Elvira Concheiro Bórquez
Los estudiantes han
vuelto a presentarse en la escena política del país. Lo hacen, como
siempre: con enjundia y fuerza, también con alegría y creatividad. Hay
rabia e indignación por el ataque artero de porros contra sus
compañeros del CCH Azcapotzalco y contra quienes se solidarizaban en la
explanada central de la rectoría de la UNAM, que dejó varios heridos,
dos de ellos estuvieron al borde de la muerte.
Pero no hay movimiento que sea igual a otro. A los estudiantes que
conforman éste los acecha la violencia y temen por sus vidas. Son hijos
de Ayotzinapa y del último gran terremoto, uno y otro acontecimiento los
han marcado aunque aún no todos lo sepan. Por eso, cada contingente en
la marcha del 5 de septiembre recordó a los 43 estudiantes
desaparecidos, los nombró uno a uno y se hicieron acompañar por su
recuerdo exigiendo justicia. Por eso, también son ordenados y levantan
el puño para pedir silencio y para hacerse presentes, tal como lo
aprendieron frente a los escombros el pasado 19 de septiembre.
Frente a la energía transformadora que se hace sentir con asambleas,
marchas y paros, rápidamente se manifiestan las fuerzas conservadoras
para conminar a los estudiantes a que se detengan, que ya está a la
vista la solución a sus peticiones. Quieren que todo vuelva a la
normalidad. Los estudiantes movilizados no parecen estar dispuestos a
conformarse con lo mínimo. Eso asusta a quienes viven acomodados en una
institución que se niega a reformar.
Pese a ese conservadurismo que lo acosa, este movimiento abre de
nuevo la posibilidad de que la UNAM se vea en el espejo y descubra cuan
vetustas y degradadas son sus estructuras de autoridad, sus formas y
contenidos educativos, sus respuestas a los jóvenes que le dan razón de
ser. A eso le temen quienes se apresuran a gritar que se busca
desestabilizara la universidad y deslizan teorías conspirativas para ver si logran que la mirada se dirija a otro lado, pero la omisión y deshumanización de sus principales autoridades está a la vista de todos.
Este movimiento exige la desaparición del porrismo y, con
sagacidad, le preocupa que quede en unas cuantas medidas de maquillaje.
En efecto, no hay duda de que se debe investigar a fondo, expulsar y
poner a disposición de la justicia a quienes cometieron la agresión del
lunes pasado, pero para extirpar ese nefasto fenómeno universitario, así
como a toda clase de violencia, en particular la de género, es
necesario mucho más, para empezar se debe esclarecer qué lo genera y
reproduce incesantemente y cuáles medidas pueden en realidad acabar con
esto.
Hay que tener memoria y recordar que los grupos de golpeadores que
extorsionan y agreden a las y los estudiantes existen prácticamente
desde el origen de la universidad en su forma actual, en particular
desde el momento en que sus grupos de poder y el estatal concertaron la
estructura de gobierno interno que quedó plasmada en la Ley Orgánica de
1945, con la cual la UNAM se organizó a partir de un verticalismo
autoritario, refrendado con feudos de poder a imagen y semejanza de lo
que también desde entonces caracterizaba al Estado mexicano. Tenemos más
de medio siglo de sufrir ese flagelo.
Es esta institución educativa que alimenta una cultura
antidemocrática y de desprecio a la participación de los jóvenes, a la
que se adhiere esa costra que llamamos porrismo. Éste se
conforma como producto social a partir del lumpen en que se hallan los
sectores de jóvenes que es acompañado por la miseria y la injusticia.
Sin duda se trata de un fenómeno complejo, asociado con la
descomposición social y la estructura del poder autoritario; una procrea
a los porros, los alimenta, los reproduce de manera incesante,
la otra los organiza, les permite hacer y los utiliza. Son, por eso, el
vehículo del hostigamiento, de la violencia, de la corrupción y del
intento permanente de controlar a los estudiantes, pero también en el
momento necesario se ponen a disposición de quien los tolera y protege o
quien mejor les pague para hacer lo que haya que hacer.
El porrismo no es, por tanto, resultado espontáneo o creación de
fuerzas oscurasexternas, por mucho que políticos o funcionarios del Estado los puedan también utilizar, como ocurre con cualquier mercenario. El porrismo es un componente funcional de la estructura del gobierno antidemocrático de la universidad. Está íntimamente imbricado con éste y le ha sido de gran utilidad.
Podrán expulsar a un puñado de supuestos porros, pero
mientras no se alcancen cambios democráticos que acaben con autoridades
incompetentes y arbitrarias, que combatan a las mafias que dirigen
escuelas y facultades, mientras no se valore al estudiantado y se
destinen recursos suficientes para ofrecer mejores condiciones de
estudio, mientras no se genere un nuevo ambiente cultural,
particularmente en esas zonas marginales donde están enclavadas muchas
de las dependencias universitarias que más sufren la lacra del porrismo, éste volverá una y otra vez por sus fueros. Es hora de lograr cambios verdaderos.
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