Octavio Rodríguez Araujo
No es ninguna novedad decir que en la UNAM ha habido y hay porros.
Tampoco lo es decir que la pirámide de gobierno en nuestra casa de
estudios es poco democrática. Pero no mezclemos las dos situaciones. Es
momento de defenderla con sus virtudes y defectos. Lo primero es impedir
los intentos obvios de desestabilizarla, de generarle una crisis.
Los llamados porros existen claramente y a la luz del día
desde los tiempos de Miguel Alemán, tolerados (si no auspiciados) por
los entonces rectores de la UNAM afines al presidente en turno. El papel
de esos grupos de choque era precisamente intimidar y golpear a
quienes, desde fuera de la universidad, eran considerados de izquierda
en su interior. Ellos fueron los mismos que se opusieron al nombramiento
de Ignacio Chávez como rector y los que, por órdenes de Díaz Ordaz, lo
vejaron y lo hicieron renunciar en 1966. Para esos grupos retrógrados
Chávez era de izquierda porque su secretario particular era Luis Villoro
(sic), porque les había dado empleo a jóvenes progresistas que
regresaban de Europa después de hacer estudios de posgrado allá, y
porque no los expulsó cuando apoyaron a la revolución cubana y al
Movimiento de Liberación Nacional, etcétera. Pero les salió el tiro por
la culata y ya con Barros Sierra como rector fueron desapareciendo poco a
poco aunque trataron de infiltrarse en el movimiento estudiantil de
1968. Con el rector González Casanova, el gobierno de la República no
usó porros, sino gánsteres armados como Castro Bustos y Falcón, que tomaron Rectoría
con absoluta impunidad obligando al rector a renunciar. Atrás de los
que tiraron a Chávez estaba un gobernador, el de Sinaloa, y atrás de
Castro Bustos y Falcón estuvo otro gobernador, el de Guerrero, además
del mismo presidente Echeverría. Ellos intentaron que sus personeros se
aliaran con grupos izquierdistas, para que no parecieran lo que eran:
grupos de choque de derecha que quisieron apoderarse de la UNAM y, al
mismo tiempo, un ardid para echar abajo uno de sus principales logros:
la libertad de pensamiento y expresión que eran simientes del
pensamiento crítico y del pluralismo (que entonces no estaba de moda).
Desde aquellos años, conviene recordarlo, ya se hablaba de la llamada
democratización de la Universidad y hasta se llegó a decir que los
estudiantes deberían de elegir a las autoridades. A la vez, y como
contrargumento, se dijo que si eso ocurriera las autoridades de la
mayoría de las dependencias podrían llegar a ser de ultraderecha o de
ultraizquierda, como ya estaba sucediendo en las universidades de
Sinaloa, Guerrero y Puebla, que significaron un considerable retroceso
en su vida académica. Mi opinión, desde entonces hasta ahora, es que es
mejor un rector liberal y democrático que uno salido de los extremos del
arco político-ideológico del país. El extremismo normalmente es
intolerante.
Ciertamente el gobierno de las universidades públicas no es
suficientemente democrático y en ocasiones tampoco autónomo. Sabemos de
casos en que el rector y algunos directores de escuelas e institutos han
sido designados bajo criterios gubernamentales, incluso en la UNAM,
pero sobre todo en las universidades públicas estatales. Sin embargo,
así hemos funcionado por décadas, y la fortaleza de la UNAM, para el
caso que nos ocupa, no está en duda. Tan importante es y ha sido que
diversos grupos de poder (tanto privados como religiosos y
gubernamentales) se han querido apoderar de ella o determinar su
desarrollo y orientación. Y, en este contexto, es en el que debe
analizarse el papel de los provocadores que han querido desestabilizarla
para hacerla entrar en crisis. De aquí que plantear, en medio de un
conflicto, la democratización de la Universidad (de las universidades),
es peligrosa para ésta (éstas). Creo que no es el momento adecuado; la
coyuntura es delicada.
Lo que de verdad importa es que en las universidades públicas se
garantice su autonomía y que, por ésta, se respeten sus formas de
gobierno y el ejercicio de su presupuesto, sus planes de estudio y de
investigación, así como las libertades de pensamiento y de expresión en
un ambiente respetuoso de pluralidad y de tolerancia. Este es el meollo
de la autonomía universitaria, por lo que cualquier cosa que atente
contra ella, venga de donde venga, deberá de ser rechazada.
Por lo demás, no deberá olvidarse que los procesos democráticos no
siempre se traducen en gobiernos democráticos; una cosa es cómo acceder
al poder y otra cómo se ejerce éste. ¿Tendría que poner ejemplos, o
bastaría pensar en el ascenso del nazismo o la elección de tantos
gobernantes que, democráticamente votados, han ejercido el poder incluso
dictatorialmente?
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