes a representar a la nación —que por trayectoria y buen servicio previo se merecerían llegar al Congreso— son apartados a punta de las artimañas más viejas, torcidas e inaceptables de nuestra tradición política. ¿Cómo explicar que Javier Corral, quien en la última década ha dado varias de las batallas más respetables a favor de la democracia y la libertad de expresión, haya quedado fuera porque no quiso acarrear borregos financiados con dinero de impuestos?
Si el PAN prefiere ver a Fernando Larrazabal como diputado y deja a Javier Corral sin oportunidad de llegar al Senado, esa fuerza electoral no merecería obtener un solo voto en las urnas el próximo mes de julio. Algo similar hay que decir de priístas y perredistas que, sin mejor cálculo, abrazan como mecanismo de selección la operación clientelar, a la vez que traicionan con sus actos a la República.
En el caso de Corral no sólo nos deben una explicación Gustavo Madero, dirigente panista, o el presidente Felipe Calderón, última instancia para el palomeo de candidatos en su partido; la democracia mexicana está herida de corrupción y todos los demás tendríamos que explicar por qué estamos dispuestos a tolerar tanta arbitrariedad sin exhibir con los dientes nuestro más furioso repudio.
¡Que no vuelvan a pedir los gobernantes honestidad y respeto a la ley cuando son precisamente ellos quienes burlan por igual la ética y la legalidad con tanta impudicia!
Analista político
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