John M. Ackerman
Les salió el tiro por la culata a los provocadores que enviaron porros violentos
a amedrentar los estudiantes que protestaban pacíficamente en la
explanada de Rectoría el pasado 3 de septiembre. En lugar de generar un
escenario de choque, de violencia y de división, la agresión ha unido y
puesto en movimiento a la comunidad universitaria.
La perversa transparencia con la cual actuaron los agresores,
lanzándose encima de estudiantes inermes con palos, petardos y cuchillos
a plena luz del día y a las puertas de la sede de la máxima casa
universitaria, demuestra que no fue una expresión de la delincuencia
común, sino un brutal acto de intimidación política.
Quisieron enviar un doble mensaje. Por un lado, se buscó infundir
miedo entre los estudiantes con el fin de evitar un contagio del exitoso
movimiento del Colegio de Ciencias y Humanidades Azcapotzalco.
Recordemos que el 30 de agosto los estudiantes de ese plantel ya habían
logrado la renuncia de su directora, Guadalupe Márquez Cárdenas, y el
movimiento avanzaba con gran alegría en favor de una mejor transparencia
administrativa, calidad educativa, participación democrática y
artística, así como atención a los problemas de inseguridad y de porrismo.
La marcha a Rectoría del 3 de septiembre colocaba estos importantes
temas en el centro de la agenda universitaria y nacional, algo
inaceptable para los grupos más retrógrados, tanto dentro como fuera de
la universidad.
Ya era mucho para los representantes del viejo sistema haber recibido
una paliza tan fuerte en las urnas el primero de julio como para
también tener que aguantar la democratización de la máxima casa de
estudios. Así que alguien dio la orden de cortar de tajo al movimiento,
mandando golpeadores en contra de los jóvenes. Llama poderosamente la
atención la similitud de este modus operandi y aquel utilizado
sistemáticamente por Enrique Peña Nieto y Miguel Ángel Mancera para
desactivar las marchas juveniles a lo largo de sus sexenios
correspondientes.
Felizmente, en lugar de dejarse intimidar, o responder con su propia
violencia o intolerancia, los estudiantes salieron masivamente a
protestar con gran sofisticación, conciencia y responsabilidad. El
movimiento estudiantil es hoy más fuerte, articulado y generalizado que
antes de la agresión.
El segundo destinatario del mensaje enviado con sangre y fuego hasta
la puerta de Rectoría el 3 de septiembre fue precisamente quien despacha
ahí: Enrique Graue. Recordemos que Graue nunca ha sido un rector cómodo
para el sistema autoritario que hoy da terribles patadas de ahogado. En
2015, Peña Nieto hizo todo lo posible por imponer su alfil en la casa
de estudios, el ingeniero Sergio Alcocer, quien había trabajado en altos
cargos tanto con José Antonio Meade como con Felipe Calderón y hoy
encabeza el consejo de administración de la empresa española de energía
Iberdrola en México.
Aquel torpe intento de violar la autonomía universitaria fue
rechazado contundentemente tanto por la comunidad universitaria como
por la Junta de Gobierno. El nombramiento del médico oftalmólogo Graue
significó una firme defensa de la autonomía universitaria en un contexto
de continuidad institucional y revitalización democrática.
Durante su gestión, Graue ha demostrado una encomiable independencia
de los diferentes sectores de poder, tanto dentro como fuera de la
universidad, así como una importante sensibilidad hacia las necesidades y
los reclamos de la comunidad universitaria. Su liderazgo es sutil,
tranquilo y humilde, no busca los reflectores ni cae en protagonismos
innecesarios, pero teje fino y demuestra enorme fuerza e independencia
en momentos de crisis.
Un ejemplo: Graue se negó a caer en la tentación de lanzar su propia
guerra contra las drogasdentro de Ciudad Universitaria, al estilo de Felipe Calderón, después de la balacera protagonizada por narcomenudistas el pasado 23 de febrero. El rector prefirió apostar a estrategias de protección que buscan resolver de fondo la problemática de la inseguridad dentro y fuera del campus universitario.
En la crisis actual, Graue primero tomó la importante decisión de
aceptar la renuncia de la directora del CCH Azcapoztalco, validando así
las justas demandas de la comunidad estudiantil y generando la ira de
los grupos porriles. Posteriormente, expulsó de manera
inmediata a los 18 estudiantes involucrados en la agresión, presentó las
denuncias penales correspondientes y suspendió al coordinador operativo
de Auxilio UNAM, Teófilo Licona. El rector también ha aceptado sin
ambages el pliego petitorio de los estudiantes del CCH Azcapotzalco y
celebrado las propuestas realizadas en la Asamblea Interuniversitaria
del 7 de septiembre.
Las crisis siempre constituyen también grandes oportunidades para
mejorar. Trabajemos juntos, estudiantes, académicos y autoridades, en
favor de una universidad cada vez más justa, democrática, plenamente
autónoma y siempre plural. Manos a la obra.
Twitter: @JohnMAckerman
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