Christian Galvan tenía 14 años cuando cruzó la frontera en
2005. Con apenas lo necesario para pagar a un ‘pollero’ (como se conoce a
quién facilita el cruce de migrantes), un tío que radicaba en Dallas le
esperaba para llevarlo con su padre, indocumentado en Estados Unidos
desde 1990.
Desde Texas tomó un autobús a la ‘gran manzana’, un
trayecto arropado por otros latinos donde descrubrió que el idioma no
era un problema. Carecer de papeles no le impidió cursar highschool
(equivalente a preparatoria), dos años en español y otros dos en
inglés. Al concluir este grado, en 2009 se topó con la realidad de miles
de mexicanos: ser un inmigrante indocumentado sin posibilidades para
continuar sus estudios universitarios.
Faltaban tres años para
que el presidente Barack Obama lanzara el Programa de Acción Diferida
para los llegados en la infancia (DACA, por sus siglas en inglés), que
evita la deportación temporal de jóvenes llevados por sus padres a
Estados Unidos cuando eran menores de 16 años, con el requisito de haber
residido en el país desde 15 de junio de 2007. El permiso de estancia
es de dos años, con posibilidad de renovación, comenta Jorge Sántibañez,
director ejecutivo de ‘Juntos Podemos’ y ex presidente del Colegio de
la Frontera Norte.
Para juntar dinero para seguir los estudios,
Galván consideró la oferta de trabajo de una amiga en Chicago. A la
mitad del trayecto desde Nueva York, la policía migratoria subió a
revisar documentos. “Me encerré en el baño desesperado, no sabía qué
hacer. Al final abrieron la puerta”, narra. Fue deportado desde Chicago
en noviembre de 2010, con la penalización de no tramitar la visa por 10
años, cerrando con ello la posibilidad de ver a su padre y dos hermanos
que aún viven en Nueva York.
Del sueño a la realidad
Galvan se convirtió en un Dreamer:
el hijo de inmigrantes que creció en Estados Unidos y su familia tiene
una mezcla de situaciones legales, como padres indocumentados pero
hermanos con el estatus de ciudadanos estadounidenses, porque nacieron
en el país. El término surgió en 2001 cuando se presentó por primera vez
en el Senado, sin éxito, el acta ‘Development, Relief and Education for
Alien Minors’, también conocida como Ley Dream.
Desde la creación
del DACA, en 2012, más de un millón de jóvenes tienen la opción de
quedarse en Estados Unidos, pero siguen regresado a México porque ese
permiso es sólo por tres años y no garantiza una buena contratación, o
préstamos para seguir estudiando. Sólo evita ser deportado, explica
Josefina Vázquez Mota, autora del libro ‘Dreamers’.
Algunos
regresan de forma voluntaria y otros, deportados. La administración de
Obama tiene un récord de 2 millones de deportaciones en seis años, dice
la investigadora Jill Anderson. Pocos son los que retornan, como José
Manuel Godínez (29), quien consiguió lo que muchos mexicanos en Estados
Unidos sueñan, pero no obtienen: apoyo para estudiar una carrera y un
posgrado siendo indocumentado.
Llegó a Florida con nueve años y
visa de turista. “Tengo grabada la fecha: diciembre de 1995, el
cumpleaños de mi papá”, recuerda. La visa expiró y desde los 13 años
resintió los estragos de ser indocumentado. Primero, no podía asistir a
viajes organizados por la escuela, debiendo mentir sobre las razones por
las cuales no aceptaba un apoyo debido a sus buenas calificaciones.
Después, no pudo tener licencia de manejo y, más doloroso, regresar a
México a ver a sus abuelos morir.
El balde de agua fría cayó cuando, con el mejor promedio de 321 alumnos en highschool,
un maestro descubrió su condición de indocumentado. Aunque le apoyó con
asesoría legal, hubo quienes le dijeron que en su situación no podría
aspirar más que a una carrera técnica.
Apoyado
por profesores y respaldado por su desempeño, José Manuel ingresó 12
solicitudes a diferentes universidades. Fue rechazado por nueve, hasta
que el New College of Florida lo aceptó, en 2004, con una beca de cuatro
años para estudiar una licenciatura equivalente a antropología. Pero su
vocación era Leyes y no se dio por vencido: consiguió otra beca para
estudiar en Florida State University College of Law un doctorado en
Derecho, que terminó en 2011.
Manuel tenía una prórroga para no
ser deportado, pero no podía ejercer como abogado hasta tener el permiso
de la Suprema Corte de Florida, que consiguió el 5 de Septiembre de
2014. Todo el talento decidió traerlo a México, para estar con su
familia. Regresó el 5 de diciembre de 2015.
Como él, desde 2005,
más de 500,000 jóvenes de entre 18 y 35 años han regresado después de
haber vivido en Estados Unidos por cinco años o más, estima Anderson. La
pregunta es: ¿se aprovecha ese talento?
México tortuoso
Altísimos costos de universidades y tal vez trabajos con poca proyección es lo que viven miles de dreamers
al quedarse en Estados Unidos, sin una condición migratoria clara. Los
centros educativos en ese país permiten el ingreso a indocumentados y
grandes instituciones se ufanan de ello, como Stanford, asegurando la
incursión de estos alumnos como si fueran estudiantes internacionales.
Sin embargo, asistir a una universidad privada supera los 128,000
dólares por carrera, 160,000 si se trata de un posgrado, sólo con
cálculos del estado de Florida, comparte José Manuel Godínez.
En Carolina de Norte y en la del Sur, un dreamer,
aun siendo parte de DACA, paga cinco o seis veces más para ir a la
universidad, precia Vázquez Mota. Aunado a ello, existe un temor, por
parte del mexicano, de difundir su estatus migratorio, opina Godínez
Samperio.
Por ello, algunos regresan por convicción, con la idea
de cumplir en México lo que no se pudo hacer en Estados Unidos, como
tener una carrera y crearse una trayectoria. Pero no es fácil: además de
renunciar muchos casos a vivir con su familia, México parece “no querer
verlos” y la mayor muestra de ello es la dificultad para reinsertarlos,
al menos, académicamente, dice Leticia Calderón Chelius, experta en
migración internacional.
La profesora e investigadora del
Instituto Mora apunta que la parte más “absurda” es tener a mexicanos
con intención de seguir sus estudios, o que incluso tienen formación
universitaria, pero la burocracia no permite realizar los trámites de
validación en forma rápida. Incluso, en ocasiones exige regresar a
Estados Unidos en persona para firmar los documentos.
El siguiente
paso es conseguir que la universad convalide las materias. A Galvan, la
UNAM no le revalidó sus estudios en el York Collegue, por considerar
que las materias cursadas fueron de tronco común. Tuvo que empezar de
cero la carrera de Biología, tras pasar el examen de ingreso.
José
Manuel Godínez, por su parte, al cierre de esta edición realizaba el
examen de licenciatura Ceneval para validar su carrera en Antropología,
pero donde se topó con obstáculos fue para certificar su posgrado.
“¿Cómo es posible que el doctorado me lo quieran homologar como
licenciatura?”, se pregunta el abogado, quien tras su retorno abrió un
despacho de asesoría en migración internacional en Pachuca.
Marco
Castillo, presidente de la organización binacional Asamblea Popular de
Familias Migrantes, asegura que éstos no sólo retornan para pelear por
su derecho básico a la educación, sino que detrás de ello hay otro
problema que a largo plazo puede traducirse en fuga de talento. “Hoy
estamos perdiendo perfiles altos, mexicanos que estudiaban Derecho,
ingenierías, pero a su retorno los espera un call center”.
Talento desperdiciado
Siete
de cada 10 mexicanos retornados están en plena etapa productiva, entre
los 18 y 34 años de edad, según cálculos de Jorge Sántibañez. “Son
mexicanos que no traen documentos, desconocen la ley, pero tienen un
manejo excelente de inglés”. Pero de poco sirve, porque no existen
políticas o programas formales para contratar a un binacional, opina
Castillo.
Es difícil identificar qué sectores e industrias son
los principales empleadores de los Dreamers, ya que el retorno a México
apenas se está documentando y se hace con muchas dificultades, dice
Santibáñez. El investigador, como el resto de los especialistas
consultados, apunta hacia los call center y empresas vinculadas a
turismo (hoteles, centros de entretenimiento) como los reclutadores más
activos.
El otro gran obstáculo para la contratación es el
idioma. “El manejo del español es limitado, se reduce a lo que hablaron
en casa con sus familiares, pero la base de los dreamers es el inglés”,
menciona Sántibañez.
Eso le sucedió a Yovany Díaz, quien salió a
los ocho años del país y regresó a los 24, sin fluidez en su idioma
nativo. “Para mí el recuerdo de México es la comida y ese tipo de
arraigos siempre está. Pero es cierto que aun tengo temor a no hablar
bien el español”, cuenta Díaz, quien actualmente labora en un call
center en el Estado de México.
Sin
DACA, este oriundo de San Luis Potosí tuvo que regresar a un México y
con una familia de la cual poco recuerda. Vive las diferencias de
cultura no sólo no sólo en el manejo de idioma, también en el salario.
“Aquí gano 48 pesos la hora, allá lo mínimo son 7.45 dólares (135.4
pesos). Recuerdo que cuando dije que regresa a México, me dijeron: ahora
sabrás lo que es pobreza”, relata.
Anderson afirma que los
retornados entran a un crisol muy complejo de contratación: “Se fueron
porque no había oportunidades y regresan con habilidades, como manejo de
otro idioma, pero no existe industria o programa formal que sepa
aprovecharlas”. El especialista propone soluciones, como que las
universidades desarrollen un modelo de acceso a becas para ellos.
Frente a los call center,
una alternativa considerada para corto plazo, podría haber capacitación
para ser maestro de inglés, o puntualizar conocimientos técnicos que el
joven ya trae y sólo hay que reorientar. Pero primero se necesita
romper con un obstáculo cultural para ellos: “no saben ni cómo se mueve
el mercado de trabajo”, agrega Calderón.
El gran reto para México
no sólo es unificar políticas para asesorar y reinsertar a esta
población, se trata de romper con el estigma de retornar, situación que
se relaciona con la delincuencia. “En lo que averiguas por qué lo
deportaron, si fue por pasarse un semáforo o por otro acto, esa persona
no es vista por el país, ni aprovecha por las organizaciones”, advierte
la especialista. Mientras en el país no se han formalizado las
condiciones para modificar el escenario del retorno y preparar la
reinserción, dice Calderón, los dreamers siguen regresando a casa con
sueños.
“Yo buscaré especializarme en fisiología vegetal para
ofrecer una alternativa que permita sacar mayor provecho a la
agricultura en México. Quiero quedarme, ser un gran investigador en mi
país”, plantea Galván.
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