Así, como si fuera una marca, fue la defensa de la titular Secretaría
de Desarrollo Agrario, Territorial y Urbano (SEDATU), Rosario Robles
Berlanga, cuando reaccionó a la más reciente revelación por desvío de
recursos que el diario Reforma publicó el pasado martes 11 y que implica
el envío a domicilios particulares de 700 millones de pesos en
efectivo.
Expuesta frecuente a los escándalos desde que fue jefa del gobierno
capitalino en sustitución de Cuauhtémoc Cárdenas Solórzano, Rosario
Robles ha logrado sortear cada episodio con legalismos, politiquería y
una constante protección de los grupos políticos a los que se adhiere en
su prolongada trayectoria, pletórica de gatopardismo.
Sentirse una marca que vende no bastó. Robles Berlanga anunció que
había interpuesto ya una denuncia contra quien resulte responsable por
las filtraciones de información que en las dependencias donde ha
trabajado en el sexenio de Enrique Peña Nieto, la han expuesto a lo que
consideró difamación y desinformación desde los medios de comunicación.
Salir así, diríase coloquialmente, echada para adelante, es en
realidad un desafío que redunda con la disposición a que el próximo
gobierno de Andrés Manuel López Obrador la investigue, reiterándose la
primera interesada en que prospere toda indagatoria.
En el fondo, todo se relaciona con las resistencias al deber ser de
la vida pública, a la impreparación para ejercer un cargo público sin
los asideros mínimos, ya no digamos de la ética, sino de la legalidad.
Su conducta es producto de una deformación en la forma de concebir el
servicio público.
A seis años de formar parte del gabinete, Rosario Robles ha batido
los récords de la opacidad. Hubo inclusive un comisionado del Instituto
Nacional de Transparencia, Acceso a la Información y Protección de Datos
Personales (INAI) que contó pormenores de las presiones que la
peñanitetista impuso sobre el pleno, en relación a los diferentes
llamados de atención que públicamente se le hicieron por su afán de
ocultar.
Era un asunto sencillo: una solicitud de información que pretendía
saber el costo de haber invitado a Luiz Inacio Lula da Silva, para
inaugurar el programa –a la postra fracasado— Cruzada Nacional contra el
Hambre. Un asunto entre muchos, en los que lo mismo en la Sedesol que
en la Sedatu, marcaron su obsolescencia en el servicio público.
En otra ocasión, un colega solicitó una serie de contratos. La
respuesta planteó que sólo disponían de formato físico por lo que debía
pagarse la reproducción. Varios miles de pesos se depositaron a la
cuenta del sistema, sólo para recibir miles de copias que repetían,
anexa a contratos incompletos, la ley de adquisiciones.
Esta vez, ha ido más allá. Ha denunciado a quienes han hecho pública
la información que, en principio, debería ser pública en un asunto para
el lucimiento de marca que difícilmente prosperará.
Pero sobretodo, el desafío a ser investigada supone un nuevo reto al
próximo gobierno que hasta ahora no ha tenido una posición contundente
frente a los escándalos de corrupción de actual gobierno, especialmente,
al tratarse de un grupo político que, en el pasado, durante la jefatura
de gobierno 2000-2005, ya la investigó y la dejó impune…
Ante el reto planteado, debe venir la respuesta, porque de lo
contrario, de manera ineluctable, remitirá a una reedición de la
protección declarada por Enrique Peña Nieto, cuando Robles Berlanga fue
objeto de las primeras acusaciones por desvío de recursos con fines
electorales este sexenio y que le permitieron salir avante con el famoso
“no te preocupes Rosario, hay que aguantar”.
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