Enrique Peña Nieto, titular del Ejecutivo. Foto: Octavio Gómez |
Las reverberancias de las afirmaciones del presidente mexicano
prosiguen en las redes sociales, en los medios de comunicación masivos y
en los comentarios de la opinión pública por tres razones
fundamentales:
El presidente mexicano hilvanó en su improvisada intervención –y quizá, por ello, más genuina– una serie de frases que corrieron el velo de quien transforma el cuidado rostro de un político sereno en el de un hombre de resentimientos e irascible ante su propio legado.
La más citada de sus afirmaciones ha sido la siguiente: “Mi único
propósito es que a México le vaya bien. Estoy seguro de que los
anteriores presidentes no han tenido otra misión que esa. Nadie
despierta… Un presidente no despierta pensando en cómo joder a México.
Siempre pensando en cómo hacer las cosas bien para México”.
Peña Nieto quiso ser “empático” con su auditorio y con quienes lo
escucharan o leyeran. El resultado fue exactamente el inverso. Lo hizo
en un tono irascible, utilizó un verbo de clara connotación sexual para
defenderse frente a las críticas públicas y, quizá, frente a las
privadas, y se quitó el telepromter para subirse al lenguaje del
cabroñol.
En comunicación política y en psicoanálisis una negación encubre una
afirmación y más cuando se trata de asuntos de percepción pública. Por
más que niegue Peña Nieto que no gobierna para las encuestas, su
obsesión al citarlas indica su preocupación y molestia por los bajos
índices de aprobación. Por más que niegue sentirse solitario en su
cruzada por un sexenio que fenece mucho antes de tiempo, las expresiones
de Peña Nieto indican lo contrario: la soledad del que se siente
“incomprendido”.
La percepción negativa de estas frases se reforzó por dos decisiones
tomadas por el propio Peña Nieto el mismo martes 25 y avaladas sin
discusión alguna por el Senado en los dos días posteriores: remover a la
procuradora general Arely Gómez y nombrar en su lugar a Raúl Cervantes
Andrade, un constitucionalista que se ha caracterizado por defender
intereses corporativos y partidistas, y no por tener el prestigio de ser
un abogado autónomo a poderes fácticos o partidistas.
Peña Nieto “jodió” en sus propios términos la delicada y frágil
operación de simulación y de presunto interés en consultar a la sociedad
civil o a los organismos que la representan nombrando a Arely Gómez
como nueva titular de la Secretaría de la Función Pública (SFP) y, por
tanto, cabeza del Sistema Nacional Anticorrupción, y a Raúl Cervantes
como procurador y posible fiscal general por nueve años.
En otras palabras, Peña Nieto demostró que en sus decisiones no
impera el criterio de “cómo hacer las cosas bien”, sino cómo salvarse de
un relevo sexenal que no garantice impunidad, protección y salvaguarda a
sus intereses.
En el mismo evento, Peña Nieto demostró su memoria selectiva. Dijo
que no recordaba aquella declaración pública al programa Tercer Grado,
de Televisa, presumiendo que “la nueva generación” de políticos priistas
estaba representada por Javier Duarte, César Duarte y Roberto Borge,
justo los tres mandatarios que perdieron la elección en sus estados,
están envueltos en acusaciones de corrupción y encubrimiento que llegan
hasta la cúpula del poder priista y presidencial.
“No recuerdo la alusión, pero seguramente en algún momento la hice”,
afirmó Peña ante los empresarios y periodistas convocados por Grupo
Interacciones.
Peña Nieto perdió otra oportunidad de oro para asumir una declaración
fallida, deslindarse de los exgobernadores priistas y sencillamente
decir: “En ese momento eran la nueva generación, pero degeneraron en
corrupción”.
En lugar de eso, el político de Atlacomulco se volvió a enredar con
sus propias excusas. “Yo lo único que sí he sido crítico (sic) es de
aprovecharse o tomar oportunidad política en un señalamiento poco
fundado”. ¿Alguien entendió esta advertencia?
Seguramente quería referirse a las críticas del PAN, del PRD y de
Morena a los exgobernadores corruptos del PRI y volver a repetir que en
todos los partidos existen cleptócratas. No lo dijo así. Mucho menos
admitió que las acusaciones contra Javier Duarte, César Duarte y Roberto
Borge se ventilaron antes de que perdieran las elecciones estatales de
este año y que el gobierno federal no hizo nada para frenar el desfalco,
el carácter sanguinario y represor de sus administraciones (sobre todo,
en el caso de Veracruz), y la exhibición de cinismo que es una
condición natural de quienes se sienten cómplices “del jefe”.
Para rematar su alusión a los gobernadores acusados, Peña Nieto
retornó a la retórica de abogado de barandilla: “Las autoridades
competentes serán las responsables de definir si en ellos y en otros más
señalados hay o no responsabilidades. Es una tarea de las áreas de
procuración de justicia”. ¿Acaso el titular del Ejecutivo federal no es
también “autoridad competente” para frenar la escalada de corrupción que
se observa en los distintos niveles de la administración pública?
Peña Nieto también abordó el tema de la visita de Donald Trump a Los Pinos, aquel fatídico 31 de agosto.
El primer mandatario volvió a transformar la negación en una afirmación
sin tiempo verbal definido: “No volvería a suceder. O, por lo menos, no
en los mismos términos”. Admitió que traer al enemigo número uno de los
migrantes mexicanos y de los intereses nacionales en Estados Unidos fue
“una decisión apresurada”.
“El hubiera no existe y asumo la responsabilidad de la decisión y su
costo. Creo que tomé una decisión muy acelerada. Fue muy polémica: quizá
hoy sería distinta (¿Por qué “hoy” y no hace dos meses?, no lo
explicó). He dado muchas veces la explicación de por qué busqué un
encuentro con ambos candidatos y no era más que cuidar a los mexicanos y
los intereses de México”, justificó Peña Nieto.
Los errores en el caso de Trump no fueron sólo de forma sino de
fondo. Y eso no lo admitió Peña Nieto. No fue una decisión “apresurada”.
Fue una decisión absurda en franca violación a décadas de política
exterior de no intervención en asuntos electorales de otros países. No
fue polémica. El 80 o 90% de las opiniones, incluso de analistas que han
defendido su gestión, fueron claramente negativas. La polémica hubiera
significado una confrontación de puntos de vista.
Peña Nieto no ha dado explicación alguna de por qué era tan urgente y
necesario recibir a Donald Trump en esa fecha y sin tener la
confirmación de Hillary Clinton ni haber informado a la embajada de
Estados Unidos. Ha dado excusas que es distinto. No cuidó los intereses
de México ni de los mexicanos. Cuidó la escenografía y el montaje que
tenía preparado Donald Trump. Trabajó para los intereses, la agenda y
las condiciones impuestas por el candidato republicano.
Lo peor es que en esa decisión tan “apresurada” el propio Peña Nieto
jodió su sexenio. Si la prensa internacional no había sido lo
suficientemente atenta a su mala gestión, el encuentro con Trump lo
catapultó como una burla mundial.
Y eso, efectivamente, debe doler mucho al ego de cualquiera. El problema es que ya no hay discurso que borre esta decisión.
Comentarios: www.homozapping.com.mx
No hay comentarios.:
Publicar un comentario