Alegatos
Sé (porque tengo una extraordinaria amistad con él) que Pedro se toma
en serio el ánimo de construir sobre la base del disenso. Él mismo
reconoce en su columna que respeta a quienes critican el nombramiento de
Cervantes, pero que no comparte esa postura. Me sucede lo mismo. Doy
por sentado que su punto de vista es representativo de muchas otras
voces autorizadas, así que leí con sumo cuidado su posición (y las que
sobre este tema anteceden); sin embargo, no las comparto. Aquí mis
razones:
1.- Ya basta de simulación
La simulación es una versión sofisticada de la mentira. Su
nomenclatura popular es: hacerle al cuento. Si bien no es exclusiva
suya, lo cierto es que al gobierno le sale muy bien precisamente cuando
hace como que gobierna y al Poder Legislativo le sale muy bien cuando
finge que es un contrapeso. Y eso fue precisamente lo que sucedió con la
ratificación de Cervantes por parte del Senado: simulación.
Si el objetivo era tener en la Procuraduría a personas a las que
otorgaremos el beneficio de la duda, no era necesario modificar la
Constitución e incluir un proceso de ratificación por parte del Poder
Legislativo. Está bien si Salazar, los senadores, los primos del senador
Cervantes en cargos públicos, el Presidente y otros conocen y saben de
sus capacidades técnicas. Da igual si yo puedo dar cuenta de ello. Todo
eso es irrelevante para los propósitos de la legitimidad de las
instituciones. La razón de un proceso de ratificación es poder develar
de cara a la ciudadanía las razones y los argumentos que tuvo un Poder y
las consideraciones de otro. No hay ciencia en ello.
Tan vulgar me parece la politiquería de obstaculizar cualquier
nombramiento y usar la tribuna legislativa para el escarnio, como
despreciar el valor del debate público, los contrapesos, la
fiscalización y renunciar a la obligación de cuestionar. Lo siento: me
resulta ridículo que aceptemos que alguien que aspira a uno de los
puestos claves para la vida pública del país sea ratificado en 45
minutos, sin un escrutinio público de sus antecedentes (bueno y malos),
sin contestar una sola pregunta pertinente y –el extremo- sin presentar
un plan de trabajo. Yo no me siento contento colgándole esferas al
presidencialismo autoritario. Para procedimientos meramente estéticos,
mejor nos hubiéramos quedado como estábamos.
2.- El horno no está para bollos
La desconfianza extrema es un catalizador del fracaso. Es de una
capacidad destructiva sorprendente, toma un universo de posibilidades y
lo reduce a un manojo de opciones, con alta propensión al fracaso. Y en
todo este tinglado la legitimidad deviene en central.
Weber dice, más menos, que la legitimidad es la creencia de que las
instituciones políticas existentes, a pesar de sus defectos y fallos,
son mejores que otras que pudieran haber sido establecidas. A mí no me
queda claro que este procurador es una opción mejor que otras. No digo
idóneo, sólo mejor que otros. El nombramiento de Cervantes deja
contentos y tranquilos a una buena parte de los senadores, pero inquieto
a un amplio sector de la sociedad.
Peter Evans sugiere una fórmula básica pero potente para la
legitimidad: autonomía para protegerse y aislarse de intereses
particulares y evitar su captura; pero con arraigo en la sociedad para
contar con fuentes de inteligencia y conocimiento, así como canales de
implementación que fortalecen su propia capacidad.
Para el funcionamiento de una procuraduría este aspecto es central.
La pregunta que entonces me hago, a la usanza weberiana, es ¿en verdad
en este país con millones de abogados, no había otra persona con las
mismas capacidades técnicas, la habilidad para construir consensos pero
sin los lazos de cercanía, la militancia partidista, la trayectoria tan
polémica y las ataduras al presidente actual?
3.- En el futuro, la disputa será por el pasado
Salazar dice en su columna:
“La razón es electoral: en 2018 cambiará el gobierno y no sabemos
cuál será el partido gobernante. Incluso si sigue gobernando el PRI, el
fiscal no le deberá el cargo ni al presidente ni a los senadores en
turno.”
Y para mí, ese es precisamente uno de los puntos más débiles de este
nombramiento. Cervantes no le deberá su puesto al futuro presidente, le
deberá, eso sí, su puesto al presidente y a la clase política actuales.
Supongo entonces que para recibir bien el nombramiento de Cervantes
-militante priista e integrante del grupo político en el poder- la
sociedad debe aislarse y olvidar, la bajísima popularidad del
Presidente, los antecedentes de corrupción -comenzando por la Casa
Blanca-, el desastre de la investigación sobre Ayotzinapa y los ex
gobernadores en fuga, por mencionar un par de temas.
Es claro que no podemos blindar las instituciones en su
funcionamiento ni asegurar el desempeño de ninguna persona. Pero ya
estuvo bueno de andar aceptando nombramientos con base en el beneficio
de la duda, y no en el beneficio de la legitimidad.
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