Apuro
el paso para no llegar tarde a tribunales, pero por más que me
concentro en continuar no dejo de recordar a mis muertos. Están
presentes con sus cariños y sonrisas; los escucho todavía en palabras de
Pablo Neruda:
“Sus pasos suenan y su vestido suena, callado como un árbol”.
Sigo
caminando, pero más despacio, me acuerdo de las familias de los mineros
de Pasta de Conchos en el norte de Coahuila que no pueden honrar a sus
muertos, porque no saben si lo están. Recuerdo a doña Trini o a Elvira
con esa fuerza y coraje:
No tenemos ni sus cenizas, ni sus restos.
Quedaron en esa mina donde el gobierno los abandonó. Otras familias van
al cementerio a honrar a sus muertos y nosotras tenemos esa mina
cercada, sin saber qué pasó con ellos.
Me aseguro de tener el
expediente en mis manos, lo tomo con más fuerza y sigo caminando entre
árboles que me cubren del sol. Caen unas hojas en el piso y otras vuelan
a no sé dónde. Recuerdo la voz de mis muertos: como una melodía, como
un murmullo suave tan cerca de mí. Todavía los escucho en mis adentros…
Yo no sé, yo conozco poco, yo apenas veo,
pero creo que su canto tiene color de violetas húmedas…
Violetas húmedas decía Neruda, pero también están en esas calles que recorrían y que los recuerdo al seguir sus pasos.
Me
aseguro de no llegar tarde a mi audiencia, falta una hora, me queda
tiempo. Decido sentarme en una banca y detenerme, aunque sea un
momento. Siento mis ojos húmedos al pensar en mis muertos y en los
muertos de todos mis amigos y de los que no lo son. De los que no
sabemos dónde están...Retomando a Jaime Sabines:
¡A la chingada las lágrimas!, dije,
Y me puse a llorar
Como se ponen a parir…
¿Cómo
olvidar a tantas mujeres que violentamente han muerto por manos
asesinas? Las han tomado como objeto, las han secuestrado, las han
violado y se han saciado en ellas y de sus cuerpos inertes mandadas a un
basurero. ¿Cómo olvidarlas? ¿Cómo seguir adelante con esas muertes que
se meten en lo más profundo del ser?
Tenemos y soportamos gobiernos rebasados, incapaces y cómplices de tantas muertes y estás, las violentas, que siguen sin parar.
Son
vidas arrebatadas y esas duelen hasta el alma; está allí, empotradas en
el dolor, donde no se quita nunca. Nada te calma, ni gritando, ni
llorando. Pero solo los tuyos con sus abrazos te calman; entiendes la
vida, su valor y como defenderla, a pesar de cómo se arrebata.
¿Qué es la muerte? ¿Un tren que parte todas las noches y no regresa?
No te vayas; iremos en el último viaje
Recuerda la lluvia de tu pelo en mi cara
y no te apresures
Me muero y no quisiera
Ahora que el sol se ha pintado de azul
Como la flama del cerillo que se apaga
Pedro
Zamora López así escribía, era un poeta. Con él hablaba muchas veces,
largas horas. Lo buscaba para que me explicara la esencia de la palabra.
Corregía mis escritos y me decía que no escribiera cosas banales, que
usara mi alma...
Era de los que escribía a mano. Tomaba un papel y con un lápiz se trasportaba…
ve cuanta gente ríe
ve cuanta gente muere
ve si tus bolsillos tienen algo
si tu cuerpo todavía tiene alma
si es así, si existe el alma…
si no, nada se ha perdido
El
alma de esos jóvenes de Ayotzinapa ¿dónde está?, de tantos
desaparecidos arrebatados por la ignominia. ¿Cómo honrarlos sino sabemos
de ellos? Esa es la más amarga de las angustias porque no es muerte.
Es una ausencia inconmensurable…
Me levanto preocupado por el
tiempo que ha pasado. Sigo con el expediente en la mano, pero observo
que mi reloj se ha detenido y el tiempo también.
A las personas las veo pasar como fantasmas y me doy espacio para leer a Pedro Zamora, con su poesía del alma:
Me gustaría encontrarte esta mañana fría
para fumar el vaporcito de tu aliento
beber a besos el tecito tibio de tu alma
sorbo a sorbo hasta secarte
y comer el pan de tu mirada
me gustaría después
caminar entre la niebla artificial de medio día
horas y horas hasta encontrarte
en un bosque de acero y de cristales;
y hablaríamos del tiempo para no decir nada:
ya sabes que quedo mudo cuando te miro
y tu pelo y tu rostro son en ti mi verbo…
Ahhh la vida...con esas líneas regreso a continuar el camino…
Veo
mi reloj y apenas han pasado tres minutos; hasta me parecieron horas,
comprimidas en momentos, en ese viaje con los míos, y yo vanamente
preocupado por llegar tarde, a ese inmundo tribunal de la lenta
justicia.
Pero honrar a mis muertos con los vivos, esa es la
misión, rescatando su esencia, su fuerza, su alegría, su amor, su voz,
su aliento y sabiduría.
Todo ello me hizo detener el tiempo por instantes, pero no la vida, esa vida, vida intensa a plenitud.
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