11/03/2016

Honrar a mis muertos


Manuel Fuentes

Apuro el paso para no llegar tarde a tribunales, pero por más que me concentro en continuar no dejo de recordar a mis muertos.  Están presentes con sus cariños y sonrisas; los escucho todavía en palabras de Pablo Neruda:
“Sus pasos suenan y su vestido suena, callado como un árbol”.
Sigo caminando, pero más despacio, me acuerdo de las familias de los mineros de Pasta de Conchos en el norte de Coahuila que no pueden honrar a sus muertos, porque no saben si lo están.  Recuerdo a doña Trini o a Elvira con esa fuerza y coraje:
No tenemos ni sus cenizas, ni sus restos. Quedaron en esa mina donde el gobierno los abandonó. Otras familias van al cementerio a honrar a sus muertos y nosotras tenemos esa mina cercada, sin saber qué pasó con ellos.
Me aseguro de tener el expediente en mis manos, lo tomo con más fuerza y sigo caminando entre árboles que me cubren del sol. Caen unas hojas en el piso y otras vuelan a no sé dónde. Recuerdo la voz de mis muertos: como una melodía, como un murmullo suave tan cerca de mí. Todavía los escucho en mis adentros…
Yo no sé, yo conozco poco, yo apenas veo,
pero creo que su canto tiene color de violetas húmedas…
Violetas húmedas decía Neruda, pero también están en esas calles que recorrían y que los recuerdo al seguir sus pasos.
Me aseguro de no llegar tarde a mi audiencia, falta una hora, me queda tiempo.  Decido sentarme en una banca y detenerme, aunque sea un momento.  Siento mis ojos húmedos al pensar en mis muertos y en los muertos de todos mis amigos y de los que no lo son. De los que no sabemos dónde están...Retomando a Jaime Sabines:
            ¡A la chingada las lágrimas!, dije,
            Y me puse a llorar
            Como se ponen a parir…
¿Cómo olvidar a tantas mujeres que violentamente han muerto por manos asesinas? Las han tomado como objeto, las han secuestrado, las han violado y se han saciado en ellas y de sus cuerpos inertes mandadas a un basurero. ¿Cómo olvidarlas? ¿Cómo seguir adelante con esas muertes que se meten en lo más profundo del ser?
Tenemos y soportamos gobiernos rebasados, incapaces y cómplices de tantas muertes y estás, las violentas, que siguen sin parar.
Son vidas arrebatadas y esas duelen hasta el alma; está allí, empotradas en el dolor, donde no se quita nunca. Nada te calma, ni gritando, ni llorando.  Pero solo los tuyos con sus abrazos te calman; entiendes la vida, su valor y como defenderla, a pesar de cómo se arrebata.
¿Qué es la muerte? ¿Un tren que parte todas las noches y no regresa?
            No te vayas; iremos en el último viaje
            Recuerda la lluvia de tu pelo en mi cara
            y no te apresures
            Me muero y no quisiera
   Ahora que el sol se ha pintado de azul
   Como la flama del cerillo que se apaga
Pedro Zamora López así escribía, era un poeta. Con él hablaba muchas veces, largas horas. Lo buscaba para que me explicara la esencia de la palabra. Corregía mis escritos y me decía que no escribiera cosas banales, que usara mi alma... 
Era de los que escribía a mano. Tomaba un papel y con un lápiz se trasportaba…
            ve cuanta gente ríe
            ve cuanta gente muere
            ve si tus bolsillos tienen algo
            si tu cuerpo todavía tiene alma
            si es así, si existe el alma…
            si no, nada se ha perdido
El alma de esos jóvenes de Ayotzinapa ¿dónde está?, de tantos desaparecidos arrebatados por la ignominia. ¿Cómo honrarlos sino sabemos de ellos? Esa es la más amarga de las angustias porque no es muerte.  Es una ausencia inconmensurable…
Me levanto preocupado por el tiempo que ha pasado.  Sigo con el expediente en la mano, pero observo que mi reloj se ha detenido y el tiempo también.
A las personas las veo pasar como fantasmas y me doy espacio para leer a Pedro Zamora, con su poesía del alma:
            Me gustaría encontrarte esta mañana fría
            para fumar el vaporcito de tu aliento
            beber a besos el tecito tibio de tu alma
            sorbo a sorbo hasta secarte
            y comer el pan de tu mirada
   me gustaría después
   caminar entre la niebla artificial de medio día
   horas y horas hasta encontrarte
   en un bosque de acero y de cristales;
   y hablaríamos del tiempo para no decir nada:
   ya sabes que quedo mudo cuando te miro
   y tu pelo y tu rostro son en ti mi verbo…
Ahhh la vida...con esas líneas regreso a continuar el camino…
Veo mi reloj y apenas han pasado tres minutos; hasta me parecieron horas, comprimidas en momentos, en ese viaje con los míos, y yo vanamente preocupado por llegar tarde, a ese inmundo tribunal de la lenta justicia.
Pero honrar a mis muertos con los vivos, esa es la misión, rescatando su esencia, su fuerza, su alegría, su amor, su voz, su aliento y sabiduría. 
Todo ello me hizo detener el tiempo por instantes, pero no la vida, esa vida, vida intensa a plenitud.

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